
Ha sido todo uno. Anunciar el ministro de Finanzas alemán, Christian Lindner, un plan de rebaja global de impuestos y ayuda a las familias de 10.000 millones de euros para reducir la inflación en su país y salir el Gobierno, acompañado del coro de socios de coalición y parlamentarios, para intentar rebatir ese alivio fiscal alemán con sus manidos argumentos de defensa de las bonificaciones, subvenciones y limosnas y justificar su voracidad impositiva con el falaz argumento de que bajar impuestos equivale a un deterioro de los servicios públicos.
Una premisa cuya falsedad se ha encargado de demostrar la práctica económica, aquí en España mediante las políticas de rebajas de impuestos de Madrid y Andalucía. Y también en la esfera internacional, o ¿son acaso peores los servicios públicos y la asistencia social en Alemania que en España? Evidentemente no. Para aliviar la carga fiscal sin tocar las prestaciones sólo hace falta reducir sustancialmente la política de gasto desbocado que practica este gobierno con una administración elefantiásica de 22 ministerios algunos absolutamente prescindibles, y rebajar la pléyade de asesores enchufados por Pedro Sánchez y sus compañeros de Gabinete.
Cierto que en una cosa si tienen razón el Ejecutivo y sus acólitos: la situación económica alemana es muy distinta a la de España y, en concreto, su margen fiscal es mucho mayor que el nuestro. Mientras España cerraba el año pasado con un déficit del 6,9% del PIB y una deuda pública del 118,4%, siendo el cuarto país más endeudado de la UE, Alemania cerraba el ejercicio con un déficit del 3,7% y una deuda del 69,3% de su PIB. Al tiempo que nuestra tasa de inflación es también hoy un 2% superior a la germana, con una dependencia del gas ruso en torno al 10%, frente al 40% de Alemania.
Eso no es culpa de Putin. España cerró el año 2021, antes de la invasión de Ucrania con una tasa de inflación del 6,5%, la más alta desde mayo de 2022. Es también el único país de los grandes de la UE que no ha recuperado sus niveles de crecimiento previos a la pandemia, está en el furgón de cola de los 21 países de la OCDE en la eficacia del gasto público y en libertad de empresa y, Pedro Sánchez y su gobierno han sido calificados como los peores de Europa en la gestión de la crisis sanitaria y económica.
Y no es sólo Alemania. Francia, Italia, Polonia, Portugal y la mayoría de los socios de la Unión, han centrado en la bajada de impuestos sus estrategias para la recuperación de sus economías. Todos menos la España del sanchismo que en lugar de seguir el ejemplo de sus correligionarios socialdemócratas alemanes persisten en una cerrazón contraria a las recomendaciones de la Comisión Europea que sólo puede explicarse en la necesidad de mantener el apoyo de los socios parlamentarios para seguir en el poder.
En un contexto de inflación desbocada con subida de tipos de interés y a las puertas de una recesión, deflactar el IRPF para adecuarlo a la subida de los precios no sólo es cuestión de lógica económica sino de justicia social. Al tiempo que como muestra la experiencia, una menor presión impositiva incrementa de manera inmediata la disponibilidad líquida de las empresas y particulares con un efecto positivo sobre el crecimiento de la economía. No es casualidad que, como refleja el último radar empresarial de Axesor, en un contexto nacional de caída del 24,5% en las ampliaciones de capital en julio, la Comunidad de Madrid aumenta el volumen de capital ampliado hasta 5.417 millones de euros, más del doble de la registrada en Cataluña donde la caída es del 51%.
En otras palabras, siempre es mejor que el ciudadano y las empresas tengan el dinero en su bolsillo para invertir y consumir en lo que estimen conveniente que una política de subvenciones y limosnas. Como acertadamente definía un destacado dirigente empresarial, lamentablemente hoy desaparecido, la subvención crea prepotencia en quien la da y servilismo en el que la recibe. Y un aviso, las tensiones inflacionistas van a coincidir este otoño con un aumento de las cifras de paro por el final del empleo estacional, y eso puede ser dramático. A quien corresponda.