
Muchos son los líderes europeos que piensan que la crisis de la Eurozona demuestra la necesidad de "más Europa". Teniendo en cuenta la historia del continente y sus conflictos varios, una Europa pacífica, próspera y unida es sin duda un objetivo deseable. La cuestión es que sigue existiendo un gran desacuerdo sobre la forma de lograrlo, apunta Otmar Issing, presidente del Centro de Estudios Financieros de la Universidad de Frankfurt. ¿Es, como muchos creen, una mayor unión política la mejor solución?
Históricamente, la unión monetaria fue considerada como la ruta hacia la unión política, señala Issing en un artículo en el Project Syndicate. "Europa se hará a través de la moneda o no se hará", señaló en su momento el economista francés Jacques Rueff, un asesor cercano a Charles de Gaulle. Más recientemente, la canciller alemana, Angela Merkel, señaló que "si el euro fracasa, Europa fracasará".
Los políticos lanzaron la unión monetaria en 1999 a pesar de las advertencias de que las economías integrantes eran demasiado diversas. No pasó mucho tiempo antes de que varios Estados violaran el Pacto de Estabilidad y Crecimiento en materia de déficit y deuda. La respuesta de estas deficiencias fue una demanda de una mayor integración económica, incluyendo peticiones sobre la creación de un ministro de Finanzas europeo o un comisario de la UE, con amplios poderes para facilitar una mayor integración.
Los riesgos
Estas ideas, sin embargo, ignoran las cuestiones centrales de la soberanía nacional y la democracia. En concreto, los privilegios de los gobiernos y los parlamentos elegidos a nivel nacional para determinar, entre otros, sus propios impuestos y cómo distribuyen el gasto público, señala Issing. Ahora bien, el hecho de que los Estados miembro no cumplan con sus compromisos ¿es un argumento convincente para renunciar a la soberanía?
En resumen, señala el autor, todas las medidas que apoyan implícitamente una mayor unión política, han resultado ser incompatibles y peligrosas. Y más aún, piensa Issing, han socavado la base sobre la que descansa la unión política: convencer a los ciudadanos europeos de que deben identificarse más con la idea de Europa.
La larga crisis económica está alimentando la animosidad hacia las instituciones europeas, visible en las encuestas de opinión. Los europeos están perdiendo la confianza en la propia UE y en los beneficios de unificar la región. El fracaso total de la Agenda de Lisboa, lanzada en marzo de 2000 para hacer de la UE "la economía del conocimiento más competitiva y dinámica del mundo" demostró la debilidad de un enfoque centralizado, opina Issing.
Numerosos estudios académicos, siguiendo el trabajo del historiador económico norteamericano Douglass North, apoyan la idea de que es la competencia entre los estados y regiones la que sienta las bases para el progreso tecnológico y el crecimiento económico, señala el presidente del Centro de Estudios Financieros de la Universidad de Frankfurt en su artículo.
Los líderes políticos insisten
Ahora bien, tras el fracaso de la Agenda de Lisboa, los líderes de la UE interpretaron ese fracaso como una justificación a una mayor armonización y centralización de las políticas nacionales. Este enfoque, la armonización, coordinación y toma de decisiones centralizada sigue siendo considerado como una panacea para los problemas de Europa, apunta Issing.
En su opinión, hay un montón de áreas en las que la acción común a nivel de la UE es a la vez adecuado y eficaz. La política ambiental es claramente uno. Sin embargo, la centralización de la toma de decisiones económicas, como un fin en sí mismo, no puede sustentar una Europa próspera y poderosa, señala.
Y añade, para concluir, una cita de Jean Monnet, uno de los padres fundadores de la UE, quien dijo en una ocasión que si tuviese la oportunidad de comenzar el proceso de integración europea otra vez, lo haría por la cultura -una dimensión en la que muchos no necesitan ni quieren centralización. La riqueza cultural de Europa consiste precisamente en su diversidad, y la base de sus mayores logros ha sido la competencia entre las personas, instituciones y lugares. Su malestar económico actual refleja los esfuerzos prolongados de líderes europeos para negar lo evidente, sentencia Issing.