Escribir un recuerdo de Nicolás Redondo Urbieta en clave económica puede ser un ejercicio muy sencillo. Basta con hacer una cronología de los principales hechos económicos desde 1977 hasta 1994 para ver cómo en su gran mayoría Nicolás participó o tuvo influencia decisiva. Sin embargo, para eso ya están otros que están tratando con una superficialidad que flaco favor hace para colocar al primer secretario político de UGT proveniente del interior aún en el franquismo y posteriormente secretario general hasta bien entrada la década de los noventa en el lugar que le corresponde.
El primer aspecto imprescindible es la labor de Nicolás, Antón y los suyos para colocar al sindicalismo como un contrapeso real a las decisiones de Gobiernos ideológicamente afines, pero donde no sólo eran importantes las medidas para modernizar y dinamizar la economía sino cómo debían materializarse. En este sentido, era clave poner delante del espejo de sus propias contradicciones a la política económica socialdemócrata que se hace necesariamente liberal tras ver la debacle económica de la política de Mitterrand en Francia entre 1981 y 1983.
Pero el segundo aspecto y más importante es la dimensión reformista de la propia práctica sindical. Conforme el proceso de transformación estructural de las economías europeas fue avanzando, el sindicalismo tuvo que adaptarse a marchas forzadas al ir desapareciendo gradualmente sus principales fortalezas: los sistemas centralizados de concertación y negociación, predominio de grandes compañías con estructuras sindicalizadas, la concentración de la fuerza laboral en sectores muy concretos y con capacidad de movilización en el ámbito industrial
Así, la dinámica de los hechos económicos ha ido colocando a los sindicatos en áreas de especialización muy concretas que no son las fundacionales. Empezó en Alemania (también en Suecia) con la influencia creciente en la gestión de las empresas de los propios trabajadores, incluso más allá de las fórmulas tradicionales para mitigar el problema del principal-agente como las stock options, la participación en dividendos sin derechos políticos o la retribución variable. Pero aquí, a pesar del criterio de los sindicalistas y políticos de influencia u origen comunista que defendían la co-gobernanza, las tesis dominantes en el mundo sindical tanto durante como después de Nicolás sostenían que no debe convertirse en asamblearia la alta dirección de una empresa.
Es necesario respetar el derecho que los accionistas tienen de designar a los gestores en los que confían para rentabilizar su inversión. Pero sí potenciar esquemas de participación de los trabajadores como introducción de elementos de eficiencia y estabilidad, además de un punto de vista diferente para abordar según qué decisiones de crecimiento, consolidación o ajuste de una compañía, como ya sucede en parcelas como la previsión social complementaria (las comisiones de control de los fondos de pensiones de empleo).
La tercera y última dimensión destacable de Redondo Urbieta en clave económica es la estrategia de defender a los 'perdedores' de corto plazo en procesos de revolución tecnológica o de profundas reformas estructurales. Ya queda muy lejos la dinámica del ludita y cómo la sociedad fabiana primero y posteriormente el laborismo británico aprendieron que la oposición al progreso tecnológico es un error y que es necesario centrarse en ofrecer la salida más adecuada para los trabajadores y empresas que no pueden adaptarse o que no tienen capacidad de reciclaje real a corto plazo.
Esta intuición la tuvieron Nicolás y Antonio Gutiérrez, y así la pusieron en marcha. Sin embargo, en los años siguientes, los intereses económicos propios de las centrales sindicales y esta labor de representatividad real y defensa de los trabajadores más vulnerables han chocado frontalmente. Ésta es, quizá, la principal tarea a acometer por parte del sindicalismo actual y de la que pueden tomar buena nota del ejemplo de Nicolás. Descanse en paz.