
Los estudiantes universitarios, además de conocimiento, también demandan de la institución universitaria relaciones sociales. El tiempo de ocio, compartido junto a sus compañeros, es una necesidad que se ve comprometida en estos tiempos de pandemia que estamos viviendo. Los brotes activados relacionados con la Covid-19 han tenido gran parte de su origen en actividades celebradas al margen de la normativa vigente, poniendo el foco en la necesidad de evitarlas o, cuanto menos, minimizarlas.
Cabe destacar que esos brotes concretos no han tenido lugar en las aulas u otros espacios universitarios, siendo los focos de contagio externos: vida social, ocio nocturno, colegios mayores, residencias y pisos de estudiantes. En algunos casos, han sido fiestas multitudinarias, actos claramente minoritarios, pero con importante repercusión, no sólo mediática y sanitaria, sino también educativa. Más allá de las medidas restrictivas y sancionadoras, hay que lograr persuadir a nuestros jóvenes por el acatamiento de limitaciones (y nadie mejor que sus pares o iguales para lograrlo, como demuestran diversas iniciativas con campañas en este sentido), haciéndoles entender la necesidad de la protección colectiva, e implicándoles en la responsabilidad compartida.
En el dilema salud/economía, se argumenta fácilmente que "sin salud no hay economía". Efectivamente, sin salud no hay nada. En este aspecto, también se ha puesto sobre la mesa que el retorno al hogar de muchos estudiantes favorece la dispersión del virus. El hecho de que la mayoría de infecciones en esta franja de edad resulten poco graves, con muy baja hospitalización y prácticamente sin letalidad, constituye un arma de doble filo, en el momento en que se infravalora la enorme trascendencia por parte de sus protagonistas. Precisamente su condición de asintomáticos o con sintomatología leve los convierte en potenciales transmisores del virus a otros grupos poblacionales de mayor riesgo, para los que las consecuencias, como lamentablemente ya conocemos, pueden resultar catastróficas. En cualquier caso, el objetivo debe estar puesto en la reducción y control de los contagios.
Su condición de asintomáticos o con sintomatología leve los convierte en transmisores del virus a otros grupos
La importancia y valor añadido consecuente de la presencialidad en la Universidad debería estar fuera de toda discusión. Las clases han comenzado con normalidad aunque con las máximas medidas preventivas y de protección y limitando aforos; en consecuencia, debemos evitar que las aulas se cierren y nuestros estudiantes se vean privados de las clases presenciales. Esto exige que todos, no solo los estudiantes, seamos conscientes de la necesidad de cumplir con las medidas sanitarias de la manera más estricta posible, dentro y fuera de los campus universitarios. Porque no solo los estudiantes son responsables de ello, sino la sociedad en su conjunto; esa sociedad que tanto espera de la ciencia y la investigación para detener esta pandemia. Es la única manera de vencer al virus.
Es indiscutible que la vida social de la juventud es más activa que en otros grupos de edad, pero la inmensa mayoría, como la sociedad en su conjunto, están mostrando un comportamiento ejemplar ante la pandemia. No cabe más que apelar, por enésima vez, al sentido común, la responsabilidad individual y colectiva y el compromiso social. En una palabra: "educación", y de forma presencial siempre que sea posible. Decíamos antes que "sin salud no hay nada". Pues sin educación, tampoco. Por ello, la fiesta no acaba, solamente se pospone.
Elaborado por Javier Lozano, Vicerrector de Deportes, Sostenibilidad y Universidad Sostenible de la Universidad de Almería