
Emilio Lamo de Espinosa estuvo a cargo de la reforma de la universidad española durante el primer gobierno socialista de Felipe González (1982-1987), encargándose de la elaboración de la Ley de Reforma Universitaria (1983). Durante casi diez años (1992-2002) fue director del Instituto Universitario Ortega y Gasset, el mayor centro de posgrado en ciencias sociales de España. De 2002 al 2005 se encargó, como director, de la fundación del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos, primer think tank español en estudios internacionales. Entre 2007 y 2010 fue presidente de la Federación Española de Sociología, de la que es miembro de honor. Forma parte del Comité de Dirección del Centro de Estudios de Políticas Públicas y Gobierno (CEPPYG) de la Universidad de Alcalá, una escuela que pone a disposición de políticos electos y altos cargos de las distintas Administraciones Públicas un lugar de reflexión acerca de las últimas tendencias del escenario político internacional.
¿Qué es el Centro de Estudios de Políticas Públicas y Gobierno?
El CEPPG fue fundado en 2006 en colaboración con la Universidad de Alcalá como la primera institución en España orientada a formar a líderes políticos en activo (subrayo esto), sobre temas relevantes para la sociedad, en definitiva, mejorar la formación de los políticos españoles algo que, se pensaba entonces y se piensa hoy, era imprescindible. Políticos en activo, ya sean de ámbito nacional, autonómico o de la estructura organizativa de los partidos políticos. Un peculiaridad es que, para mejorar la presencia, los seminarios / congresos se celebran en las sedes de los diversos parlamentos con ponentes de alto prestigio nacional e internacional.
¿Cómo son los políticos españoles? ¿Y su liderazgo? ¿Por qué es necesario formar a los políticos?
Por múltiples razones. Muchos porque necesitan reciclarse, como cualquier médico o ingeniero. Dado el ritmo acelerado de producción de conocimientos nuevos se estima que la formación inicial de cualquier profesional queda obsoleta en diez o, como mucho, veinte años. Un ejemplo de la mayor importancia: hoy, no saber inglés, es un hándicap enorme para casi todo. Pues bien la mayoría de nuestros políticos (y no pocos presidentes de gobierno) no saben inglés, algo irrelevante hace veinte años pero no hoy. Otros porque necesitan formarse pues llegan a la política sin casi experiencia ajena a la misma y muy jóvenes. Y todos, en general, aquí y fuera, porque el proceso de reclutamiento y selección del personal político se ha deteriorado en todo el mundo, y más aún en España. En parte porque los incentivos de la carrera política (y administrativa, y la función pública sigue siendo la principal cantera para la política) se han deteriorado en relación con las actividades privadas. Basta comparar el diferencial de ingresos del sector público y el privado hace treinta años y en la actualidad. Entonces los jóvenes más brillantes se orientaban hacia lo público; hoy más bien huyen de ello. Y no solo hablo de incentivos pecuniarios sino también del prestigio y reputación, enormemente deteriorada. La consecuencia es que buena parte de los políticos los reclutan los partidos en sus misma juventudes, y devienen bien pronto profesionales de esa actividad, sin alternativa fuera. Decía que más aún en España, pues aquí el sistema de listas cerradas y bloqueadas hace depender el futuro político de las decisiones de las ejecutivas, lo que lleva a una endogamia profesional muy tóxica para la calidad de la política. Y si hablamos de su reputación o prestigio los numerosos casos de corrupción han sido letales para la imagen del sector público.
¿Cuántas personas han pasado por las aulas de su centro?
Muchas. Más de 1.600 alumnos de todas las CCAA ; 8% diputados, 11% senadores, 26% parlamentarios autonómicos, 27% de los gobiernos de las CCAA, etc. Y de todos los partidos (540 del PP, 343 del PSOE, 30 de Ciudadanos, 19 de IU). Por lo que hace a los ponentes, más de 365 ponentes, entre ellos, tres Premios Nobel (Joseph Stiglitz y Angus Deaton, Premios Nobel de Economía, y Harald Zur Hausen, Premio Nobel de Medicina) y provenientes de las más acreditadas instituciones como son la Comisión Europea, la OCDE, el BCE, la OMS o el FMI. Y de entre las nacionales el Círculo de Empresarios, el CNI, el CESEDEN, la VCEOE, la CNMV o (si se me permite que lo cite )el Real Instituto Elcano. Aparte de numerosas universidades extranjeras (Harvard, London School of Economics and Political Science, Wharton School at the University of Pennsylvania.
