
Es evidente que España ha reaccionado tarde ante la recesión económica, que, como primera consecuencia, produjo el brutal y súbito estallido de la burbuja inmobiliaria, que representaba bastante más del 10% del PIB estatal.No en vano, el ajuste debe salir adelante, y la oposición no debe aprovecharse de la crisis.
Se han teorizado pero no emprendido las reformas estructurales pertinentes, en pos de una productividad que ya no es opcional para nosotros: o conseguimos generar nuevas actividades de alto valor añadido que sustituyan el empuje del ladrillo o este país experimentará un retroceso histórico en su desarrollo y en su nivel de vida.
La incredulidad de España ante los mercados
Pero, dicho esto, es claro que nuestro infortunio, como el de todos los países de la Eurozona (en especial, los periféricos pero también los del núcleo duro de la Unión Económica y Monetaria), se ha agravado extraordinariamente por la inconsistencia del euro, que ha generado gran incredulidad en los mercados internacionales.
La falta de cohesión política y económica de la moneda única fue denunciada por gran parte de la opinión experta desde antes de que la divisa europea echara a andar. Se argumentaba, con toda la razón, que el Banco Central Europeo, que había de dictar la política monetaria en un ámbito fuertemente heterogéneo, carecería de referentes para llevar a cabo una tarea que, en tanto no se cubriera aquel vacío, plantearía flagrantes contradicciones.
La ambigüedad del Banco Central
En los altibajos de la última década ha sido evidente que, por ejemplo, las decisiones del BCE sobre los tipos de interés eran ambiguas porque, al ser distintos los ciclos de todos los países miembros del euro, las subidas y bajadas del precio del dinero beneficiaban a algunos en tanto perjudicaban inevitablemente a los otros. Hemos visto con estupor que el BCE bajaba los tipos cuando Alemania y Francia tenían dificultades para crecer o se estancaban? a pesar de que otros países como España tuvieran en aquel momento la inflación desbocada por una expansión excesiva.
En épocas de prosperidad, aquella disfunción grave era llevadera y pasaba relativamente inadvertida. Pero la recesión ha sacado a la luz la gravísima carencia europea. A principios de este mismo año, las instituciones europeas ?incluidos la Comisión y el BCE-, ajenas todavía a las turbulencias que surgirían después, comenzaban a recomendar a los miembros de la Eurozona que fueran cerrando las políticas expansivas y se dispusieran al ajuste? cuando España, Grecia, Portugal e Italia llevaban evidente retraso todavía.
Ante estas graves grietas, los mercados ?que no son agentes maléficos sino expresiones materiales de la racionalidad económica, que se aprovechan de las contradicciones- han detectado la debilidad de la Eurozona y han visto que tenían un vasto campo para especular. No por su perversidad intrínseca, como algunos piensan y dicen, sino porque, en efecto, los Dieciséis del euro no tienen suficiente cohesión.
Falta de coraje político alemán
Pero tampoco ha habido coraje político para suplir esta carencia con energía. Ante la crisis griega, consecuencia de una deriva inaceptable de este país durante varios años ?que llegó a incluir el falseamiento estadístico de sus datos macroeconómicos-, Alemania ha remoloneado muchas semanas antes aceptar la necesidad de salir en su salvamento, que era también el salvamento del euro. La señora Merkel, temerosa de que tal medida le pasara factura política ?como así ha sido en las últimas elecciones regionales-, ha lanzado un mensaje de insolidaridad, de antieuropeísmo, de falta de liderazgo europeo, que ha puesto de relieve la falta de engrudo entre los países. El comportamiento temeroso y pusilánime de Alemania ha asestado a la moneda única un golpe durísimo, del que no se sabe si se recuperará por completo alguna vez.
El examen de los presupuestos
Ante esta evidencia, y puesto que hoy por hoy resulta impensable ?por pusilanimidad y falta de arrojo de los líderes europeos- abordar una armonización en toda regla de las políticas fiscales ?la construcción de la inexistente Unión Económica-, los jefes de gobierno y las instituciones comunes han optado por aplicar terapias contundentes pero a todas luces insuficientes: los países de la Eurozona deberán "convalidar" sus presupuestos estatales en Bruselas seis meses antes de su aprobación parlamentaria, se ha creado un fondo de un billón (europeo) de dólares (750.000 millones de euros) para garantizar la moneda única y se ha instado a todos los países a que aceleren sus ajustes respectivos para que la convergencia de los déficit en la franja del 3% del PIB se produzca cuanto antes.
