
La salida adoptada por la autoridad monetaria europea para tratar de frenar la acometida de los inversores a la deuda española e italiana, y que disparó todos las alarmas la semana pasada en Europa, no es una solución óptima, en la medida que la adquisición de títulos de ambos países por el BCE inicia una fase de monetización de la deuda que acabará, como se ha producido en otras ocasiones precedentes, en un proceso inflacionario. El BCE compró ayer 1.500 millones en deuda española.
La crisis de deuda pública es ineludiblemente la segunda fase de una crisis financiera. La Reserva Federal norteamericana acudió a la monetización desde el primer momento porque no está sujeta a mandato limitativo, como el Banco central Europeo, que ha roto la ortodoxia financiera al mismo tiempo que ha sobrepasado su estricto mandato de contener la inflación. Y esa inflación va a ser la que se desate tras el proceso.
Iniciado el proceso inflacionario, el riesgo es que el BCE, en este caso, encuentre, como ocurrió en la crisis de deuda latinoamericana de los años ochenta, que la inflación es una manera de reducir el precio de la deuda y se acomode a esta situación. Y para corregirlo habrá que recurrir a una subida de tipos. ¿Se habrá situado Europa para entonces en una senda de recuperación consistente? Esa no será ya responsabilidad de Jean Claude Trichet.
Por otro lado, los especuladores más agresivos saben que la decisión a trancas y barrancas del BCE tiene sus limitaciones y es coyuntural. La entidad no puede soportar una cartera de activos constituida sólo por papel español e italiano. Únicamente tienen que esperar.
La claudicación
El presidente del BCE sabe todo eso y es por ello que intentó retrasar lo inevitable, hasta que las presiones de Berlín y París le colocaron entre la espada y la pared. A Trichet no le gusta apartarse del mandato constitucional del BCE. Ya lo hizo al adquirir cédulas hipotecarias a rebufo del estallido de la crisis y, más recientemente, cuando en 2010 empezó a hacerse con papel de los países al borde del abismo.
Y, de nuevo, acaba de transigir ante el acoso de los especuladores. Según su obligación original, el banco emisor debe mantener la inflación mediante la política oficial de tipos y, desde luego, iniciativas como la intervención en el mercado secundario están en el arsenal de la entidad.
La autoridad monetaria de la moneda única, de hecho, reiteró en el comunicado posterior a la reunión de donde salió la adquisición de títulos españoles e italianos que el objetivo último de la medida radica en "garantizar la estabilidad de precios en la zona euro".
Un brindis al sol, puesto que sus secuelas apuntan precisamente en sentido opuesto. Porque lo peor de la iniciativa reside en que los inversores consideren el paso una debilidad implícita del banco respecto al objetivo de contener la inflación. Y, en consecuencia, anticipen que el BCE no se mostrará tan contundente en el futuro para contener el alza de los precios.
Instrumentalización
Otro de los riesgos que corre la entidad emisora con su iniciativa estriba en la instrumentalización que de ella orqueste la clase política. Los gobiernos comienzan a sugerir que las adquisiciones forman parte del cometido ordinario del BCE. Y se equivocan. Pero continúan dando alas a aquellos que dudan de su independencia.
Y de la misma manera, al considerar que no se trata de operaciones extraordinarias, se empiezan a acostumbrar y a pensar que se prolongarán lo necesario para frenar a los especuladores. Y olvidan que la solución no reside en la intervención del BCE, sino en todas las reformas que deben ejecutar para que la economía crezca.
A todo esto se suman las divergencias en el seno de la entidad que la decisión acaba de poner negro sobre blanco. Máxime cuando el banco emisor pasa por una institución colegiada que procede de forma conjunta y cohesionada. El ala alemana del banco no quería ni siquiera que se empezaran a adquirir de nuevo bonos irlandeses y portugueses en el marco del programa de recompra. Con lo que se puede inferir fácilmente qué opinan de comenzar a adquirir títulos españoles e italianos.