Economía

De pelearse por el bacalao a ser el quinto país más rico del mundo: la economía que se negó a ser pobre

  • El país ha pasado de ser un 'monocultivo' de la pesca a tener cinco pilares clave
  • El turismo, las finanzas, el aluminio, la energía y la pesca diversifican la economía
  • OCDE: "Islandia no parecía predestinada a alcanzar el éxito económico"

Hay países que pese a no contar con ningún tipo de 'tesoro' o ventaja comparativa aparente, se 'empeñan' en buscar soluciones y vías para terminar siendo economías desarrolladas. Un ejemplo que suele ponerse en todos los manuales de economía es el de Japón. Sin embargo, hay otro ejemplo, quizá menos representativo por su pequeño, pero más llamativo para el lector por su 'cercanía' al encontrarse en Europa. La propia OCDE comenzaba un reciente análisis describiendo a este país de la siguiente forma: "Relativamente pequeña, remota y propensa a sufrir crisis volcánicas, Islandia no parecía predestinada a alcanzar éxito económico. Sin embargo, se ha convertido en uno de los países más ricos de la OCDE". Imaginar la Islandia de los años 60 y 70 es evocar un país volcado al mar, donde el olor a bacalao secándose al aire impregnaba los puertos. En aquel entonces, la pesca era con mucha diferencia pilar indiscutible de la economía islandesa. El país dependía de sus riquezas pesqueras hasta tal punto que el bacalao se convirtió en un asunto de Estado. Hoy, aunque la pesca sigue siendo un pilar, la diversificación y la irrupción de nuevos sectores han convertido a Islandia en una de las naciones más prósperas del planeta en términos de PIB per cápita, con niveles de vida altísimos y una economía algo más diversificada y moderna.

En la actualidad, el PIB per cápita de los islandeses roza los 90.000 dólares a precios corrientes, un nivel similar al de EEUU (en la paridad de poder adquisitivo, la cifra cae a 81.000, pero sigue siendo extremadamente alta), y siendo el quinto país con la mayor renta del mundo, según el ranking del Fondo Monetario Internacional (FMI). La OCDE destacaba en su último informe que "la economía se sustenta en un sólido marco macroeconómico, una fuerza laboral altamente cualificada y una cultura de innovación. Además, se encuentra entre las más igualitarias de la OCDE, gracias a una alta participación laboral, salarios ajustados y beneficios sociales bien focalizados". Antes de esta historia de éxito, los islandeses han tenido que recorrer un arduo camino navegando sus peligrosas aguas para pescar, enfrentándose a grandes potencias para defender sus tesoros y sufriendo gravísimas crisis económicas. Así es la historia de superación del país que se negó a ser pobre.

En las décadas de 1960 y 1970, la pesca era la columna vertebral de Islandia (desde el siglo anterior, la pesca era el principal medio de sustento para los islandeses). Hacia mediados de los años 70, en el momento más tenso de las llamadas Guerras del Bacalao, la industria pesquera llegaba a representar entre el 80% y el 90% de los ingresos por exportación del país (hoy representan el 18%, todavía una cifra elevada). Ningún otro sector se acercaba a tal predominio, reflejando una dependencia casi existencial de los caladeros. La economía de Islandia era un 'monocultivo de pescado'. Las Guerras del Bacalao fueron una serie de disputas con el Reino Unido en las que Islandia, con escasos recursos militares, pero férrea determinación nacional, amplió unilateralmente sus límites de pesca.

Esto permitió a la economía expandirse con mayor intensidad y diversificar su tejido productivo. Aunque la pesca y las piscifactorías siguen siendo hoy un pilar de esta economía nórdica, lo cierto es que los cambios en los años 80 y 90 han convertido a Islandia en un país con una industria energética muy potente, un sector del turismo extremadamente rentable (viajar con Islandia es caro, pero todo el mundo quiere ir) y un sector financiero competitivo y grande.

Con el objetivo de modernizar y expandir la economía, el gobierno implementó una serie de iniciativas de liberalización del mercado, desregulación y privatización. Se llevó a cabo una profunda reforma de las políticas fiscales, con la abolición del impuesto sobre el patrimonio neto y la reducción del impuesto sobre las rentas del capital (del 40% al 10%) y de los tipos del impuesto de sociedades (del 48% al 18%).

