En la mayoría de las ocasiones, cuando se habla de la mejora de la educación, se habla de la necesidad de más inversión económica. Sin embargo, ese es tan solo uno de los problemas que sufre la educación actual. Es cierto que existe una escasa inversión en la escuela, pero el aumento del gasto no siempre garantiza una mejora de la calidad educativa, sobre todo si -como sucede en muchas ocasiones- no sabemos dónde invertir. Además de la inversión, que nunca es suficiente, existen graves problemas que entorpecen nuestro sistema educativo y que también requieren de una atención inmediata. Estos son los grandes retos de la educación en nuestro país:
Exceso de burocracia
El exceso de burocracia es, sin lugar a dudas, uno de los grandes males de la educación actual, que afecta desde la educación infantil hasta la educación universitaria. No hay ni un solo docente que no exprese su malestar por el exceso de burocracia. A cada acto que uno realiza dentro del aula debe acompañarle su correspondiente documento. Los docentes ocupan tanto tiempo en rellenar los diferentes papeles que no tienen casi tiempo para otra cosa. Cuando uno observa los temas de oposición, comprueba que tiene más peso la normativa que la didáctica, lo cual ya da un claro ejemplo de lo absurdo en que se ha convertido el sistema. Eso es como si a un cirujano cardiovascular le valorasen más que se supiese las leyes sanitarias que operar a corazón abierto.
Las leyes educativas
En el ámbito legislativo, existen dos problemas fundamentales. Por un lado, la falta de continuidad y, por otro, la participación del profesorado en su elaboración. Mientras en los países del norte de Europa llevan aplicando la misma ley educativa desde hace décadas, incluyendo tan solo pequeñas modificaciones propias de la evolución pedagógica, en España, desde el año 1990 llevamos 4 leyes de educación diferentes. Esto provoca un total rechazo de los docentes, que saben que la ley va a durar lo que dure un gobierno.
Por otro lado, las leyes educativas en España no cuentan con la participación del profesorado, especialmente de primaria. En los últimos 5 años, Canadá ha logrado mejorar sus resultados educativos gracias precisamente a haber traspasado a los centros la responsabilidad de realizar sus propios currículos. En nuestro país, en cambio, las leyes las elaboran personas de renombre en distintos ámbitos, pero que no ven a un niño desde hace décadas. Eso hace que el profesorado no sienta las leyes como propias.
Para que exista una buena ley educativa, además de lo anterior, se deben modificar con urgencia los contenidos que se trabajan en el aula, muchos de los cuales se mantienen por tradición, pero que han quedado obsoletos. De igual modo, quizá deberíamos comenzar a pensar en introducir contenidos que son más necesarios en la era actual como computación o educación financiera.
La implicación de los padres
En algunos países del norte de Europa, si tu hijo se queda dormido en clase, al día siguiente tendrás en la puerta de tu casa a una persona de servicios sociales para comprobar cuál es tu estilo de vida. Si se vuelve a repetir, te obligarán a hacer un curso de formación sobre la importancia de los buenos hábitos en la educación de los más pequeños. Si, por ejemplo, no llevas a tu hijo a clase y no tienes ninguna justificación, puedes encontrarte con que hacienda te retire de tu cuenta cincuenta euros. Cuando se habla del sistema educativo en Finlandia o Suecia o Noruega, se obvian este tipo de aspectos. En estos países, existe una gran implicación de los padres en la educación de sus hijos. Pero, si los padres no la tienen, el estado se encarga de recordarles cuáles son sus responsabilidades. En nuestro país, la implicación de los padres cada vez es menor.
Al mismo tiempo que dejan a sus hijos en la puerta del colegio, dejan la responsabilidad de casi toda la educación en la escuela, incluso de la que debería ser familiar. Los alumnos acuden muchas veces al aula sin las normas básicas de comportamiento adquiridas, lo que entorpece la labor docente. Los profesores deben ocupar parte de su tiempo en enseñar a los alumnos a comportarse, relegando los contenidos propios de las materias. No cabe duda de que la escuela debe educar en valores y normas, pero son los padres los primeros educadores en ese ámbito de la vida de sus hijos.
