
España es un país que dispone de unas bases científicas y tecnológicas tanto en recursos humanos como en infraestructuras que, bien gestionadas a corto y medio plazo, pueden permitir que nuestro país tenga un papel relevante en el concierto internacional en un horizonte 2030. Para ello, hay que adoptar una estrategia de política de I+D+I de luces largas, que permita dotar de una estabilidad y seguridad al sistema de la que no ha gozado en los últimos años por circunstancias de todos conocidas. Un consenso en estos temas no solo es necesario, sino que también es posible ya que las discrepancias políticas en los temas capitales de I+D+I son mínimas.
Además del reconocido y necesariamente subsanable déficit de financiación de la I+D+I que se ha producido en los últimos años, hay aspectos que pueden y deben abordarse sin que supongan un aumento excesivo de la inversión, que nunca gasto, en I+D+I al menos a corto plazo. Uno fundamental es la política a seguir en la captación, retención y recuperación del talento. Un problema capital a resolver en el tejido investigador (al menos en el público) español es un adecuado relevo generacional en Universidades y OPIs, que es esencial para mantener y mejorar los niveles de calidad que la Ciencia ha alcanzado en España. Los mejores investigadores jóvenes han de encontrar una carrera investigadora definida con claridad y que les permita, cumpliendo los filtros de calidad pertinentes y absolutamente exigibles, alimentar de forma estable el sistema de Ciencia, Tecnología e Innovación. Sin embargo, esto ha de hacerse con una estrategia y planificación adecuada para evitar incorporaciones masivas en forma de avalancha que colapsen el sistema para los siguientes años. Análogamente, las varias iniciativas que existen para captar y recuperar el talento exterior, tanto de investigadores españoles que tuvieron que salir dada la falta de oportunidades en España, como de investigadores extranjeros interesados en trabajar en nuestro país, han de mantenerse en el tiempo y mejorarse.
Pero no solo hay que pensar en el sistema de I+D+I público, sino que hay que crear las condiciones fiscales y los incentivos apropiados para aumentar la inversión privada en I+D+I y potenciar la colaboración público-privada. Ejemplos como el ecosistema vasco pueden servir como base para implementar una estrategia a medio plazo que haga que en 2030 España no tenga nada que envidiar en este sentido a los países europeos más avanzados. La utilización y generalización de tecnologías disruptivas tal como se definen en Horizonte 2020 y en el futuro Horizonte Europa para el periodo 2020-2027 han de constituir una guía para establecer las políticas científicas a seguir. No obstante, es absolutamente esencial incorporar un sentido social y humanístico a estas estrategias, implicando y fomentando, de una forma transversal, valores europeos como el impacto social, incluyendo, pero no solo el impacto económico, las políticas de género y de equidad, la seguridad, el respeto por el medio ambiente, la sostenibilidad en el sentido más amplio del término y la responsabilidad ética.
Merece la pena una pequeña reflexión sobre este último punto. La extrema competitividad existente en el contexto global en el sistema de I+D+I, especialmente en algunos países emergentes, ha hecho que, aunque de forma muy minoritaria, hayan saltado a la actualidad varios casos de fraude científico. Un código ético estricto de la actividad científica es absolutamente necesario para que los ciudadanos, de cuyos impuestos provienen buena parte de los recursos que revierten al sistema de I+D+I, mantengan la confianza en la Ciencia y en los científicos.
Elaborado por José manuel Pingarrón, vicerrector de Transferencia del Conocimiento y Emprendimiento de la Universidad Complutense de Madrid.