El encuentro de los líderes del G-7, concluido ayer en Biarritz, se esperaba que fuera la cumbre de las divisiones. Y lo fue. Porque el presidente de EEUU, Donald Trump, volvió a dejar claro cuáles son sus líneas rojas en los principales desafíos globales. Pero el presidente francés Emmanuel Macron, buen conocedor de la personalidad del americano, jugó bien sus cartas de anfitrión y consiguió no solo contener el deterioro que se producía tras cada encuentro internacional, sino que además arrancó algún gesto conciliador a la Casa Blanca.
"Han sido dos días y medio muy especiales, muy unificadores", resaltó Trump, dinamitador en jefe de las cumbres pasadas. "Hemos logrado alcanzar un nivel de convergencia sin precedentes", destacó Macron.
Franceses y estadounidenses llegaron a un acuerdo sobre la tasa de París destinada a los Google, Facebook y compañía, y que podría servir para detener el riesgo de nuevos aranceles entre EEUU y la UE. Según el entendimiento alcanzado por el ministro de Finanzas francés, Bruno Le Maire, y el secretario del Tesoro de EEUU, Steve Mnuchin, París se comprometería a devolver los ingresos adicionales recaudados por la tasa francesa en comparación con la caja que se haría con la fórmula internacional que se negocia en el seno de la OCDE, una vez entre en vigor este modelo.
Le Maire indicó a elEconomista que consiguió el compromiso de Mnuchin para que el acuerdo descartara la imposición de aranceles a los vinos franceses y otros productos nacionales, que había lanzado Trump en días pasados. Si hubiera sido el caso, los europeos advirtieron de que responderían "del mismo modo".
El francés finalmente mantuvo la tradición y consiguió consensuar un comunicado final, en contra de lo que inicialmente había señalado. Lo redujo a una página, en la que encontró una melodía que sonara bien en la Casa Blanca sobre las relaciones comerciales, en concreto sobre la reforma de la Organización Mundial del Comercio para luchar más efectivamente contra las prácticas comerciales injustas de China. Un paso que los europeos confían que ayude a menguar la guerra arancelaria entre Pekín y Washington, y también con Bruselas. Además, colocó todos los elementos para facilitar una reunión entre Trump y el presidente iraní, Hassan Rouhani, para recuperar un acuerdo nuclear reformado para devolver la estabilidad a Oriente Medio.
Cambio de tono
El cambio de tono en comparación con cumbres pasadas resultó significativo, sobre todo con el G-7 del pasado año en Quebec. Entonces, Trump llamó al anfitrión, Justin Trudeau, "deshonesto y débil" por resaltar el primer ministro canadiense el "comercio internacional basado en las reglas. Por contra, el inquilino de la Casa Blanca se refirió a Macron como un "líder espectacular".
Macron no escatimó en esfuerzos para agasajar al empresario convertido en político, como desplazarse hasta su hotel apenas aterrizó para mantener un almuerzo de dos horas. "Podríamos haber estado una hora más", admitió Trump. "Tan solo nos intentábamos impresionar el uno al otro", dijo. Macron reconoció que la fórmula que funciona con el empresario es trabajar cara a cara, "un intercambio muy directo", y compromisos "efectivos".
Aunque la cumbre empezó con tensión, por la insistencia de Trump en readmitir a Rusia en el seno del G-7, el tono cambió gradualmente durante los dos restantes días. Hasta tal punto que Trump dedicó elogios a China e Irán y a sus líderes. Y sentenció que "creo que vamos a llegar a un acuerdo con China y vamos a lograr un acuerdo con Irán".