El Real Madrid y el Atlético de Madrid, campeones de Champions y Europa League, se batirán el cobre el próximo miércoles en la Supercopa de Europa. Se trata del primer torneo europeo de la temporada, una especie de pistoletazo de salida del curso futbolístico que, sin embargo, presenta un aspecto deslucido si se le compara con sus hermanos mayores.
En esta ocasión, el torneo se disputa en Tallín, la capital de Estonia. Un destino exótico, a 3.816 kilómetros de Madrid y en el territorio de una federación, la estonia, con un papel muy secundario en el fútbol europeo. En un estadio que no llega a los 10.000 asientos, el Lilleküla (A. Le Coq Arena es su nombre comercial), la Supercopa confirma que, por relumbrón, queda bastante por detrás de Champions y Europa League.
Las decisiones de la UEFA dejan rastro: es la Supercopa el torneo con destinos más alejados, que obliga a viajes más largos y costosos a sus aficionados y en federaciones de ligas y coeficiente de menor nivel. Y no sirve la excusa de acercar el fútbol a todo el continente, ya que tanto la Champions League como la Europa League, en el último lustro, no han presentado la dispersión y alejamiento del primer torneo europeo del curso.
Desde 2014, la Supercopa de Europa se ha jugado en Cardiff (Gales), Tiflis (Georgia), Trondheim (Noruega) y Skopje (Macedonia), además de la de Tallín de este verano. Salvo en el primer caso, el resto de emplazamientos ha obligado, al menos a uno de los dos contendientes, a llevar a sus aficionados a 3.000 o más kilómetros de sus casas. El ejemplo más drástico, el de la final en la capital georgiana que enfrentó en 2015 a Barcelona y Sevilla y que hizo que los hinchas andaluces tuviesen que recorrerse nada más y nada menos que 5.561 kilómetros. O lo que es lo mismo, casi la misma distancia (solo 200 kilómetros menos) entre Madrid y Nueva York.
En todas las finales de Supercopa, las aficiones contendientes tuvieron que recorrer 2.000 kilómetros o más para jugar en países de menor relevancia futbolística. Solo dos excepciones: la del Real Madrid, que hizo 1.967 para llegar a Cardiff en 2014, y la de Noruega, única liga en el 'top 15' en el momento de jugarse la final. Un mundo de diferencia con los casi 3.000 kilómetros que hicieron Real Madrid y Manchester United en 2017 y los más de 3.500 que les tocó recorrer a Real Madrid y Sevilla en 2016. También con las clasificaciones de Gales (48ª), Georgia (42ª), Macedonia (39ª) y Estonia (48ª) en el ranking de ligas europeas de la UEFA en el momento de su celebración.
Las comparaciones son odiosas
La comparación con la Champions es relevante. El torneo de torneos del 'Viejo Continente' ha tenido sus finales de los últimos cinco años en enclaves más céntricos: de 2014 a 2017, Lisboa, Berlín, Milán y Cardiff, única ciudad que repite en alguna de las tres grandes competiciones de los cinco últimos años. Ninguna de las finales obligó a desplazamientos de 2.000 kilómetros o más, salvo la de este año en Kiev, ciudad de la cual separan a Madrid (los aficionados del Real salieron claramente perjudicados) 3.680 kilómetros y a Liverpool 2.753.
Las federaciones organizadoras de las finales de Champions presentan ligas de mucho mejor nivel: tan solo Gales bajó del 'top 3' con un 44º puesto por el 7º, 3º, 4º y 9º de Portugal, Alemania, Italia y Ucrania (siempre calculándolo con el año en que se celebraron los partidos). La final de 2019, además, será en la federación española, que tiene a la mejor liga por coeficiente. El Wanda Metropolitano será un capítulo más del buen trato a la competición estrella de la UEFA en materia de clubes.
Si bien no tiene tanto esplendor como la Champions, la Europa League también aparece menos sujeta a largas distancias para los aficionados que desean ver las finales. En 2015, los hinchas del Sevilla (especialmente agraviados en estas designaciones) tuvieron que recorrer 3.338 kilómetros hasta Varsovia, pero por lo general estos viajes han oscilado entre los 1.200 y 2.000. Turín (2014), Basilea (2016), Solna (2017) y Lyon (2018) lucen como ciudades más centradas en el mapa europeo, menos que la Champions pero siempre más que las que alojan la Supercopa de Europa.
Lo mismo sucede en lo referente a los países organizadores: sus ligas, o bien son de las punteras en el ranking UEFA (Italia era 4ª en 2014 y Francia 5ª en 2018) o presentan un nivel medio (como Polonia, Suiza y Suecia de 2015 a 2017 con las posiciones 17ª, 17ª y 27ª). Baremos peores respecto a la Champions, pero también claramente superiores a los de la Supercopa.
En definitiva, tres escalones que hablan de la disparidad de criterios de la UEFA respecto a la elección de las finales de sus torneos. Una consolidación de tres divisiones diferentes, de tres clases de competiciones. No solo en importancia deportiva, sino también en lo organizativo.