Ecoaula

Adolescentes confinados (y no es un reality show)

  • Todos ellos y ellas están contagiados del virus Pubertad 12-18
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El estado natural de las adolescencias es el confinamiento. Todos ellos y ellas están contagiados del virus Pubertad 12-18, que los parasita durante un largo tiempo, a veces incluso mucho más. Ese virus convierte su cuerpo en un elemento extraño, que no para de darles signos de alarma e inquietarles porque no conocen su funcionamiento, ni disponen del manual de instrucciones, ni por supuesto de la vacuna. Modifica sus relaciones familiares, escolares, sociales y sobre todo su vivencia de la sexualidad que pasa a un primer plano. Es un nuevo parásito que los aleja del mundo infantil, pero sin un destino claro los deja en cuarentena.

De ahí su confinamiento, refugiados en su habitación y preparados para ese largo encierro con todo tipo de gadgets. Todas las madres y padres saben el día que empieza esa cuarentena, es el mismo que deciden cerrar la puerta e impedir el acceso libre. A partir de allí hay una frontera para acceder y unas condiciones, la movilidad se restringe y las actividades parentales también. El gran éxito entre los adolescentes de los reality show no es ajeno a esta vivencia que todos tienen.

Para sobrevivir disponen también de un refugio exterior: la calle y la pandilla, especialmente aquellos lugares donde pueden eludir la mirada y la voz adulta: parques, lugares deshabitados o poco frecuentados, bares o centros exclusivos para ellos. El uso de sudaderas con capucha, de skates o patinetes, de auriculares grandes, todo son herramientas necesarias para mantenerse fuera de la vista y de la escucha de esa presencia del otro que los inquieta y perturba. Se trata de deslizarse por el mundo manteniendo una vía de escape de lo que para ellos es un juicio permanente, en un momento donde su propio juicio- el que cuenta- no siempre los absuelve.

El tercer refugio son las redes sociales, donde se construyen avatares, vínculos y viven su vida con alegrías, disgustos, violencias. Es su segunda vida (Second life) y a veces la más importante.

El COVID-19 les ha mutilado el refugio callejero y ahora siguen en la habitación pero en riesgo de observación 24 horas por parte de los padres/madres, y esto sí puede ser un problema porque quedan demasiado expuestos, demasiado vistos y demasiado ordenados/hablados. No tienen el recurso de esconderse de esa mirada y esa voz de los adultos. Sólo la puerta cerrada de la habitación, las pantallas y los auriculares actúan como freno a "los invasores". Tampoco tienen otros recursos para domesticar la fiera (el cuerpo que los acosa todo el tiempo): las prácticas grupales de iniciación a los consumos, el sexo, el riesgo, o los ritos de tuneo y musculación del cuerpo.

Hace falta, pues, tomarse con calma la novedad y no intentar recuperar de golpe –empujados por un afán de aumento de la productividad- el tiempo perdido, poniéndoles más deberes escolares, forzando esas conversaciones pendientes, intensificando la vida familiar. Si lo hacemos así, esto puede ser fuente de conflictos sin el comodín de "me voy" con portazo incluido.

Mejor, ir poco a poco y tratarlos como si estuvieran contagiados –que lo están del otro virus- y convivir en un doble confinamiento: algunos espacios y tareas compartidas con ellos/as y otras en solitario, ellos y nosotros.

Elaborado por José R. Ubieto. Psicoanalista. Profesor colaborador de la UOC. Co-autor de "Del Padre al iPad. Familias y redes en la era digital"

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