
Mientras los turistas se empeñan en encuadrar en sus cámaras la majestuosidad del museo del Hermitage, una limusina resplandeciente aparca en la acera. De dentro sale una pareja de recién casados flanqueada por sus elegantotes invitados.
En ese momento atentos fotógrafos se compone una imagen que refleja el desaforado nuevorriquismo de San Petersburgo, tan apabullante como las dimensiones neoclásicas de esta ciudad con la que el zar Pedro I quiso epatar a todos. Pero puede estar tranquilo quien haya estado lento. En verano, cuando el día se alarga, otros novios de boyantes cuentas corrientes montarán idéntico espectáculo frente a otros de los magníficos escenarios de la antigua Leningrado. Si el casorio es de mucho postín, quizás los anfitriones hayan alquilado la playa que hay junto a la fortaleza y catedral de San Pedro y San Pablo.
Pero nada de fotos ahí, pues unos grandullones impedirán el acceso a los emperifollados pabellones. Pero hoy, como es otoño y ya hace mucho frío, la esponsales tienen lugar en los salones del hotel Astoria, donde los invitados, rubios, altivos y envueltos en ropas de marca, pasan las horas hablando de su exitosa trayectoria: esa última inversión y ese negocio con el que tapizarán el Rolls Royce... ¿Y la mansión? En el Triángulo de Oro, nombre de la zona delimitada por la Perpectiva Nevsky, primorosa y renombrada arteria de la ciudad, y los ríos Neva y Fontanka, donde las casas cuestan más que en casi todas las capitales occidentales.
La última copa
El verano es la mejor época para esta tribu, que puede comenzar la noche en el Royal Beach, restaurante-terrazadiscoteca que se asoma al mar Báltico. La última copa en el Jelsomino o el 7 Sky Bar, entre diseño a discreción. Por la mañana, resacosos, ya se sabe, al club de golf Duni y por la tarde un rato en el Planeta Fitness, un gimnasio montado en un barco permanentemente fondeado junto a la mencionada playa. Aunque es posible que alguno de la pandi no vaya, porque no sé qué familia organiza una fiesta a lo bestia en el ostentoso hotel Corinthia para celebrar que todo nos va estupendamente.
Como así están las cosas, no resulta fácil reservar mesa en los comedores de moda, ya sea en el Tiffany's, el Terrassa o el More, que aunque sirven beluga a precio de oro, se ponen a tope. Vamos, que Catalina la Grande disfrutaría de lo lindo. Algo del espíritu descocado de la zarina fluye en las parties de las discos: Che Café Club para empezar suave, Led Limon para seguir, y quien aguante de cuerpo, el Dekadance.Claro que habrá quien no se una al sarao porque se habrá dejado la mitad de su fortuna en el casino Olympia o en el Conti, que desde el retorno del capitalismo a los rusos les pirra jugarse la vida ahí dentro.
Otros no se saldrán tanto de madre y, fieles a la tradición, no fallarán en el último estreno de ballet u ópera del Mariinsky, o de teatro o música clásica en el Alexandrinsky, que para eso pagan religiosamente la reserva perenne de un palco. Y qué mejor lugar para exhibir ante los conocidos las ropas que el día anterior se compraron en Vanity, Patrick Hellmann, Bosco di Ciliegi o en Babochka, boutiques con todo lo más de lo más. Y así que pasen cinco años. O más.