La Pasión de Cristo se vive en España y Latinoamérica con gran devoción, pero cada localidad la interpreta a su manera. En unas destaca su colorido o el estrépito; en otras, el silencio. Calanda, Murcia, Latinoamérica: acompáñenos en un viaje apasionante por los destinos más importantes a los que acudir durante esta Semana Santa
1. "El ruido del cosmos" redobla en Calanda
A las doce en punto de la mañana del próximo viernes, las campanas de la torre del Pilar marcarán en Calanda la "rompida de la hora", la señal para iniciar el estremecedor redoble de tambores que caracteriza la celebración pascual en esta localidad turolense.
Es un trueno machacón y alucinógeno, que Luis Buñuel -nativo de Calanda y no precisamente beato- asociaba con "el ruido del cosmos". En Calanda, cada cofradía tiene su banda de tambores y dos de ellas son femeninas: La Dolorosa, integrada por las chicas que van a casarse a lo largo del año, y La Magdalena, en la que marchan las casadas, vestidas de luto ritual.
A las tres de la tarde del mismo día arrancará la procesión del Pregón, encabezada por una veintena de jóvenes barbados, falsos centuriones o putuntunes. Pero el protagonismo de la jornada queda para el jefe de la guardia y un enigmático personaje, Longinos. Ambos fingen un combate cuyo desenlace será, porque así lo prescribe la tradición, la muerte del opresor. El cineasta aragonés registró esta imagen tremenda: "La membrana de los tambores se mancha de sangre, y los tamborileros acaban con las manos sangrando de tanto redoblar".
2. Zamora: severidad barroca de imágenes y sonidos
Las primeras referencias a la Semana Santa de Zamora datan del siglo XIII y dicen esto: "para cantar los viersos e fazer presentaçion de Nuestro Sennor, a servitio de Dios e del Rey". Ocho siglos después, cada procesión de la pasión zamorana -este año se han programado 15- tiene un rasgo que la distingue.
En unas es el ascetismo, en otras el colorido, el estrépito o el silencio. Hay una jerarquía funcional en los participantes y algunas procesiones reciben, al margen de su advocación, nombres populares como de las Capas (miércoles) o del Cinco de Copas -un remedo de paso de baile que se oficia el viernes por la tarde-.
Visualmente, la severidad barroca de las imágenes impresiona, pero aún más dramáticos son los sonidos: el toque a muerto, la secuencia seca de las carracas, la desnudez del merlú (una corneta con sordina) o la gravedad de los cencerros que agita el barandales que abre la marcha.
3. Escenografía de cine en la huerta murciana
También en Lorca la Semana Santa llega con un contenido altamente teatral, que cabe asociar con un género cinematográfico, el peplum -películas de aventuras ambientadas en la Antigüedad-.
En este pueblo de la huerta murciana todos se declaran blancos o azules, según sean seguidores de la Virgen de la Amargura o de la Dolorosa, respectivamente. En sus procesiones, la imaginería barroca convive con unas carrozas decoradas sin remilgos. Entre el repertorio de personajes, llaman la atención Moisés, la reina de Saba y Julio César, y cada uno acude con su séquito.
Los cofrades lorquinos explican esta singularidad como la expresión de una pasión colectiva, que el pueblo vive durante todo el año, porque esta logística no se improvisa. Acerca de la rivalidad entre blancos y azules, está documentado que es de origen decimonónico: los labradores de la cofradía de la Virgen de la Amargura, no pudiendo igualar la indumentaria de terciopelo y oro que vestían los fieles de la Dolorosa, reaccionaron actualizando, a su manera, los autos sacramentales de antaño. Su golpe de efecto fue la puesta en escena de la entrada de Jesús en Jerusalén, a la que pronto incorporaron nuevos personajes.
4. La herencia de los conquistadores
La Semana Santa hispana viajó por todo el mundo de la mano de los conquistadores y donde echó raíces, se fue mezclando con la religiosidad popular. Entre las muchas manifestaciones coloniales que se preservan en Latinoamérica, la procesión de la ciudad colombiana de Popayán es un paradigma.
Las calles adoquinadas de esta ciudad blanca son el escenario perfecto de un ceremonial en el que los papeles están muy calculados. Los munícipes abren las procesiones, suntuosamente vestidos de frac; les siguen los caballeros del Santo Sepulcro, con rostro lúgubre y, en los intervalos, un batallón de jovencitas siembra aromas en el aire.
Más funcional y reconocible es el rol de los cargadores de los pasos, y el de los niños encargados de mantener siempre encendidas las velas. El Cristo coronado de espinas que recorre sus calles el Domingo de Ramos es una preciosa talla del siglo XVII.
5. San Luis Potosí, ejemplo de la riqueza del idioma
En México, a unos 600 kilómetros de la capital y en medio de la aridez de la Sierra Madre, la ciudad de San Luis Potosí es célebre por su Procesión del Silencio, que tiene lugar el Viernes Santo, desde la plaza del Carmen hasta la Catedral. Durante el lentísimo trayecto de tres horas es acompasada por tambores e iluminada sólo por antorchas.
La distribución de la grey, según sus funciones, es un ejemplo de la riqueza del idioma: monaguillos, nazarenitos, macarenas, charros y adelitas, además de los costaleros, son algunas de las categorías que forman equipos en representación de cada templo de la ciudad. El cercano pueblo de Real de Catorce, un mítico centro hippy, rivaliza en espectacularidad con una puesta en escena igual de solemne.