
Como en un cubo de Rubik, las crisis tienen múltiples caras. Por un lado, la cara negra, la más oscura, la que Covid-19 nos ha enseñado a través de la muerte de miles de nuestros familiares. Rompiendo esa seguridad en la que habíamos crecido y sembrando nuevas incertidumbres que creíamos cosa del pasado. El mundo conocido ha cambiado.
Otras caras coloridas, como la labor impagable del personal sanitario o la solidaridad mostrada por los ciudadanos a través de distintas actividades, con el fin de ayudar a pasar la crisis o simplemente de ayudar a pasar la cuarentena.
Y otras, que habían estado siempre ahí, pero permanecían ocultas a nuestros ojos, como la brecha digital que afecta a las clases desfavorecidas.
Acceso desigual a las TIC
La falta de recursos para acceder a las nuevas tecnologías ha pasado a ser un serio problema en sectores como el educativo, donde de la noche a la mañana se ha tenido que reconfigurar todo el modelo de enseñanza.
En la educación, las clases no están suspendidas. Lo que se ha suspendido es la presencia en los centros educativos. Este nuevo escenario ha impulsado la educación a distancia como la estrategia para afrontar la pandemia y seguir garantizando el derecho a la educación, aprovechando el desarrollo actual de las nuevas tecnologías.
Pero el sistema educativo y las personas que participan él (docentes, estudiantes, familias) no están igualmente preparados.
Los docentes han hecho una inmersión urgente y forzada en herramientas, como Moodle o Kahoot, que antes solo les servían para complementar la enseñanza presencial. No se trata solo de adaptar las competencias, sino de adaptar los contenidos, y garantizar que el estudiante sufre el menor perjuicio en todo el proceso. La situación exige un nuevo rol de los docentes como facilitadores del aprendizaje, con competencias específicas que difieren a las del profesor en escenarios presenciales.
El problema llega con aquellos alumnos que no tienen siquiera la posibilidad de alcanzar esos contenidos. Hasta ahora ese impedimento suponía una dificultad, pero no un impedimento para acceder a la educación a la que tienen derecho. Sin embargo, la crisis actual convierte la tecnología de las comunicaciones en una vía prioritaria para facilitar el aprendizaje.
Soluciones para todos
Algunos centros educativos suplen la desigualdad de acceso a los recursos tecnológicos en el hogar del mejor modo posible, combinando opciones más tecnológicas con otros recursos, como facilitar tareas que se recogerán cuando pase el confinamiento o apoyándose en el móvil para hacer llegar la enseñanza.
Esas alternativas ponen de relevancia el loable esfuerzo por parte del profesorado por apoyar a todos en estas circunstancias, pero también la evidencia de un problema al que necesitamos dar una solución conjunta como sociedad.
Según refleja el informe anual sobre el riesgo de pobreza y exclusión, elaborado por la Asociación contra la Pobreza en España, la crisis financiera duró tres años para las clases más pudientes y nueve para las más desfavorecidas, hasta tal punto que el año pasado una de cada cuatro familias seguía estando en riesgo de pobreza.
De modo paralelo al aumento de la pobreza, nuestro país registró un aumento de matrículas en ciclos de FP, como vía segura para el retorno al empleo.
Esta vez, sin embargo, afrontamos un nuevo reto al desconocer si la educación telemática es una solución a una crisis sanitaria temporal o un nuevo proceso con vocación de permanencia para responder a nuevas incertidumbres. De ser así, no podemos permitir que quienes no tienen acceso a la tecnología se vean doblemente castigados por la crisis. Sin acceso al empleo ni a una formación que les permita construirse una salida para su futuro.
Esta nueva crisis plantea nuevos retos. Algunos los vamos descubriendo a diario, a otros tenemos que adelantarnos.
Elaborado por Ricard Guillem de la Fundación Bankia