
La campaña electoral británica vivió ayer uno de esos momentos calificados de decisorios por la politología, pero abiertamente cuestionados por la realidad práctica cuando el ciudadano acude a las urnas.
Los debates en la pequeña pantalla, en los que Reino Unido se estrenó por primera vez en 2010, escribieron ayer un nuevo capítulo en la historia televisiva, con un careo en el que tomaron parte hasta siete líderes políticos. Sólo faltó el de los unionistas de Irlanda, pero su ausencia apenas se pudo notar en un debate marcado por las limitaciones propias de la saturación de comparecientes y las inflexibles normas negociadas por los partidos.
Los analistas cuestionan notablemente que el veredicto de ayer pese sobre los electores, que el 7 de mayo decidirán la cita más disputada en la historia reciente. Pero el debate fue suficiente para confirmar los primeros apuntes de la campaña: la estrategia de David Cameron pasa por presentarse como el referente que, basándose en la continuidad de un trabajo "a medio finalizar", representa la estabilidad; mientras que el laborista Ed Miliband se retrata como el candidato del lado del británico medio, aquél que entiende sus preocupaciones frente a la desconexión del contexto más exclusivo que representan los conservadores.
Y es que, a pesar de los siete atriles que ayer se repartieron las dos horas de retransmisión, la batalla por Downing Street se reduce a la permanencia de Cameron, o el retorno de un premier laborista. La clave fundamental radicará, por tanto, en la composición de un Parlamento que se prevé que abandone la alternancia bipartidista para dar paso a una cámara en la que el baile de alianzas será clave para decidir quién está seguro en el número 10. El empate técnico que las encuestas siguen mostrando entre las dos formaciones principales otorga a las minoritarias un inusitado poder de influencia que ayer dejaron entrever durante el debate.
El arranque de la campaña ha dejado claro que en el terreno económico en el que se juega el 7 de mayo, Cameron cuenta con el músculo empresarial y Miliband, con un peso menor que queda compensado por la mayor confianza que, según las encuestas, inspira como el cabeza de cartel más honesto. La votación no se decide en materia de popularidad, pero todos los aspirantes quieren garantizar que cuentan con la mayor representación de segmentos de la sociedad.
Al respecto, Cameron compareció ayer con el respaldo que le habían brindado más de un centenar de empresarios que firmaron una carta pública en la que apostaban por su continuidad como garantía de la prosperidad.
El apoyo de pesos pesados de los negocios se considera clave en unos comicios en los que los votantes tendrán tan en cuenta el corazón como el bolsillo, por lo que, ayer mismo, el laborismo quiso contraatacar con su propia misiva. Representantes de compañías de menor tamaño y otros sectores sociales apoyaron la apuesta económica de un partido que, con el liderazgo de Miliband, se ha desmarcado del Nuevo Laborismo encarnado por un Tony Blair que, con su apuesta de libre mercado y atracción de los empresarios, se había metido a la City en el bolsillo.