¿Por qué decidieron cubrir el hueco de formación de políticos? Entonces, ¿las escuelas de formación de los propios partidos no valen?
Las escuelas valen para formar profesionales de la política y, sobre todo, del partido en cuestión. Pero nosotros no hablamos de eso sino de conocimientos imprescindibles para las tareas públicas que han asumido. Cuestiones tan variadas como el urbanismo o el medio ambiente, la sanidad o la farmacia, la digitalización, la globalización, el comercio internacional, los planes y proyectos de la UE, y tantas y tantas cuestiones que exigen un conocimiento técnico más allá de su formación como apparatchiks de los partidos, que es lo que son muchos, desgraciadamente.
¿Qué habría que hacer con la educación en España?
Le diré lo que con seguridad no hay que hacer: otra ley de educación, otra ley de Universidades (con la que nos amenazan). No más leyes, por favor, que solo sirven para posponer y retrasar una buena gestión y para que la siguiente administración crea que debe hacer otra ley nueva. Así llevamos demasiados años; perdiendo el tiempo en hacer leyes, y sin gestionar la educación de verdad. Lo que necesitamos (en todos los niveles) es evaluar y acreditar, y después financiar asimétricamente en base a esas evaluaciones, de modo que potenciemos lo que bueno que funciona, y dejemos morir lo malo y obsoleto. Nada nuevo: hay que premiar la calidad, generar incentivos positivos y cancelar para siempre el café para todos. Lo que implica, entre otras cosas, premiar el esfuerzo. Como dice el cholo Simeone, el esfuerzo no es negociable; tampoco en la educación. Crear un buen sistema educativo no es como hacer una carretera o un edificio que lo diseñas y lo ejecutas; no es una obra de ingeniería. Es como hacer un jardín, que se cuida mes a mes, año a año, y después de unas cuantas décadas tienes un tupido césped como el de los parques ingleses. Requiere cuidado y atención continuada, podando las ramas secas para dejar que broten las nuevas.
¿Cuáles serían para usted los mejores políticos a nivel internacional? ¿Por qué?
En un mundo de hombres fuertes pero instituciones débiles como el actual, es más fácil identificar malos políticos que buenos. Trump sería el ejemplo de una política de aspavientos, irresponsable, atenta solo a la comunicación y el impacto, pero que se desentiende de las consecuencias a largo plazo de sus acciones. Gana elecciones pero pierde la historia. Por el contrario, la canciller Merkel ha sido una gran política, y es una pena que tenga que dejarlo. Prudente y sensata, sin aspavientos ni trinos, pero con sólidos principios por los que incluso ha arriesgado su carrera. Y me pregunto si el ser mujer ayuda en esta visión práctica pero responsable.
¿Qué necesita un político a día de hoy?
Este año 2019 se cumple el centenario de la publicación por el gran sociólogo alemán Max Weber de un texto histórico: La política como vocación. Vale la pena releerlo una y otra vez. La mezcla de una ética de la responsabilidad, atenta a las consecuencias de las decisiones, los actos y las palabras, que es el distintivo del buen político, pero sin olvidar una ética de los principios y de los valores a los que se sirve. Ni un pensamiento impecable (fiat principia et pereat mundus), tan caro a la izquierda; ni un pensamiento implacable, que busca sólo los resultados cueste lo que cueste (y un recuerdo al profesor Rafael del Águila, que me enseñó este contraste).
Hemos pasado en muchos sitios (también aquí en España) de una política centrada en los resultados económicos pensando que con eso bastaba (economicismo tecnocrático), a otra centrada en la comunicación y la re-significación, pero que se desentiende de los resultados. De una política del hacer sin decir, es decir, sin política propiamente, pura tecnocracia. A otra política del decir sin hacer, que se cree que puede cambiar el mundo cambiando de conversación y de lenguaje. El Brexit es un ejemplo de esa política del decir que se desentiende del hacer. Como lo es el procés catalán, al final pura logomaquia. Lo que necesitamos es siempre lo mismo, trial and error, objetivos modestos pero claros, perseguidos con tesón y a largo plazo, y buscando acuerdos y consensos amplios aunque ello implique transar y negociar. Y con la mirada puesta en la siguiente generación y no en la anterior. Arreglar los problemas de nuestros hijos y nietos, y no las querellas de nuestros abuelos.