Los grandes asuntos de debate han desfilado como anuncios en un cine antes de la proyección de la película y pocos han permanecido en pantalla más de dos o tres días seguidos.
La economía no ha sido una excepción, a pesar del mediocre crecimiento francés (1,5 por ciento de promedio en los últimos cinco años y 2,1 por ciento en 2006), la elevada tasa de desempleo (8,7 por ciento, según polémicas cifras oficiales), la caída de las exportaciones, un déficit público reducido a duras penas al 2,4 por ciento del PIB en 2006 y una deuda que se ha multiplicado por cinco entre 1980 y 2005, superando el 64 por ciento del PIB.
Por supuesto, los tres principales candidatos -Nicolas Sarkozy, Ségolène Royal y François Bayrou- han esbozado una respuesta a estos problemas en sus respectivos programas, pero como señala Laurence Parisot, presidenta de la mayor organización patronal francesa, el Medef, sus programas no son "suficientemente ambiciosos".
Carencias económicas
Los economistas, que suelen preferir prodigar sus consejos en la sombra, no han dudado en tomar partido. De izquierda o derecha, casi todos comparten el mismo diagnóstico sobre la situación de la economía francesa y ven en su déficit comercial el debilitamiento de la productividad.
También se muestran más partidarios de una política para relanzar el crecimiento mediante la oferta -ayudas a las empresas, liberalización- que por la demanda -aumento de los salarios y el gasto público-.
Pero no es seguro que los candidatos les hayan escuchado atentamente, y sus propuestas se asemejan más a un catálogo de medidas puntuales que a una visión global y a largo plazo de la economía. Sin entrar en las fantasiosas propuestas de trotskistas, soberanistas y otros extremistas que también se presentan a las elecciones, los programas de los partidos reflejan en cierto modo la esquizofrenia de un país -sexta economía mundial- que ha dado una tercera parte de las grandes multinacionales europeas, pero cuyos ciudadanos son los más recelosos del planeta respecto a la economía de mercado.
El programa de los candidatos
Royal, la aspirante socialista, aboga por ejemplo por un aumento del salario mínimo -que ya es elevado respecto a otros países de Europa- y apela a una negociación entre la patronal y los sindicatos para aumentar el resto de los salarios, aún a riesgo de encarecer el coste del trabajo y con dudosos efectos sobre el crecimiento.
Bayrou, abanderado de una "social-economía" y Sarkozy, apóstol del trabajo, apuestan más bien por crear más empleo en sectores como la restauración, la construcción o el comercio, a través de la exoneración de cotizaciones y la promoción de las horas extraordinarias; y Sarkozy insiste además en la rebaja de la fiscalidad.
Aunque todos los candidatos se han comprometido más o menos en invertir en educación y fomentar la investigación como factores de crecimiento, los economistas echan de menos un mayor énfasis en las reformas estructurales a largo plazo como la recuperación del retraso en la educación superior, la liberalización de los servicios y del mercado laboral. Son reformas cuyos resultados no se verían al cabo de los cinco años que dura un mandato presidencial, lo que explica tal vez que los candidatos prefieran proponer reformas coyunturales, con la esperanza de que sus resultados sean tangibles más rápidamente.
Otro problema es que tanto Sarkozy como Royal han basado sus programas en hipótesis de crecimiento optimistas, como hizo Jacques Chirac cuando llegó al poder. Para los economistas, el riesgo es que el próximo presidente de la República caiga en la trampa del anterior y vuelva a retrasar el lanzamiento de las necesarias reformas hasta que el crecimiento las facilite. Francia perdería de nuevo la ocasión de ponerse al día y el modelo social del que tanto se enorgullece tendría los días contados.
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