
Aunque sea absuelto, el proceso del Carlton será una mancha indeleble para el exresponsable del FMI, que perdió su mujer y la posibilidad de trabajar en países anglosajones, y no puede volver a la política.
Si bien es probable que los jueces sigan el dictamen de la Fiscalía francesa, que ha solicitado "la absolución pura y simple" de Dominique Strauss-Kahn, el proceso del Carlton corre el riesgo de ser una mancha indeleble en su trayectoria.
Son las dos o quizá las tres de la mañana, ese otoño de 2009. El cercano invierno se estremece ya en esta carretera rural belga perdida en medio de ninguna parte, a más de una hora del centro de Bruselas. Compañeros de animadas francachelas salen de un club de intercambio de parejas, el Tantra, y uno de ellos se introduce con dos mujeres en un pequeño 206. Se inicia casualmente una conversación sobre el trabajo de bailarina erótica de la conductora.
En la parte de atrás, la gruesa figura y la cabellera blanca de un sexagenario que asiente educadamente al parloteo de la dama: "Tendré que venir a verte". El señor se llama Dominique Strauss-Kahn, tiene una cita importante al día siguiente en Bruselas. Así se desarrollaba, en aquella época, la vida del responsable del FMI, sibaritismo por la noche y alta política por el día.
Esa parte oscura, Dominique Strauss-Kahn intentó ocultarla durante años antes de su comparecencia ante los tribunales por proxenetismo agravado, que ha finalizado ante el tribunal correccional de Lille. Durante tres semanas, el ex director general del FMI respondió a las preguntas del tribunal con el mismo tono grave y pausado que adoptaba en televisión para impartir un curso de economía política sobre hipotecas basura o la zona euro. Respondió a todo. Sí, le gustaba "la fiesta, el juego" y "el sexo por el placer del sexo".
Pero "salvó al planeta de una crisis que hubiera podido ser más grave que la de 1929"; por tanto, sus noches con mujeres, su "ruda sexualidad", eran "sesiones de recreo íntimo".
Nada se dejó al azar: todas las noches, durante las tres semanas del proceso, el pequeño grupo de abogados -Frédérique Beaulieu, Henri Leclerc y Richard Malka- se reunía a su alrededor en una sala de su hotel de Lille. Se sumaba Anne Hommel, especialista en medios de comunicación. Pero hasta la requisitoria nunca se la verá en la audiencia. No había que estropear la imagen del hombre solo.
Y, sin embargo, en Lille, cuando Strauss-Kahn hablaba en el tribunal, tenía todo bajo su control. Las palabras estaban medidas, tamizadas: el "libertinaje", con su lado anticuado o el "sentimiento" para calificar los testimonios de Jade, Mounia y de las demás exprostitutas. Frente a la expresión de su sufrimiento, Strauss-Kahn nunca dirá que mienten. Dirá que no tienen el mismo "sentimiento" que él.
Las partes civiles protestaron por su falsa ingenuidad y la defensa clamó contra el ensañamiento judicial y mediático. Pero la cuestión no es creer (o no) a DSK, sino probar (o no) que él lo sabía y se aprovechaba. Así, los cargos se desvanecieron.
Pero, aunque logre salir airoso, "el proceso del Carlton constituirá una mancha indeleble", declara preocupada una amiga de DSK. Para todas las partes en este proceso -prostitutas y acusados- éste marcará sin duda un antes y un después. Dominique Strauss-Kahn ha perdido la pareja que formaba con Anne Sinclair y la posibilidad de trabajar en los países anglosajones. La política se le acabó un día de mayo de 2011 en el hotel Sofitel de Nueva York. "Nadie sabrá nunca si ha hecho esto para evitar la presidencial o si creía estar por encima de todo", suspira una fiel seguidora.
¿La actuación intencionada de un hombre que no deseaba en absoluto convertirse en presidente, el despiste del hombre con suerte o el sentimiento de impunidad del poderoso? Sondear el alma de Strauss-Kahn es entrar en un laberinto.
Excluido del ámbito occidental
Strauss-Kahn se había construido una nueva vida muy confortable como conferenciante internacional y asesor de lujo para Gobiernos. Su actividad profesional desde 2011 se situaba fuera de la esfera occidental. Salvo una conferencia -con incidentes- en Cambridge en marzo de 2012, daba sus discursos en Pekín, Seúl, Marrakech o Yalta. En mayo de 2013, ayudó a Sudán del Sur y desde el verano de este año forma parte del consejo de administración de dos entidades financieras rusas (el Russian Investment Fund y el Banco Ruso de Desarrollo de las Regiones). Los escándalos relacionados con la moral no son un obstáculo en los países de Putin.
Pero nada en Europa ni en Estados Unidos. "DSK conlleva un riesgo de notoriedad demasiado importante para una sociedad que cotiza en bolsa", explica el cazador de talentos Eric Singer (gabinete Singer y Hamilton). Esto es lo que uno de sus colegas, también especialista en el reclutamiento de altos vuelos, denomina de manera más directa: "Nunca un negocio al que le preocupe su reputación se asociará con él. Y seguramente tampoco Lazard, que cotiza en Estados Unidos".