
La respuesta a esta pregunta dependerá, con toda certeza, de la edad de quien responda. A menos edad, más juego. Y nos parecerá lo habitual, lo que debe ser, lo normal. Porque cuando uno crece y se va haciendo mayor, cuando termina su etapa escolar, cuando accede al mundo laboral o cuando funda una familia, las responsabilidades aumentan y el tiempo de juego se reduce a un entretenimiento esporádico.
Si los adultos viven el juego como algo poco importante, los menores perderán oportunidades de tener espacios y tiempos de juego. Tanto en clase como fuera de ella. Desde el punto de vista de la psicología educativa y de la neurodidáctica esto es dramático. Desde el ámbito educativo necesitamos asumir las potencialidades que el juego tiene para el desarrollo cognitivo, neuronal y social. Desde hace años la investigación ha ido demostrando las ventajas que tiene introducir el juego en el aula como un instrumento poderoso para el aprendizaje significativo.
Los retos y desafíos que proponen los juegos de mesa favorecen la activación neuronal y que el cerebro esté despierto ante la novedad y el estímulo que supone. Esto proporciona un aumento en la atención, en la motivación y en la implicación afectiva del que juega. Aspectos, todos ellos, esenciales para el aprendizaje. Jugar mejora, además, la plasticidad neuronal gracias al entrenamiento de las funciones ejecutivas.
Estas se encargan de autorregular la conducta, de sostener el esfuerzo para la consecución de un logro, de la planificación y organización de las tareas, del control de impulsos y de la flexibilidad cognitiva. Los juegos de mesa son un vehículo excepcional para el entrenamiento y mejora de estas funciones ejecutivas, que son imprescindibles para un aprendizaje profundo y para la vida en general. Los juegos de mesa son también una escuela privilegiada para entrenar también otro tipo de destrezas: las soft skills. Esas competencias transversales que necesita casi cualquier estudiante y futuro profesional.
Al jugar a un juego en grupo es necesario, tanto para disfrutar del juego como para, a veces, ganarlo, ponerse de acuerdo, gestionar las emociones, desarrollar una estrategia, tomar decisiones, equivocarse para mejorar, gestionar conflictos, esperar el turno… un sinfín de aprendizajes emergentes que aparecen como por arte de magia mientras se va desarrollando la partida. Tal es así que se ha llegado a acuñar el término de Aprendizaje Basado en Juegos (ABJ). Por ejemplo, para trabajar la planificación y la estrategia, se pueden usar el Risk o el Catán; para la fluidez verbal, los Story Cubes; para la empatía, el Ikonikus; para la flexibilidad cognitiva, el Sushi Go!; y para el control inhibitorio, el Jungle Speed o el Dobble.
Si deseamos que el juego, y en concreto los juegos de mesa, se introduzcan de forma habitual en las aulas de los centros educativos como un instrumento eficaz de aprendizaje, entonces el cambio lúdico debe comenzar por el adulto, por los profesores. Perder el miedo a jugar en clase, asumir cierto descontrol, aceptar cierta incertidumbre, tener flexibilidad para adaptarse a los imprevistos y dejarse llevar por la emoción que transmiten los alumnos al jugar, son algunas de las experiencias que los profesores deben comenzar a vivir, y a disfrutar, para convertirse en verdaderos agentes de la mejora educativa.
Elaborado por Jaime Serrada Sotil, psicólogo educativo y profesor del Grado en Psicología de la UFV