
La técnica y las habilidades ya están al mismo nivel de relevancia entre los requisitos que las empresas desean encontrar en los candidatos a los puestos de trabajo ofertados, sea cual sea la modalidad de contratación o colaboración. Las empresas van a requerir profesionales que manejen con destreza los conocimientos específicos y técnicos de sus respectivos grados, posgrados y estudios de especialización y que, a la vez, dispongan de las capacidades que un entorno complejo y cambiante demanda.
Las principales palancas que impulsan la transformación de la realidad marcan una nueva pauta dominada por la incertidumbre y la imprevisibilidad. El siglo XXI se erige como la era del cambio. Las fuerzas impulsoras de este nuevo mapa tienen que ver con las siguientes variables:
· El entorno hipercompetitivo en el que operan las empresas, que crea un panorama competitivo caracterizado por la circularidad y la discontinuidad. La posición competitiva de las empresas varía en función de las características del contexto y de los actores con los que se relaciona en cada momento. El liderazgo en un mercado o sector ha dejado de ser una posición fija ocupada de manera permanente por una organización determinada. La fortaleza de las empresas y su capacidad competitiva ya no se establece en función del tamaño y dimensiones de las organizaciones, sino en función de su flexibilidad, de su capacidad para pivotar y de recalibrarse de forma continua.
· El fenómeno de la globalización en tiempo real, que requiere de habilidades creativas para saber proyectar los nuevos escenarios e imaginar las consecuencias de los cambios.
· La configuración de nuevos modelos de negocio más ligeros, ágiles, resolutivos y dinámicos, en los que prima la estructura flexible, la toma de decisiones colectivas y el fomento del conocimiento como nuevo capital estratégico.
· La velocidad e intensidad del cambio en todas sus vertientes: social, económica, tecnológica, política, cultural y demográfica, que requiere de profesionales capaces de indagar, investigar, llegar a conclusiones y mirar la realidad con equilibrio y sentido crítico-reflexivo.
· La redefinición del concepto de trabajo y el rediseño del rol de los profesionales y del papel del directivo. Para prosperar en un mundo volátil, los profesionales han de aportar valor mediante el impulso del intraemprendimiento y los directivos deben inspirar a los profesionales y saber crear ambientes de trabajo enriquecidos. Para lograr ambos objetivos hemos de cambiar el esquema mental del modelo clásico de gestión y confeccionar nuevas referencias laborales adaptadas a la nueva forma de percibir el mundo.
El paradigma de la complejidad supera todo lo establecido hasta ahora. Se impone la necesidad de replantear los fundamentos disciplinares sobre los que se ha asentado la gestión de empresas y entender que las organizaciones son sistemas con capacidades de innovación, creatividad, aprendizaje y mejora continua. Asumir la complejidad, por tanto, es prepararse para considerar las nuevas demandas en habilidades, capacidades y competencias que se van a requerir a los profesionales.
Tenemos delante una pantalla en la que se está proyectando la película de lo que las organizaciones van a demandar a sus profesionales para protagonizar el escenario de los negocios en condiciones complejas. Estas competencias son las siguientes:
· Preparación, adaptación y gestión de cambios complejos. Las estructuras causales son cada vez más escasas. El entorno predecible y las relaciones claras entre causas y efectos dejan paso a nuevas reglas como las relaciones no lineales y la falta de equilibrio entre variables. La mentalidad que analiza lo acontecido a partir de causas determinadas que crean efectos específicos debe superarse.
· Organización del caos. Lo intrincado, lo incierto, el desorden, la fluctuación y la desproporcionalidad entre perturbaciones y efectos son propiedades de nuestro mundo. Los profesionales no pueden esperar a tener demasiada seguridad sobre lo que acontece para formular su estrategia. Las crisis son medios para romper los límites.
· Creación de ideas en entornos de crisis. En nuestro cambiante y complejo mundo, donde las crisis son un elemento más de la realidad cotidiana, la creatividad, entendida como una capacidad innovadora, transformadora y constructiva, se convierte en uno de los motores de la evolución.
· Emprendimiento e intraemprendimiento en condiciones económicas adversas. Los ciclos de la economía van a fluctuar de una manera más convulsa que en otros tiempos. La puesta en marcha de una actividad de envergadura o importancia requiere esfuerzo y energía por parte del emprendedor. Las condiciones económicas no siempre van a ser todo lo favorables que sería deseable para crear negocios o para expandir los ya existentes, por lo que se ha de entrenar la capacidad de crear las propias circunstancias y de diseñar los escenarios futuros más propicios para los intereses organizativos sin tanta dependencia de las variables del macroentorno.
· Pensamiento paradójico. Aprender a cuestionar lo establecido con mirada constructiva y a asociar ideas que aparentemente parecen inconexas es clave para crear soluciones innovadoras.
· Comunicación orientada a entornos digitales. La incorporación de la tecnología a todas las facetas de la vida ha producido cambios en la forma de relacionarnos en el trabajo, de negociar, de acceder al mercado laboral o de mantener reuniones. La comunicación profesional a través de herramientas digitales se ha instalado y abre nuevas posibilidades. La creación de confianza, la empatía, la claridad en la exposición de los argumentos o las capacidades de liderazgo que posea una persona se deben ahora adaptar al ámbito digital.
La universidad, como centro de conocimiento y aplicación práctica del saber, debe anticiparse a lo que viene. Para canalizar el torrente ingente de cambios, sus profesionales deben disponer de la capacidad de visión amplia, larga y estratégica para traer al presente lo que aún no se aprecia con claridad y diseñar programas docentes acordes a las características de esta era.
El mundo ya no presenta la estructura de un reloj de mecanismo preciso, de movimientos predecibles y de horas exactas. Los modelos laborales tradicionales están en descomposición y el trabajo está cambiando por la compleja interrelación que se da entre las imparables palancas de transformación de la realidad. Es tiempo para la excelencia y para que las certezas sobre las que navegó el desarrollo del trabajo en el siglo XX comiencen a derretirse.
Helena López-Casares Pertusa, Doctora en Neurociencia Cognitiva de las Organizaciones de la Universidad Nebrija