Desde 1910, año en el que las mujeres comenzaron a matricularse por primera vez en la universidad, el número de ellas en los centros universitarios no ha hecho más que crecer, y en los últimos 50 años se ha conseguido agrandar esa presencia mujer a los estudios superiores. No en vano, representaban el 12% de los estudiantes en 1940, el 31% en 1970, y superaban el 50% en 2000, cifra que no ha dejado de crecer hasta la fecha, estabilizándose este porcentaje en torno al 54%.
Si bien en las carreras humanísticas el porcentaje de alumnas, en líneas generales, supera con creces al de alumnos, no ocurre lo mismo en los grados de ingeniería, en donde la presencia de la mujer se sitúa en torno al 25%, una cifra que apenas ha sufrido variaciones a lo largo de un cuarto de siglo. Los datos indican que frente a un 71% de alumnas en estudios de Ciencias Sociales y Jurídicas, y un 60% de alumnas en Ciencias de la Salud, únicamente un 26% de estudiantes de Arquitectura e Ingenierías son mujeres.
En este sentido, podríamos dar muchas explicaciones relativas al porqué las mujeres no estudian más carreras técnicas, aunque la realidad es que no acertaríamos con ninguna. Estudiar un grado de ingeniería es algo vocacional y parece que, tanto histórica como culturalmente, ha sido preferida por hombres antes que por mujeres. Aunque lo importante no es que haya un 25% o un 50% de mujeres estudiantes de ingeniería, sino que todas aquellas mujeres que quieran estudiar ingeniería puedan hacerlo. Y eso, hoy en día, en la universidad española es una realidad que también se ha extendido, por fortuna, al mundo laboral.
Sin embargo, en este último aspecto, el reto de conseguir la igualdad entre hombres y mujeres, laboralmente hablando, aún tiene mucho camino por recorrer. Hoy en día, en el siglo XXI, no debería ser necesario la utilización de programas de discriminación positiva, ya que deberían contratarse personas, con independencia de que sean hombres o mujeres, mirando exclusivamente las capacidades para poder desarrollar su puesto de trabajo. Por desgracia no es así, y seguimos categorizando las cosas y los logros por género, edad, raza y otros, cuando la única variable a medir debería ser el mérito.
Gran parte del cambio debe pasar por modificar la cultura corporativa y los comportamientos de liderazgo a los que estamos acostumbrados. Es complicado, pero es posible, y el momento de cambiar es ahora, dando una vuelta a la idea que existe en la sociedad sobre de la capacidad del género. Por eso, el principal punto sobre el que incidir es concienciar a los líderes y responsables de asumir la igualdad como tarea. Sólo se puede conseguir si viene de arriba abajo y derribando la principal barrera que, sin duda, es la incompatibilidad entre compromisos laborales y familiares.
Con todo, universidad, educación y trabajo debe ser un reflejo de nuestra sociedad en cuanto a género, y debemos empezar a medir el desarrollo de los trabajos por el talento de las personas independientemente de que sean hombres o mujeres.
Por: B. Yolanda Moratilla. Ingeniera del ICAI y directora de la Cátedra Rafael Mariño de Nuevas Tecnologías Energéticas. Presidenta del Comité de Energía del Instituto de la Ingeniería de España y Académica de Número de la Real Academia de Doctores de España.