
Andrew Gowers, exeditor del Financial Times, explica por qué la moneda única podría destruir la paz y prosperidad para las que se creó.
Hace 10 años, yo aplaudía los preparativos para la emisión de bonos y monedas para la nueva moneda única europea. En los años siguientes, fui uno de los que celebraron su éxito urgiendo a Gran Bretaña a unirse a la fiesta.
Ahora considero que estaba equivocado. Da la impresión de que la moneda única está logrando justo lo contrario de lo que buscaban sus creadores.
Objetivos incumplidos
Algunos prometieron una mayor estabilidad económica, pero el euro ha agravado la incertidumbre. Se suponía que la moneda única fomentaría la integración, pero ha creado divisiones. El euro representaba un vehículo para aumentar la influencia de Europa en el mundo y, en cambio, ha convertido a la UE en un hazmerreír. Fue promovida como una herramienta de cooperación, pero ha alimentado los conflictos.
David Marsh, banquero y autor del libro El Euro (el estudio definitivo sobre el tema), afirma: "El bloque de la moneda única se revela como una zona de divergencia económica semipermanente, polarización política y desequilibrio financiero intrínseco. Para la gran masa del electorado europeo, el concepto de Europa se ha convertido en un sinónimo de la reestructuración económica dolorosa e impopular. Los gobiernos de Unión Económica y Monetaria (UEM) han acometido sumas ingentes de dinero de los contribuyentes que no pueden pagar para solventar unas diferencias internas imposibles de disimular y apuntalar un edificio que muchos creen que no pueden soportar. Al menos en su forma actual".
Lo que hace esta letanía aún más humillante es que la deberíamos haber visto venir. El lío actual no es sólo una historia de incompetencia al más alto nivel político. Se trata del peor fiasco en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Y sus consecuencias amenazan ya al futuro a largo plazo de la Unión Europea.
Advertencias ignoradas
En cierto sentido, se trata del momento Lehman Brothers de Europa, con parte de culpa para todos. Los involucrados -dirigentes que firmaron el tratado de Maastricht, bancos centrales, expertos que diseñaron la moneda común y sus instituciones, animadores del periodismo y la economía- asumen parte de la misma. Prestamos poca atención a los argumentos de quienes se oponían al proyecto.
Hubo voces advirtiendo de los riesgos. Argumentaron que no había ejemplos en la historia de uniones monetarias sin el respaldo de una unión política, que el Banco Central Europeo carecería de autoridad para apuntalar el sistema financiero, que un tipo de interés único podría generar desequilibrios perjudiciales entre el euro y los Estados miembros, que los países sin posibilidades de ajuste de los tipos de cambio podrían desarrollar serios problemas de competitividad... Argumentos que fueron ahogados por los imperativos políticos.
La semana pasada hablé con una serie de defensores de la campaña pro euro hace 10 años. Surgieron cuatro temas clave. La mayoría insistió en que la idea de una moneda común es, en principio, correcta. "Europa, como continente con pequeñas y medianas Naciones-Estado, necesita un marco que regule su economía", afirmó un destacado hombre de negocios.
Según Will Hutton, uno de los autores del folleto Por qué Gran Bretaña debería unirse al Euro en 2002, "Francia tenía razón desde el principio. Europa necesita un sistema que le ayude a lidiar con el poder económico alemán. Ése es el punto de referencia para que todas las economías europeas continúen siendo puestas a prueba: mejor hacerlo en un marco organizado que con monedas de flotación libre".
Un diseño defectuoso
En segundo lugar, todos coinciden en que el diseño del euro fue defectuoso por motivos políticos. La política estuvo presente en la concepción del euro, cuando Francia convenció a Alemania para que abrazase la nueva moneda como contrapartida por permitir la reunificación de Alemania. El problema fue que los líderes que firmaron este pacto tenían ideas muy diferentes sobre cómo debería organizarse la nueva divisa.
François Mitterrand lo vio como el precursor de un acuerdo político para mantener controlado el poder de Alemania, mientras que Helmut Kohl estaba más preocupado por el apego de su propia clase política al marco alemán.
Consciente de la memoria de los alemanes sobre el colapso económico que llevó a Hitler al poder, él quería una moneda a imagen y semejanza del marco. No habría rescates de los gobiernos en problemas, ni posibilidad de salida de la moneda única, o al menos no sin un país que salga de la UE totalmente.
