
Las herencias presidenciales en la mayor economía se han convertido en una sorpresa, a veces anticipada, para el sucesor de turno en ocupar la Casa Blanca. En 2001, el presidente George W. Bush heredó un país con unas cuentas saneadas pero una burbuja en plena ebullición que terminó de explotar con los terribles atentados del 11 de Septiembre de 2001. Estas circunstancias que desembocaron en las guerras de Afganistán e Irak destartalaron el déficit del país antes de que la crisis de la hipotecas de alto riesgo acorralase al sector financiero y a la economía mundial en su conjunto.
El relevo de Bush, el actual presidente demócrata, Barack Obama, ocupó el Despacho Oval con un déficit de 1,4 billones de dólares, una economía en recesión y una tasa de paro que llegó a sobrepasar el 10 por ciento. Siete años después, Estados Unidos creció a un ritmo estimado de un 2,5 por ciento a la espera de nuevas revisiones, la tasa de paro se acomoda en el 5,7 por ciento mientras la generación de empleo supera ya el millón de empleos generados sólo en los últimos tres meses. En estas circunstancias, el mandatario presentaba un presupuesto para el año fiscal 2016 de 3,99 billones de dólares que da la espalda a la austeridad y apuesta por dar un impulso a la clase media.
No debemos olvidar que la mayor economía del mundo ha realizado durante los últimos años un ajuste forzado a base de secuestros de gasto y otras rencillas políticas, que sólo en 2014 englobaron un punto porcentual del PIB del país, según el Fondo Monetario Internacional. De ahí que Obama optase por dar la espalda a la austeridad y anunciase la semana pasada un presupuesto para el año fiscal 2016 de 3,99 billones de dólares. La administración Obama defiende que bajo el legado del demócrata el déficit del país se ha reducido en dos tercios y ahora se mantiene en línea con la media de las últimas cinco décadas.
Aún así, desde la Oficina Presupuestaria del Congreso (CBO, por su siglas en inglés) avisaban que según sus proyecciones que el déficit volverá a sobrepasar la marca del billón de dólares en los próximos años. Es decir, que quien ocupe la presidencia del país en 2017 y asumiendo que completará dos ciclos electorales completos, tendrá que hace encaje de bolillos para evitar que la sangría de números rojos distorsione las cuentas públicas del país. En esta posible crisis fiscal de la mayor economía del mundo, la CBO presenta cuatro factores desencadenantes.
El primero, la oleada de Baby Boomers, aquellos nacidos entre 1946 y 1964, que ya comienzan a jubilarse, a un ritmo medio de 1.000 individuos diarios. Sin reforma en los sistemas de pensiones y seguridad social del país, los conocidos como entitlements, el gobierno de EEUU se enfrenta a una verdadera bomba de relojería ya que sistemas sanitarios como el Medicare o el Medicaid están clasificados como gasto no discrecional. Esto obliga al gobierno a asumir la factura en un momento en que la expectativa de vida sigue ascendiendo hasta una media de 78,7 años.
Al mismo tiempo, los subsidios federales a las aseguradoras, el incremento en los costes de atención sanitaria por individuo y la subida de los tipos de interés sobre la deuda federal suponen importantes riesgos a tener en cuenta. La deuda en manos del público en estos momentos es de 13,4 billones de dólares, alrededor de 74 por ciento de la economía estadounidense. Aún así, la CBO estima que este porcentaje alcanzará casi el 80 por ciento del PIB en 2025.
El problema es que ni el presidente Obama ni el propio Capitolio, ahora en manos republicanas, ha sido capaz de encontrar un terreno común para conseguir un plan sostenible que evite la incertidumbre en el futuro a medio y largo plazo. El senador republicano Alan Simpson y su colega demócrata Erskine-Bowles presidieron la Comisión bipartidista para la Reforma y Responsabilidad Fiscal, cuyas propuestas incluyeron reducir tres dólares en gasto por cada dólar que ingresaban las arcas federales. También se apostó por incrementar gradualmente la edad de jubilación hasta los 69 años antes de 2075.