
¿Y si los países más endeudados del euro volvieran a adoptar sus antiguas monedas? ¿Se resolverían así los problemas? Eso parece creer el euroescéptico partido germano Alternativa para Alemania. Su portavoz, Bernd Lucke, insiste en que ello podría ayudar, pero solo si la peseta, el dracma o la lira italiana convivieran durante un tiempo con el euro.
Claro que la mayoría de economistas creen que la propuesta de Lucke podría llevarse por delante a muchos bancos, además de crear enormes diferencias sociales. Así pues, no parecen tener tan claro que pueda funcionar. Veamos por qué.
Lucke y sus seguidores, informa Der Spiegel, creen que la crisis del euro podría resolverse si los países del sur de Europa salen de la unión monetaria. Pero a través de una salida ordenada, poco a poco y en silencio. Por esto, este profesor de Economía propone que países como Grecia, España, Portugal o Italia tengan monedas paralelas. Es decir, que traigan de vuelta el dracma, la peseta, el escudo o la lira junto al euro. Los bancos nacionales de cada país deberían anclar estas monedas al euro a un tipo fijo.
De esta forma, seguirían conectados a la Eurozona y aún así tendrían sus propias monedas. Así podrían devaluar sus antiguas divisas para recuperar competitividad y seguir teniendo una forma de pago a su disposición.
Con este planteamiento, Lucke quiere evitar el escenario de horror que la mayoría de los economistas asocian a una ruptura repentina de la zona del euro: las quiebras bancarias, colapsos financieros y despidos masivos. Si se introducen monedas paralelas, piensa Lucke, los riesgos podrían reducirse. La retirada del euro se llevaría a cabo "de manera ordenada y sin duda prudente," y podría ser revertida años después a través de una vuelta completa a la unión monetaria.
Los contras
El plan que defiende Lucke es ciertamente atractivo, pero tiene un inconveniente: no funcionaría. "Una moneda paralela es la peor manera imaginable de resolver la crisis del euro", dice Peter Bofinger, miembro del Consejo Alemán de Expertos Económicos, que asesora al gobierno. Por su parte, Clemens Fuest, director del Centro para la Investigación Económica Europea (ZEW), ve "desventajas considerables" en el concepto.
En primer lugar, el plan de Lucke es muy confuso. Para asegurarse de que las dos monedas pueden coexistir de una manera ordenada, el plan requiere el uso de euros sólo para pagos en efectivo. La mitad de las transferencias bancarias, sin embargo, se llevarían a cabo en la nueva moneda. Es decir, que si un comerciante griego carga 100 euros por sus servicios, se pagaría el 50% en euros y el 50% en dracmas.
Todos los contratos de crédito nacionales también se dividirían. Sólo los saldos bancarios existentes de los ciudadanos estarían probablemente exentos de la conversión, y todas las relaciones crediticias transfronterizas seguirían siendo en euros.
Al mismo tiempo, los bancos centrales tendrían que comprometerse a devaluar gradualmente los nuevos dracmas, escudos, pesetas y liras frente al euro. Esto haría que los bienes producidos por los países afectados por la crisis fuesen más baratos y por lo tanto más comerciales en los mercados globales. Lucke piensa que esto llevaría a un aumento de las exportaciones y a un nuevo auge económico. "Pero esto no sucedería así", apunta Bofinger.
Los ciudadanos del sur de Europa saben muy bien que una devaluación gradual está lejos de ser suficiente para hacer que sus economías nacionales vuelvan a ser competitivas. El verdadero valor del dracma o el escudo sería muchas veces inferior al del euro. En consecuencia, lo que iba a ocurrir es lo que siempre pasa cuando dos monedas de diferentes valores circulan al mismo tiempo: la gente trataría de cambiar su moneda nacional a euros lo más rápido posible, o simplemente llevar sus ahorros al exterior. En lugar de estimular la economía, el nuevo régimen podría muy bien provocar un auge de la economía sumergida.
Como resultado, se produciría lo contrario de lo que Lucke y sus compañeros críticos del euro quieren lograr. En lugar de más seguridad, la supuesta cura milagrosa sólo crearía nuevas incertidumbres, señala Der Spiegel. Nadie podía predecir el valor de su dinero mañana; las consecuencias serían fatales.
50-50 "solo en teoría"
Hay más. Los economistas piensan que el dracma y otras monedas nacionales tienen una desventaja psicológica. Serían inmediatamente estigmatizadas como divisas de pobreza. Parte del propósito de la propuesta de Lucke es reducir los costes laborales en el sur de Europa, pero de aplicarse, significaría que alguien en Grecia a quien se le paga 2.000 euros al mes, ahora recibiría una parte en euros y otra en dracmas, junto con la aceptación de la devaluación del dracma.
Pero al mismo tiempo esta situación también dispararía los desequilibrios sociales. Aquellos que logren mover sus activos en euros en el extranjero a tiempo se salvarían de la devaluación de la moneda. Esto sólo se podría evitar con estrictos controles de capital, que difícilmente podrían ser aplicados de forma permanente en la Unión Europea.
E incluso si todos los ciudadanos se comportasen, en la práctica, de la forma que Lucke asume que lo harían, los bancos del sur de Europa se vería amenazados. Porque los balances de las cuentas de sus clientes, así como sus pasivos a clientes extranjeros, seguirían denominadas en euros, pero la mitad de sus créditos a nivel doméstico no, lo que podría provocar grandes agujeros en sus balances. Incluso los prestamistas más sólidos pronto se verían abrumados por este principio contable.
Los gobiernos del sur de Europa también se verían muy afectados. Mientras que los bonos del Tesoro de Atenas, Roma, Madrid y Lisboa tienen altas deudas en euros en el extranjero, la mitad de sus ingresos fiscales futuros consistiría en dracmas o escudos, que poco a poco perderían su valor. Muchas empresas se enfrentarían a los mismos problemas.
El previsible fracaso de los bancos, las compañías y los gobiernos del sur de Europa afectaría a la industria financiera en todo el mundo, pero especialmente a Alemania. Entonces llegarían las reclamaciones de los prestamistas germanos contra los deudores del sur.
Al final, esto demuestra que las consecuencias del concepto de moneda paralela de Lucke son comparables a los de la retirada de un país de la unión monetaria. Tanto para los propios países que dejan el euro como para los del resto de la Eurozona.