
Hay una perla de arena y sal que representa la encrucijada geoestratégica en la que se encuentra inmersa África. Esta pequeña nación es de suma importancia para las naciones más poderosas del mundo. Estados Unidos, China, Japón o Francia le pagan un alquiler; su ministro de exteriores acaba de ser nombrado presidente de la Comisión de la Unión Africana; cuenta con inversiones estratégicas que pretenden revolucionar la economía regional, y sus costas bañan uno de los estrechos más importantes del comercio mundial. Bienvenidos a Yibuti: la Suiza militarizada de África.
En los últimos años, la importancia de este país, del tamaño de la Comunidad Valenciana, ha crecido a pasos agigantados. Su situación estratégica en el estrecho de Mandeb, entre el mar Rojo y el golfo de Adén, la posicionan como una parada obligatoria de los buques que transitan hacia o desde el canal de Suez. El país es la entrada a África Oriental y mantiene un acuerdo comercial con Adis Abeba para que su puerto actúe como centro de exportaciones de Etiopía.
Su papel militar está de actualidad desde que los huties comenzaron a asaltar navíos mercantes hace dos años por la guerra en Oriente Próximo. Sin embargo, las fuerzas yibutianas no han tenido que disparar una sola bala. Ellas se conforman con recaudar un buen alquiler de quienes sí lo hacen.
El anfitrión de diez ejércitos
Si Suiza es famosa por su neutralidad, que le ha permitido acoger docenas de organizaciones internacionales como el Comité Olímpico o la Cruz Roja, Yibuti se ha dado a conocer por hospedar a militares de todo tipo de naciones, y cobrar por ello. Hasta seis ejércitos conviven como vecinos en las arenas del país: Arabia Saudí, China, Estados Unidos, Francia, Italia y Japón. Estas naciones mantienen bases militares permanentes en uno de los lugares con mayor presencia de tropas extranjeras del planeta, en términos relativos.

Todos ellos se encuentran en los alrededores de la capital y el puerto principal del país. Las bases estadounidenses y chinas, por ejemplo, están a escasos 10 kilómetros de distancia. Además, varios de estos ejércitos conceden acceso a buques y destacamentos alemanes, españoles, indios y surcoreanos. Incluso Rusia solicitó abrir su propio emplazamiento militar hace varios años.
Este despliegue de tropas reporta un suculento volumen de ingresos por los alquileres de sus terrenos a una economía muy pequeña. Según el Fondo Monetario Internacional, el producto interior bruto de Yibuti es de 4.600 millones de dólares. Para una población de poco más de un millón de personas, arroja una renta per cápita de 4.340 dólares, equivalente al PIB per cápita de Marruecos y muy superior al del resto de países de África Oriental. Se estima que el Gobierno yibutiano recauda más de 100 millones de dólares anuales de las rentas a los países extranjeros, según las cifras que recoge Reuters. El peso económico del alquiler a gobiernos extranjeros es tan importante para Yibuti que en 2020 decidió crear un fondo soberano que se nutriera de las reservas acumuladas por estas rentas. En la actualidad tiene un portfolio de 1.000 millones de dólares y espera doblar la cartera en los próximos 10 años.
Del comercio al hospedaje militar
La presencia de tropas extranjeras se remonta a su independencia. La excolonia mantuvo relaciones estables con Francia tras la separación y le permitió mantener una base militar que ostenta desde los 70. Yibuti permaneció en la órbita de la exmetropoli durante el resto del siglo XX. El cambio de milenio conllevó dos oportunidades que el país ha sabido aprovechar.
Por un lado, en el año 2000 terminó la guerra de independencia entre Etiopía y Eritrea, por lo que el primero se quedó sin salida al mar y se vio incapacitada para exportar sus famosos granos de café, entre otros productos. Adís Abeba decidió mejorar relaciones con la vecina Yibuti y en 2017 firmaron un acuerdo comercial por el que la nación costera cedía su puerto para que Etiopía comerciara con el resto del planeta. Las relaciones con su vecino no son baladí, ya que el 86% de los ingresos públicos de Yibuti provienen de la actividad comercial de la terminal.