Una revolución fiscal y económica

Al mismo tiempo, se eliminaron los subsidios a empresas no rentables y se vendieron empresas estatales, desde la pesca hasta la banca comercial. Se redujeron las regulaciones sobre negocios y finanzas y se liberalizó el tipo de cambio. Todas estas reformas culminaron en la privatización total del sector bancario islandés en 2002 y transformaron a Islandia de una economía impulsada por la pesca a una economía moderna, con unas finanzas muy sofisticadas (también arriesgadas), un modelo energético que es la envidia de Europa, una metalurgia que opera a unos costes bajísimos (gracias a la fuerte generación de energía) y un sector turístico que no para de crecer.

Precisamente, otra de las claves de la diversificación islandesa fue el aprovechamiento de sus abundantes recursos energéticos. El país, carente de combustibles fósiles, ha sabido convertir en ventaja sus ríos caudalosos y la actividad geotérmica de sus volcanes. Hoy Islandia es líder mundial en producción de electricidad per cápita, generándola 100% con fuentes renovables (aproximadamente 71% hidroeléctrica y 29% geotérmica). Esta energía barata y limpia ha servido de base para el desarrollo de industrias de uso intensivo de energía, especialmente la metalurgia del aluminio. Las reformas fiscales y la energía barata atrajeron a importantes empresas de la metalurgia. Gracias a proyectos hidroeléctricos masivos como la central de Kárahnjúkar para alimentar estas factorías, Islandia se posicionó como uno de los mayores productores de aluminio a nivel mundial. La electricidad "sobrante" del país se convirtió en aluminio de exportación, reduciendo el peso relativo de la pesca en la canasta exportadora nacional.

Mientras fortalecía su base industrial, Islandia también fue modernizando su sistema económico y financiero. A partir de los años 90, el país emprendió profundas reformas pro-mercado que generaron un rápido crecimiento económico, elevaron al país a las cotas más altas en los índices de libertad económica... y estimuló la creación de un enorme sistema financiero (un arma de doble filo). Los bancos islandeses se expandieron agresivamente por Europa y el mundo, financiando su crecimiento con deuda externa. Durante los primeros años 2000, Reikiavik se vendió como centro financiero internacional y las entidades islandesas multiplicaron sus activos (sus balances eran mucho más grandes que la propia economía del país). Por un tiempo, pareció que la diminuta Islandia había encontrado un lugar entre los gigantes financieros globales. Sin embargo, este crecimiento resultó insostenible y con la crisis financiera de 2007 el sistema bancario islandés cayó, hundiendo la economía tras años de sobrecalentamiento, y enormes déficits por cuenta corriente.

El castillo de naipes financiero se derrumbó estrepitosamente con la crisis de 2007-2008. La quiebra de Lehman Brothers en EEUU desencadenó el pánico y, en cuestión de días, colapsaron los tres principales bancos de Islandia, cuya deuda externa superaba de lejos el tamaño de toda la economía nacional. Los bancos islandeses habían acumulado activos y pasivos que llegaban a diez veces el PIB del país, una burbuja financiera insostenible. Cuando estalló, las consecuencias fueron severas: la corona islandesa se hundió en picado y el PIB islandés se contrajo un 5,5% en tan solo los primeros seis meses de 2009. La situación social también se tensó: hubo protestas masivas y cambios de gobierno. Sin embargo, la crisis no logró desmoronar todo lo que se había construido durante años de excesos. La economía ya partía desde una base mucho más alta.

Paradójicamente, de aquella crisis surgieron algunas decisiones audaces que allanaron el camino de la recuperación. Islandia optó por una receta poco ortodoxa en comparación con otros países afectados por la crisis financiera global: dejó quebrar a sus grandes bancos y no socializó las pérdidas con dinero público. Como resumía el propio FMI, "se formó un equipo de abogados para asegurar que las pérdidas de los bancos no fueran absorbidas por el sector público". Para 2011 la economía islandesa volvía a crecer, marcando el fin oficial de la recesión. Islandia regresó a los mercados internacionales emitiendo bonos soberanos en 2011, antes de lo previsto, y recuperó en unos años la mayor parte de los niveles de bienestar previos a la crisis. No ha sido la única crisis de los últimos años, en 2017 el PIB se contrajo con fuerza y en 2020 sufrió el golpe del covid.

