
En esto de la carrera presidencial a la Casa Blanca está claro que el dinero es un factor clave para lograr tomar las riendas de la economía más grande del mundo. Según un análisis realizado por la web de Mother Jones, el desembolso realizado por el actual presidente de Estados Unidos, Barack Obama, durante la campaña electoral de 2008 alcanzó los 730 millones de dólares, casi el doble de lo invertido por su predecesor, George W. Bush cuatro años antes y 260 veces más que el gasto realizado por Abraham Lincoln en 1860.
Si echamos un vistazo a las campañas presidenciales de los últimos 150 años, y pudiéramos convertir la inversión realizada en todas ellas en un activo, podría apreciarse a la perfección como el pulso por conseguir ocupar el Despacho Oval es una commodity más que rentable y blindada a toda recesión económica que se precie.
Repasemos la historia electoral de EEUU y remontémonos a 1860, cuando la campaña de Lincoln invirtió un total de 2,8 millones de dólares (actuales) en hacerse con la presidencia del país. Desde entonces, varias han sido las contiendas electorales que han disparado el precio de este particular activo.
Un repaso a la historia
En 1896, la lucha entre McKinley y Bryan ya sentó las bases para la campaña más cara de la historia por aquel entonces, con un gasto que superaría casi los 100 millones de dólares actuales, según los datos del Centro de Política Responsable.
A partir de dichas elecciones, el coste de las carreras ha ido increscendo de forma continuada, con verdaderos impulsos, como el de Nixon vs. Humphrey vs. Wallace, que llegó a alcanzar un precio de casi 600 millones de dólares. A partir de entonces, el desembolso electoral sufrió un parón que mantuvo el precio estable, con algún que otro altibajo, hasta la carrera presidencial de 2004, que enfrentó cara a cara Bush y Kerry. Por aquel entonces, la factura sufrió un incremento que se quedó a las puertas de los 900 millones de dólares.
Obama alcanzó los 730 millones
Sin embargo, el momento crucial para esta particular burbuja electoral en la que nos encontramos llegó en las elecciones de 2008, cuando la batalla campal entre Obama y McCain batió todos los récords y colocó el coste electoral cerca de los 1.500 millones de dólares.
De momento, esta euforia parece continuar y muchos sitúan el coste de las elecciones de 2012 por encima de los 6.000 millones de dólares. Esta inyección de esteroides estaría fomentada por la decisión del Supremo de EEUU, que en enero de 2010 acabó con los límites de inversión en campañas electorales impuestos hasta entonces para sindicatos, patronales, empresas y, como no, multimillonarios.
Es cierto que estas agrupaciones e individuos no pueden invertir directamente en los candidatos pero sí pueden gastar cantidades ilimitadas de dinero en apoyar ciertas ideologías o causas a través de los conocidos como Super PACs ( un cierto tipo de Comités de Acción Política). Con una incertidumbre legal bastante evidente, estas Super PACs se posicionan en la sombra con alguno de los candidatos vigentes y se dedican a financiar agresivas campañas publicitarias en contra de los distintos adversarios de su elegido.
Elecciones... ¿sobrevaloradas?
La pregunta a estas alturas sería si la elecciones, como activo de inversión, serían una commodity cara o sobrevalorada. Bien, depende de con qué otro activo se compare. El incremento de los costes de las campañas electorales ha crecido de manera significativa y ha superado la subida en el precio del oro durante el siglo 20, aseguran desde la web Mother Jones.
Sin embargo, entre 1908 y 2008, la factura de las campañas electorales ha crecido casi al mismo ritmo que la inflación. Además, los costes de campaña han estado por debajo del crecimiento del PIB. Desde 1932, el PIB de EEUU ha crecido más del 1.700%, mientras que los costes de la campaña creció en torno al 1.360%.