La palabra crisis está emparentada etimológicamente con el verbo griego krínein, que significaba originariamente 'separar, romper' y que pasó a significar más tarde 'seleccionar, elegir'. Una crisis, en efecto, implica siempre una ruptura del transcurso lineal de los acontecimientos, que resulta en una serie de alternativas entre las cuales se debe elegir. Es en este sentido en el que debe entenderse que la universidad está hoy en crisis: se está produciendo una ruptura entre los moldes antiguos que han venido dando forma a la universidad tal como la hemos entendido hasta la fecha y las necesidades que la sociedad del siglo XXI le demanda. Los retos a los que se enfrenta la universidad como institución no son, ciertamente, nuevos, pero la pandemia de la Covid-19 ha convertido en urgente algunos cambios necesarios para que las universidades puedan seguir desarrollando su misión.
El primero de estos retos tiene que ver con la capacidad de adaptación a un mercado laboral en profunda trasformación. En este sentido, conviene recordar que el Informe 2020 del Foro Económico Mundial sobre el Futuro del Empleo pronostica que en el año 2025 habrá 85 millones de puestos de trabajo que quedarán obsoletos como consecuencia de la digitalización y la automatización de determinados trabajos, mientras que será necesario cubrir 97 millones de puestos nuevos aparecidos como consecuencia de dichos cambios. Ante ello, la universidad debe redefinir en profundidad su oferta formativa. Para ello, es necesario por un lado trabajar en el rediseño de las titulaciones existentes, que deben centrar su atención más en el desarrollo de competencias que permitan a los egresados adquirir nuevas habilidades en el futuro, que en contendidos que tienden a quedar caducos a gran velocidad. Por otro, deben hallarse caminos para permitir la formación continua, abriendo las puertas a un público distinto del estudiante tradicional. Todo ello requiere transversalidad y flexibilidad, rasgos que no han caracterizado al sistema universitario español hasta el momento, que se organiza tradicionalmente en estudios comprendidos generalmente como compartimentos estancos, con sistemas de verificación de nuevos títulos lentos y enormemente burocratizados.
El segundo reto al que debe dar respuesta la universidad es la regeneración metodológica. Son enormes los esfuerzos hechos en este sentido en los últimos años, pero es todavía largo el camino que hay que recorrer. No es solo que los jóvenes tengan unos hábitos de estudio y unos estilos de aprendizaje distintos, sino, sobre todo, que la revolución digital ha puesto al alcance de quien los necesite cantidades ingentes de información, herramientas de gestión y tecnología de soporte que requiere de unas habilidades específicas. El rol del profesor, pues, ya no es solo el de transmitir información, sino el de entrenar en la gestión de la información disponible para la resolución de problemas concretos. Ello requiere enfoques metodológicos nuevos, como el aprendizaje basado en problemas o la clase invertida, que ya están aplicando con éxito las universidades de mayor prestigio del mundo, y que forman a los estudiantes para la autonomía del aprendizaje.
El tercer gran reto al que se enfrenta la universidad española es la internacionalización. Internacionalización significa capacidad de atraer talento, pero también capacidad de formar egresados que puedan competir en el mercado laboral internacional. Hace años que nuestros médicos o ingenieros desarrollan parte de su carrera en el extranjero, a la vez que nuestros programas de máster atraen a estudiantes de todo el mundo. En un mundo globalizado, la abertura al exterior no es ya un mérito, sino un requisito.
Para que todo ello resulte posible, son imprescindible cambios en profundidad. Cambios que requieren, sobre todo, inversión pública. Desde hace unos años, hay unas pocas universidades del Estado que se sitúan en lugares destacados en los ránkings internacionales: las universidades grandes catalanas (UPF, UB y UAB) y madrileñas (UCM y UAM), y algunas otras, como la Universidad de Navarra. Las universidades de otros países que ocupan lugares similares en esos mismos ránkings tienen presupuestos que quintuplican los de las españolas. Por mucho talento que atesoren, nuestras universidades no podrán mantener estos resultados tan exitosos sin una apuesta fuerte en inversión.
Elaborado por Sergio Torner, Vicerector de Ordenación Académica de la Universidad Pompeu Fabra