
Los inversores manejan sus propios códigos. Pautas de las que se sirven para desenvolverse por el proceloso mundo de los mercados financieros. Una de las más importantes es la marcha de la moneda nipona, que se ha especializado en subir cuando el resto tiembla.
El de las divisas siempre es un terreno propicio para las emociones fuertes. Por impredecible. Por los inmensos flujos de dinero que acoge cada día. Por volátil. Y los tiempos actuales no constituyen una excepción. ¿Un ejemplo? Por supuesto, el yen japonés.
La divisa nipona se ha convertido en una brújula clave para los inversores, un privilegio que comparte en estos momentos con otra moneda, el dólar australiano. Se fijan en ambas por cuestión de asociación. Cuando el optimismo impera, los inversores se envalentonan y conducen su dinero hacia los activos con más riesgo y, por tanto, con más potencial de rentabilidad. En esas fases, el dólar aussie impone su ley, en tanto que el yen pierde fuerza. Pero, ¡ay cuando vuelven los temores y la incertidumbre! El retorno de los nubarrones trae consigo una actitud más conservadora. Los inversores ya no buscan la tierra prometida de la rentabilidad, sino proteger su patrimonio. Y el panorama sufre un vuelco espectacular: la moneda australiana sufre y la japonesa resurge.
La más fuerte del año
Este diagnóstico general se ve plasmado en los datos. Por ahora, los sustos han sido más intensos que las alegrías durante el arranque de 2010. A priori, un entorno favorable para la subida del yen. Pero, ¿ha sido así? Sin duda. Hasta la fecha, la divisa japonesa es la más fuerte entre las principales del mundo. Sube contra todas. En concreto, acumula avances del 4,2 por ciento contra el dólar estadounidense; del 5,5 por ciento contra el dólar australiano; o del 9,6 por ciento contra la libra esterlina.
El euro, por supuesto, no se salva. Es más, es la divisa contra la que más terreno gana. Penalizado por las dudas que envuelven a la consistencia de las finanzas públicas de varios de los eurosocios, con Grecia a la cabeza, la moneda única se deprecia un 9,8 por ciento contra la nipona, hasta los 120,2 yenes, el cambio más bajo en un año -ver gráfico-.
Pero, ¿hay algún motivo que justifique este comportamiento de la divisa nipona? Sí. El carry trade. O mejor dicho, el anti-carry trade. Cuando la confianza regresa, los grandes inversores institucionales acuden a por financiación barata a los países en los que los tipos de interés se encuentran más bajos. Como Japón, donde están en el 0,1 por ciento. Una vez que la consiguen, cambian esos yenes por la divisa de otros países donde invierten ese dinero para buscar unos rendimientos más altos. Este arbitraje provoca la caída de la moneda financiadora; en este caso, el yen.
Este proceso es el que se conoce técnicamente como carry trade. Pero puede alterarse cuando retorna la incertidumbre. Y en ese caso, el mecanismo inverso -el anti-carry trade- propicia la subida de divisas como el yen y, en en menor medida, del dólar estadounidense.
Cuestión de reflejos
Ahora bien, ambas tendencias no telegrafían su llegada ni su retirada. Vienen y se van, de ahí que invertir en función de ellas requiera cintura y no perder de vista el mercado. Otro riesgo proviene de que el comportamiento del yen está supeditado igualmente al veredicto de las autoridades japonesas, que podrían frenar la apreciación de su moneda para no perjudicar sus exportaciones. Una inversión, por tanto, para quienes gustan de emociones fuertes. Pero así son las divisas.