El caso español
En el caso español, se ha exigido, después de un forcejeo, que nuestro presupuesto reduzca el déficit al 6% el año que viene, una tarea hercúlea? que frustrará a buen seguro el incipiente crecimiento económico y nos devolverá algún tiempo a la recesión o al crecimiento cero.
Algunos han interpretado este control como una "intervención" de España (y de los demás países en dificultades) por la Unión Europea. Y algo de eso hay en realidad. Ya que no existe un ente global mínimamente unitario con una única política económica, las instituciones comunes deben obligar a sus miembros a respetar unos determinados límites para suplir dicha carencia.
El ajuste español
España había planteado un ajuste gradual que nos devolvería a un déficit del 3% en 2013; en 2011 habríamos de alcanzar el 7,5% del PIB, gracias a un crecimiento previsto en dicho año del 1,8%. Esta previsión era poco creíble, ya que la práctica totalidad de las instituciones internacionales pronosticaban tasas positivas de menos del 1%. Hubo pues, una vez más, un exceso de voluntarismo y de confianza.
Tras la reacción de la Eurozona a los ataques de los mercados, España ha debido dictar su plan de austeridad. Un plan que no sólo sirve para lograr efectos contables sino también y sobre todo para infundir credibilidad al país ante sus acreedores. Además, por simple ortodoxia y para frustrar lo menos posible la recuperación, era necesario que este ajuste se basara en recortes de gasto y no en un aumento de la presión fiscal. El presidente del Gobierno, que tenía que tomar las decisiones ante esta amarga coyuntura, ha optado por un recorte en los términos ya conocidos, que incluyen la rebaja del salario de los funcionarios y la congelación de las pensiones, salvo las mínimas y las no contributivas (que son de pura supervivencia).
El ajuste de Zapatero
Visto con objetividad, el ajuste, aunque opinable, era inexorable, y aunque lesivo socialmente, deja intactos los grandes servicios públicos ?sanidad y educación- y el subsidio de desempleo, que consume más del 3% del PIB y que palia el mayor problema humano de la recesión.
El ajuste, inevitablemente impopular, ha hecho caer espectacularmente la cotización del Gobierno y del PSOE en las encuestas. Pero las elecciones están lejos y es previsible que esta opinión puede cambiar si se comprueba que la contundente medida logra resultados con eficacia. Por supuesto, nada indica que no haya que efectuar más recortes en el futuro, pero en el momento presente no tiene sentido hacer previsiones sobre una realidad extremadamente fluida.
Ante el ajuste, el principal partido de la oposición y algunas minorías (CiU especialmente) han mordido presa y no están dispuestos a soltarla fácilmente, hasta el extremo de que no será sencillo convalidar en el Parlamento el decreto-ley que el próximo jueves aprobará previsiblemente el Gobierno. El PP se opone, en concreto, a la congelación de las pensiones, con argumentos tan obvios que rozan la demagogia. Y el desgaste de Zapatero por una gestión demasiado premiosa de la crisis ?no se han realizado en dos años reformas estructurales que ya deberían estar en marcha- le está pasando factura, y toman cuerpo hipótesis dramáticas: la formación de un gobierno de concentración, la dimisión de Zapatero para dar paso a otro socialista que convoque elecciones, etc.
El quid de la cuestión: los Presupuestos Generales del Estado
Aunque la disconformidad con las políticas gubernamentales esté sobradamente justificada, no sería razonable perder de vista que está en juego la estabilidad del país ante los mercados y, políticamente, ante nuestros socios de la Eurozona. El ajuste debe salir adelante, y desde este momento será necesario empezar a negociar los presupuestos del Estado para el 2011, que deberán consumar la reducción del déficit hasta el límite señalado del 6%. Durante este proceso, y si las turbulencias lo permiten, deberían discutirse los términos de la parte del ajuste que corresponde al año que viene. Y quizá sea entonces posible sustituir la congelación de las pensiones ?sin duda el elemento más cruento del plan- por otros recortes. Y entonces también cabrá proponer medidas fiscales que acentúen el sacrificio de las rentas más altas. Pero lo que resultaría censurable es que los partidos de la oposición quisieran aprovechar la crisis para afirmar su instalación a costa del interés general, que en este momento pasa por la demostración de que España, que ha vivido por encima de sus posibilidades demasiado tiempo, es capaz de embridar estos excesos y de regresar austeramente al suelo de la realidad.