Cuando Alemania entra en campaña (incluso en precampaña), Europa se paraliza. Más aún ante las elecciones del próximo 26 de septiembre, porque la salida de la canciller, Angela Merkel, tras más de 16 años en el poder, abre la contienda electoral hasta ofrecer el resultado más incierto en décadas, según coinciden los analistas dentro del país y diplomáticos en Bruselas.
La maquinaria comunitaria ha quedado al ralentí justo cuando tiene que terminar de colocar las riendas a un covid-19 que va camino de convertirse en endémico, y empieza a evaluar las primeras reformas de los países dentro del fondo de recuperación, entre ellas las españolas. El bloque comunitario tiene además por delante importantes desafíos políticos y peliagudas negociaciones, como la reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, el megapaquete climático para reducir las emisiones o el acuerdo migratorio. La parálisis en la locomotora económica europea, que se alargará varias semanas a la espera de la formación de una coalición, llega además justo cuando Bruselas encara problemas internos con los desafíos al Estado de Derecho por parte de Hungría y Polonia, y encuentra serias dificultades para proyectarse en el exterior con una complicidad menguante por el lado estadounidense, y sin tener muy claro cómo lidiar con China, el gran reto de las próximas décadas.
Fuentes comunitarias avisaron hace ya varias semanas del estado de letargo en el que se adentraba Europa, que volverá a bajar las revoluciones la próxima primavera, cuando les toque a los franceses pasar por las urnas.
El favorito para suceder a Merkel, la mujer que ha tenido la última palabra entre los líderes europeos en los momentos más difíciles de la Unión, es su vice-canciller, Olaf Scholz. El candidato de los socialistas se presenta como la opción continuista de la líder de la CDU de centro-derecha. Importan más las palabras y la imagen que los colores de partido. Y en tiempos convulsos, como los que le tocaron a Merkel y los que se ciernen sobre Scholz, los alemanes quieren estabilidad, la misma que proyecta el actual ministro de Finanzas.
Si de Scholz dependiera, no llegarían grandes cambios en la reforma de las reglas fiscales europeas, ya que el Pacto de Estabilidad ha demostrado que es suficientemente "flexible" durante la pandemia, señaló. Tampoco cree en grandes virajes en las relaciones con China. Al menos de momento.
Sin embargo, la dirección que marque Berlín en Bruselas para los próximos años dependerá de los compañeros de cama del ganador. Aliado natural en una coalición liderada por Scholz serían los Verdes de Annalena Baerbock. Tras un arranque prometedor, las posibilidades de esta política de 40 años, sin experiencia de gobierno, se han evaporado, penalizada por varios gafes y acusaciones de plagio.
La caída ha sido sin embargo más sonora en el caso de la opción de la CDU, Armin Laschet. Al ministro presidente de Renania del Norte-Westfalia, la región más poblada de Alemania, le toca defender el trono que deja Merkel. Sin embargo, sus patinazos ante las cámaras y su incapacidad para conectar con los alemanes le han impedido despegar en las encuestas. Ni siquiera el apoyo público que le mostró la canciller saliente ha servido para detener la hemorragia en las encuestas.
Si Scholz consigue vencer, respaldado por un buen resultado de los Verdes, la pregunta es quién sería el tercer socio probablemente necesario para armar la coalición. La entrada de los Liberales es una de las opciones más claras. No obstante, cruzar las propuestas de los Verdes, quienes quieren aflojar el Pacto de Estabilidad y un programa de inversión de 500.000 millones de euros, con el recorte de impuestos y la estabilidad presupuestaria que defienden los Liberales, puede resultar una tarea demasiado hercúlea para las habilidades negociadoras y la templanza de Scholz.