El boom del turismo

Un factor inesperado que impulsó la recuperación fue el boom turístico que comenzó alrededor de 2010. La drástica devaluación de la corona abarató Islandia como destino, justo cuando imágenes virales de sus paisajes (y hasta la erupción del volcán Eyjafjallajökull en 2010) captaban la atención mundial. En pocos años, el número de visitantes extranjeros se disparó, superando con creces la población local. El turismo se ha convertido así en un nuevo pilar de la economía. El turismo se ha convertido en la principal fuente de divisas del país, aportando un 39% de los ingresos externos.

En 2023, la industria turística generó cerca del 32,5% de todos los ingresos por exportaciones, frente al 18,3% aportado por los productos pesqueros y el 17,6% por el aluminio, según el instituto de estadísticas de Islandia. No obstante, este sector también impacta de forma negativa en otros sectores y en la conservación del país: "Islandia recibe más turistas per cápita que cualquier otro país de la OCDE, lo que ejerce presión sobre las infraestructuras y el medio ambiente. El cambio climático está alterando parte del capital natural de Islandia, como los océanos y los glaciares, poniendo en peligro diversos servicios turísticos. Islandia debería seguir desarrollando una estrategia equilibrada para un turismo productivo y sostenible. Debería eliminar los actuales privilegios fiscales en el sector turístico, en particular el tipo reducido del IVA, e introducir un impuesto turístico para financiar la infraestructura turística sostenible local", señala la OCDE en su último informe. La metamorfosis económica islandesa no se limita al turismo.

El país también ha fomentado otros sectores de servicios y alta tecnología en años recientes. Empresas de biotecnología y farmacéuticas han aprovechado la base de datos genética única de la población islandesa, surgiendo proyectos pioneros en investigación médica. El sector de TI ha visto nacer startups de videojuegos y software, mientras que la cultura de innovación (favorecida por una población bien educada y políticas públicas de apoyo) ha dado lugar a productos creativos y exportaciones culturales (música, diseño, literatura) con impacto global. Incluso centros de datos y granjas de servidores se han instalado en Islandia, aprovechando la refrigeración natural del clima y la energía geotérmica económica para alojar infraestructura digital de empresas internacionales. Todos estos desarrollos, aunque más pequeños en comparación con los gigantes turismo, pesca o aluminio, contribuyen a diversificar la economía y crear empleos calificados.

De monocultivo de pescado a la diversificación

El monocultivo de pescado se ha convertido en una economía mucho más diversificada. Según cifras del banco central, se puede afirmar que los ingresos por exportaciones de Islandia se sustentan actualmente en cuatro pilares principales: turismo (32,5%), pesca (18,3%), fabricación de aluminio (17,6%) y servicios no turísticos (17%). Las exportaciones de otros productos manufacturados representan otro 10,4% de los ingresos totales por exportaciones, y las exportaciones de bienes diversos (por ejemplo, productos agrícolas) representan el 4% restante, sentencia una publicación del instituto monetario centrada en las exportaciones del pequeño país, según los datos del banco central del país.

La población disfruta prácticamente de pleno empleo y altos salarios, mientras el país mantiene un estado de bienestar nórdico robusto. Islandia destaca por combinar prosperidad económica con equidad social: su coeficiente de Gini en torno a 0,23 refleja una distribución del ingreso muy igualitaria, y registra el menor riesgo de pobreza de Europa. En otras palabras, el crecimiento no solo ha elevado el PIB per cápita, sino que lo ha hecho sin enormes brechas sociales, algo que muchos países ricos envidian. Hoy, Islandia es el quinto país con la renta per cápita más alta del mundo si se analiza en dólares corrientes. Si el análisis es en paridad de poder adquisitivo (elimina la distorsión de los precios), Islandia sigue estando entre los quince países con mayor renta per cápita del mundo. Incluso tras la caída y recuperación post-2008, la riqueza promedio de un islandés ha seguido una trayectoria ascendente impresionante a largo plazo.

Las previsiones del FMI siguen siendo sólidas para este país: "Se prevé que el crecimiento repunte al 1,6% en 2025 y al 2,2% en 2026, impulsado por la recuperación de las exportaciones, el aumento de los salarios reales y la continua flexibilización monetaria que compensa con creces el impacto de un impulso fiscal moderadamente contractivo". No obstante, el fondo prevé que el PIB crezca de media desde 2026 hasta 2030 un 2,4%, con un desempleo del 4% y un avance de los salarios reales del 1,3%. Estos números permitirán a la volátil economía islandesa seguir prosperando en medio de las turbulentas aguas de la economía global.

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