En paralelo al fin de la guerra en el Cuerno de África comenzó la Batalla contra el Terror. Tras los atentados del 11-S, Estados Unidos solicitó formalmente a Yibuti abrir una base militar permanente desde la que lanzar ataques contra organizaciones terroristas afiliadas a Al-Qaeda. Entre ellas, se encontraban las filiales asentadas en Somalia, un país que se había desmoronado en una constelación de estados fallidos, señores de la guerra y grupos terroristas que campaban a sus anchas.
La debilidad de sus vecinos fue la ventaja de Yibuti. Aun así, el país sabía que debía andar con cuidado. Lo que en un principio se vio como una oportunidad para mejorar las relaciones con Occidente con el tiempo fue visto como un riesgo: de repente, el país se convirtió en un objetivo prioritario para los terroristas. "No creo que ataquen a los franceses o a los americanos directamente", dijo Ilyas Moussa Dawaleh, exministro de Economía y Finanzas, en una entrevista de 2012. "Atacarán objetivos yibutianos", añadió.
Al-Shabaab, rama somalí de Al-Qaeda, perpetró un atentado en 2014 que llevó a un duro enfrentamiento al otro lado de la frontera por parte de los militares occidentales. En esos años, se incrementó la actividad en el país africano: Italia y Japón solicitaron entre 2011 y 2013 abrir sus propias bases para impedir los asaltos y abordajes del Índico, y se trasladaron destacamentos y fragatas europeas para combatir a piratas somalíes en el marco de la Operación Atalanta. De hecho, en Yibuti se encuentra la única base militar extranjera del mundo que mantienen las fuerzas japonesas.
China extiende su influencia
Las autoridades yibutianas vieron con preocupación el enorme peso que tenían las fuerzas occidentales en su país. No solo por el riesgo terrorista, que finalmente sufrió, sino también por los movimientos panárabes y panafricanos, que abogaban por organizaciones internacionales robustas en estas regiones. En 2012, el mismo año que Dawaleh advertía sobre las fuerzas occidentales, Yibuti firmaba un acuerdo con China para que Pekín financiara y construyera el puerto de Doraleh.
El Gobierno asiático comenzó a invertir en Yibuti en un ejemplo paradigmático de su doctrina económica para incrementar su presencia en África. Las semillas dieron sus frutos y en 2015 China abrió su propia base militar en la ciudad, muy cerca de Doraleh y a 10 kilómetros del emplazamiento estadounidense. Aunque las relaciones con otros Estados son excelentes, e incluso años más tarde permitió una nueva base militar del Consejo del Golfo Pérsico gestionada por Arabia Saudí, la realidad es que la influencia de China se ha vuelto indiscutible en la política yibutiana.
La deuda pública se ha ido incrementando conforme Yibuti ha ido solicitando proyectos de infraestructuras a las empresas chinas. Actualmente, los niveles de deuda pública son equivalentes al 60% del PIB, en los que el principal acreedor es China, según estimaciones del FMI. Y la situación no tiene pinta de que mejore para las cuentas públicas yibutianas: China está financiando la construcción de una vía ferroviaria entre Adís Abeba y la capital de Yibuti valorado en 5.000 millones de dólares, superior al PIB del país, y pretende ampliar la terminal de Doraleh para construir el puerto franco más grande de África.
La guerra civil yemenita ha supuesto el último capítulo de la aventura internacional yibutiana. Cuando las milicias huties comenzaron a bombardear a Israel en el marco de la guerra en Oriente Próximo, las tropas occidentales respondieron con bombardeos a los territorios controlados por las fuerzas yemenitas. Estos ataques tuvieron como puerto de partida el mismo país que cobija a todos los militares destinados en el Cuerno de África. Y el Gobierno yibutiano sigue cobrando un suculento alquiler por ello.