La individualización de la enseñanza
La finalidad última del proceso educativo es que todos y cada uno de los alumnos puedan desarrollar plenamente sus talentos y habilidades. Eso, en un aula con veinticinco alumnos, de los cuales tres de ellos tienen dificultades de aprendizaje, cuatro tienen un nivel curricular dos cursos por debajo y cinco no saben el idioma, es realmente complicado. Para poder individualizar la enseñanza, solo existen dos opciones: o dos docentes por aula o la bajada de ratios. Solo de ese modo el docente podrá disponer de tiempo para guiar todas las potencialidades de los alumnos.
Los entornos de aprendizaje
Si nuestro hijo tiene un talento extraordinario para la física pero en el centro educativo no hay laboratorio de ciencias ni cosa que se le parezca, nuestro hijo jamás podrá desarrollar sus habilidades. Lo mismo sucede con el talento para tocar la guitarra, o para la investigación científica, o para el salto de longitud o para pintar al óleo. Mientras los ayuntamientos se han convertido en bellos lugares dignos de visitar con un aire acondicionado en perfecto estado, los centros educativos han quedado obsoletos y con un ventilador que remueve el aire caliente. Y, en lugares así, no es agradable estudiar. Mientras en los países del norte de Europa muchos centros educativos ya disponen de cocina, aulas de música completas, taller de física, taller de química, taller de ingeniería mecánica o taller de nuevas fuentes de energía, en nuestro país todavía estamos luchando para que el profesor de música no ande de un lado a otro con todos los bártulos colgando.
La evaluación determinista
La evaluación es uno de los grandes retos de la educación. Estamos educando una cosa y evaluando otra. No podemos educar para el desarrollo de las competencias de los alumnos y evaluar solo su capacidad de memorización que –si bien es importante- no es la única cualidad a desarrollar y valorar por la escuela. La evaluación debe servirnos para informarnos de en qué momento de aprendizaje está el alumno y cuáles son sus posibles problemas para aprender. En un mundo donde lo importante no es la acumulación de conocimientos sino lo que se hace con esos conocimientos, la evaluación debe abandonar ese concepto determinista de clasificación entre alumnos que valen y que no valen y convertirse en una herramienta más de aprendizaje.
La educación emocional
En mundo donde los menores están expuestos a múltiples influencias, muchas de ellas negativas, la educación de sus emociones es fundamental para su desarrollo integral. Sería maravilloso que los padres se encargasen en exclusividad de este área, pero no es así. La educación emocional ha irrumpido con fuerza en el ámbito educativo y lo ha hecho para quedarse. Pero se está trabajando mal. Se confunde educación emocional con felicidad. La escuela debe educar en la justicia, la integridad, la honestidad, la resistencia a la frustración, a la superación de uno mismo, la autoregulación, la trascendencia, la prudencia, la persistencia, la superación de la muerte de nuestros seres queridos… y todo ello no produce en la mayoría de las ocasiones felicidad a corto plazo. Si solo buscamos la felicidad a corto plazo de los alumnos, entonces no se está trabajando correctamente la inteligencia emocional.
La comercialización de la educación y el santo grial de la metodología perfecta
A la educación actual le sobran gurús y le falta sentido común. En los últimos años, estamos asistiendo a una comercialización de la educación como negocio. Muchos de los personajes más representativos en el ámbito de la educación tienen un márquetin fabuloso que hace que miles de docentes sigan sus mensajes, pero en realidad son personas que jamás han dado clase o la han dado un par de años antes de sumarse a la profesión de conferenciante. Todos ellos quieren vender su crecepelo metodológico, con un mensaje tan políticamente correcto como vacío, pero no hay ninguna metodología válida para todos los alumnos. Decimos que no se puede juzgar a un pez por su habilidad para escalar un árbol. Sin embargo, si usamos solo metodologías cooperativas o colaborativas que hoy están tan de moda, los alumnos más analíticos y abstractos que se sienten más cómodos con el trabajo individual se verán desfavorecidos. Por eso, lo importante es que el docente utilice el sentido común y la experiencia en beneficio del aprendizaje, no en beneficio de la metodología que se ha comprado.
Elaborado por Toni García, mejor profesor de Primaria de España de 2018 nombrado por la plataforma Educa