
La nueva realidad, que no normalidad, por razones obvias, va a influir notablemente en la forma de llevar a cabo la formación y capacitación en el ámbito laboral.
La pandemia nos pilló en un momento en el que estábamos haciendo el tránsito de una formación que viraba rápidamente a la formación a distancia, el e-learning, la realidad virtual, y cualquier otra vía de formación no presencial, hacia la vuelta a los principios básicos de la formación, como son la práctica en condiciones reales y el entrenamiento directo.
Interrumpido este tránsito para prevenir los contagios, la pregunta es ¿y ahora qué? Ahora estamos obligados a apoyarnos con fuerza en las tecnologías que permiten la formación a distancia, aunque esto no significa que debamos caer en los errores pasados como la estandarización de contenidos o la banalización del uso de estas tecnologías para cuestiones en las que no son ni necesarias ni convenientes, ni de lejos mejoran la formación presencial.
Hay mucho recorrido por explorar entre la formación a distancia, basada en la interacción con textos más o menos estáticos, y con dudosos enforques pedagógicos, y la formación presencial tradicional.
En el extremo más conveniente se encuentran aquellas fórmulas en las que el profesor actúa en tiempo real con los alumnos, pero éstos no se encuentran en el mismo espacio físico. La calidad de las líneas de comunicación ya lo permite, aunque precisa de cierto grado de adaptación para conseguir captar la atención del alumno, puesto que el profesor no controla el ambiente en el que se encuentra ni el nivel de interferencias que se están produciendo.
En un punto anterior estaría esa misma propuesta, pero con la intervención del profesor grabada; aunque no en directo, otros profesores de apoyo responderían a las preguntas de los alumnos en tiempo real. Ésta última no tiene ventajas didácticas sobre la anterior, pero es capaz de manejar un mayor número de alumnos, haciéndola más accesible a fórmulas interesantes como las aulas virtuales continuas, que se encuentran disponibles prácticamente en todo momento para que los alumnos se puedan incorporar con mayor flexibilidad completando los contenidos cuando mejor le convenga.
Ambas se adaptan al nuevo contexto de prevención de contagios, y podrían ser el mal menor para sustituir la interacción presencial y directa entre alumnos y profesor, pero sólo para la formación teórica. Sin embargo, la formación práctica no se puede sustituir por recetas telemáticas. No al menos en aquellos cursos que abordan riesgos en los que no hay margen de error, como los trabajos en altura, extinción de incendios, primeros auxilios, trabajos en cubiertas o la combinación de todos ellos que se exige a trabajadores que operan en líneas telefónicas (TELCO) o en aerogeneradores (GWO).
No se puede confiar a la formación a distancia la capacitación de un trabajador para instalar una línea de vida, colocarse un arnés, o abordar un fuego iniciado.
Hay quien piensa que la realidad virtual puede ser la forma de abordar esta problemática. Sin negar su utilidad, pretender sustituir el entrenamiento directo para bajar de forma segura a un espacio confinado, por poner un ejemplo, utilizando unas imágenes de realidad virtual, sería como intentar saciar el hambre leyendo un libro de cocina.
La realidad virtual, como todo lo novedoso tecnológicamente, despierta todavía cierta curiosidad en los futuros alumnos y esto es de mucho interés para conseguir una buena
predisposición para aquellos trabajadores más experimentados que se presentan a los cursos con pocas expectativas de aprender nada. También puede resultar útil para visualizar previamente ciertas maniobras que es necesario implantar en la memoria muscular de la persona, pero no tiene mucho más recorrido, porque cansa y marea después de poco tiempo de uso.
La formación práctica presencial es insustituible; pero también lo son otras actividades cotidianas en las que se requiere una proximidad entre personas, como las actividades sanitarias o estéticas más comunes, y no vamos a dejar de hacerlas. La clave está en saber adoptar las medidas preventivas que se requieran, a los breves momentos en los que es necesario el contacto cercano entre profesor y alumno, lo cual es perfectamente viable. La formación presencial no ha muerto, pero tendrá que adaptarse (como todo lo demás).
Elaborado por Eusebio Gómez Fernández, director general del Cualtis