La mayoría de las economías nacionales se basan en medidas que permitan a los gobiernos ayudar a las regiones en problemas. Los líderes europeos prescindieron de ellas. En su lugar, acordaron medidas para guiar supuestamente las decisiones de gasto de los Estados miembros, en concreto una disposición que indicase que el déficit presupuestario de un gobierno no superaría el 3% del PIB.
Un tratado 'chapuza'
Estos fueron los elementos centrales acordados en Maastricht y, como muchos observaron entonces, fue una chapuza. No estaba claro cómo se aplicarían las normas presupuestarias ni cómo podría actuar la unión monetaria cuando sus miembros sufrieran problemas.
Para empeorar las cosas, pronto se formó una cola de países llamando a la puerta, incluidos aquellos con deudas gigantescas y gobiernos cuestionables, como Italia y Grecia. Las reservas expresadas por el Bundesbank y otros guardianes de la estabilidad fueron rechazadas. La necesidad política de construir un club global anuló la de construir uno sostenible.
"El diseño del euro debería haber estado confinado al núcleo central de los miembros de la UE y no haber admitido a Italia o Grecia", afirma Hutton.
En tercer lugar, la administración del euro por los Estados miembros ha sido pésima. Una señal de problemas se percibió cuando Francia y Alemania, tras haber limitado el déficit al citado 3% del PIB, tiraron la regla por la borda cuando se encontraron con que era demasiado difícil de cumplir. Aquel fue un duro golpe para toda esperanza de que el euro traería consigo una administración prudente de las finanzas públicas.
Pésima es también la palabra que describe la administración de la crisis de la zona euro. Los líderes de Europa han ido inventando medidas que producen calma momentánea justo antes de que llegue un nuevo brote de furia del mercado.
La cláusula de no rescate
La cláusula de no rescate fue una ficción que se vio brutalmente expuesta por el primer rescate fracasado de Grecia en mayo de 2010. El banco central independiente lucha por mantener su independencia mientras afronta cada vez más presiones para obrar como prestamista de última instancia y comprar deuda de economías en apuros.
Con todo, todos nuestros hombres de negocios creen que Europa está abocada a seguir adelante. No puede haber marcha atrás. Las consecuencias del fracaso de la moneda única serían mucho peores. "El incumplimiento es impensable", dice otro empresario. "Alemania no dejará que ocurra". "La salida de Grecia del euro sería un desastre", añade Hutton. "Habría una ingente fuga de capitales de otros periféricos y las tensiones podrían hundir toda la UE".
Los esfuerzos aspiran a mantener el proceso en marcha, pero la gran pregunta es: ¿en marcha hacia dónde? ¿Una unión fiscal, que conlleve la concentración de los presupuestos nacionales y/o la emisión de eurobonos conjuntos por parte de los gobiernos de la zona euro? Es deseable pero impracticable, afirma Willem Buiter, otro de los responsables de Por qué Gran Bretaña debería unirse al euro. ¿La secesión del euro por parte de uno o varios Estados miembros? No era una posibilidad que los fundadores de la divisa estuvieran dispuestos a contemplar. Pero una vez que Yorgos Papandreu propusiera el mes pasado la celebración de un referéndum sobre el último rescate, la salida forzosa de Grecia fue tratada abiertamente por Merkel y Sarkozy.
¿Un euro interior que incluya a Alemania y otros países que entiendan la disciplina presupuestaria? Suena atractivo. Pero llegar hasta allí sería complicadísimo. ¿Y quién pertenecería al club? Sin Francia no tendría sentido, y muchos ven en Francia, con su carga de deuda, la siguiente pieza del dominó después de Italia.
Un problema político
Esto pone de manifiesto el verdadero problema: no se trata sólo de deuda y déficit, sino de política con P mayúscula. Por eso me pregunto si al final se salvará el euro.
Llego a la conclusión de que las prisas han sido un error histórico. Los líderes no deberían haber lanzado una moneda basada en unos cimientos tan endebles. Pero lo hicieron, y el actual caos es su resultado. Para resolverlo, Merkel especialmente tiene que elegir entre el cólera y la peste.
O bien usa el BCE para que suelte cientos de miles de millones más para ayudar a Italia, Grecia y los demás incumplidores, salvando el euro pero encolerizando a su electorado, o bien inicia conversaciones para reformar el euro con menos miembros y normas más férreas.
El último derrotero está cargado de peligro. Podría colapsar y convertir los actuales temblores del mercado en una profunda recesión global. Así, en vista de las circunstancias y para evitar ese destino, no hay más que pasar por alto la historia de esta deforme creación y echarle dinero. Con todo, no vale la pena pensar en las consecuencias políticas.