
Puede que el lema "hasta la eternidad" se cumpla en el más allá, pero a este lado de la barrera pocas cosas son tan paradójicamente efímeras como las tumbas de los cementerios. En la europa post industrial la escasez del suelo y la necesidad de administrarlo sabiamente obligan, cada pocas décadas, a arrasar las tumbas y deshauciar a sus inquilinos para hacer sitio a los nuevos.
Los urbanitas que del siglo XIX en adelante han sido quieren, cuando encargan al marmolista los ornamentos que cubrirán sus restos, que su historia quede escrita en piedra.
Pero si ni siquiera la tumba de Mausolo pudo resistir finalmente los embates de la naturaleza... ¿quiénes se creían que eran los amberinos de hace cien años para hacer frente a la eficiente administración municipal de la era de internet?
Sacar, limpiar, demoler, alquilar. Esa es la rutina de todos los cementerios y esa era la del camposanto de Schoonselhof, hasta que los esfuerzos de un aficionado (sic) a las tumbas le abrieron los ojos a las autoridades.
Sic transit, gloria mundi
La historia del señor Buermans, que cuenta The Wall Street Journal, es la del David que tuvo que convencer a la tozuda administración para que no demoliese la tumba que ya estaba construida sobre el terreno que acababa de alquilar, y que algún día ocupará.
La propuesta era sencilla: en lugar de vaciar el terreno y retirar lo edificado, Buermans pedía vaciar el terreno... y punto.
Su insistencia tuvo éxito e hizo pensar a los responsables del cementerio que, si había tumbas lo bastante bonitas como para ser fotografiadas e incluso realquiladas, quizá habría gente dispuesta a pagar por pasar siquiera un rato de su segunda vida en una tumba VIP.
En menos de lo que se tarda en recitar Sic transit, vana et brevis, gloria mundi, Amberes tenía listo un catálogo de 5.000 tumbas premium en el recinto de Schoonselhof. Mil euros las baratas y tres veces ese importe las más historiadas.
La propuesta ha convencido por el momento a más de 120 ciudadanos, que ya coquetean con la idea de frotar para borrar la marca dejada por las letras de los anteriores ocupantes -muchos de ellos fallecidos hace 100 años- y contribuir al reciclaje ornamental reposando en tumbas que, sólo quizá, reciban en días sueltos las visitas de turistas despistados.