A principios de semana, Forbes publicaba la lista de los 100 atletas mejor pagados en los últimos 12 meses. Un listado liderado de manera incontestable por Floyd Maywaether...y en el que no aparecía ni una sola mujer. La propia cabecera explica el por qué de esta inexplicable ausencia.
La razón está en el tenis. O, mejor dicho, en las peculiares circunstancias de las dos tenistas más importentes del circuito femenino: Serena Williams y Maria Sharapova. Las dos deportistas más mediáticas de la WTA han transitado por muchas curvas en los últimos meses, lo que les ha alejado de una lista que habían habitado de forma habitual.
El caso de Sharapova viene de largo. A comienzos de 2016 fue acusada de dopaje por el uso de Meldonium, y suspendida de manera provisional por la ITF (Federación Internacional de Tenis), que la sancionó dos años, una pena reducida posteriormente a 15 meses. El resultado: casi año y medio de ausencia en el tenis profesional y unas secuelas a nivel deportivo que se han traducido en el cierre del grifo de las victorias. Desde entonces, solo ha ganado un torneo de segunda fila, el Abierto de Tianjin.
Al margen de los patrocinios (también resentidos por el caso de dopaje), el estatus actual de Sharapova lo refleja su ranking en la clasificación de la WTA: un número 30 que se encuentra a años luz de lo que la siberiana fue hace no tanto tiempo.
Cuando Serena Williams anunció en abril de 2017 que estaba embarazada, el mundo del tenis asumió que la estadounidense estaría un año sin poder coger la raqueta en un partido oficial. La realidad alargó un par de meses más el periodo de baja: volvió en marzo de 2018 (desde enero de 2017 no pisó una cancha por una lesión de rodilla) y desde entonces no ha conseguido coger el tono.
La adaptación al deporte de máximo nivel es complicada para una mujer que ha afrontado un embarazo. Tras su alumbramiento, ha jugado siete partidos (cuatro victorias y tres derrotas), no ha ganado ningún torneo y se encuentra en el puesto 451 del ranking. Estadísticas que le dejan fuera de los 100 primeros puestos de la lista Forbes a pesar de, curiosamente, ser la atleta número 17 en el montante de patrocinios.
De hecho, la de Michigan fue la única representación femenina del listado de 2017. El tenis ha sido el único refugio de las mujeres en esta clasificación. Desde 2010, solo han sido tenistas las que han ocupado alguna plaza en este 'top 100'. Para más inri, este privilegio ha sido exclusividad de tres: Na Li, Maria Sharapova y la propia Serena.
Una cuestión de fondo
El tenis explica esta ausencia de mujeres en la lista Forbes, pero solo en parte. Que no haya deportistas femeninas en esta clasificación (mayoritariamente masculina) no responde al buen o mal rendimiento de un escaso ramillete. Una cuestión de fondo aparece tras este apunte: la desigualdad de género. Un problema que se da en las capas más bajas de la sociedad y que, por lo tanto, también tiene su reflejo en el deporte, en todas sus esferas.
En su explicación, Forbes da un ejemplo, el del baloncesto de EEUU. Los acuerdos televisivos de la NBA son 100 veces superiores a los de su homóloga femenina, la WNBA: 2.500 millones de dólares de una frente a los 25 de la otra.
En España, el caso que está más en boga es el del fútbol femenino. El balompié está experimentado un ascenso evidente, pero no el exigible y ni mucho menos el deseable en materias de igualdad. A pesar de los lentos progresos por visibilizar la liga nacional (la Liga Iberdrola se empieza a emitir por abierto en TV), las comparaciones dejan en un pésimo lugar al deporte rey español: el Atlético Féminas, campeón nacional de Liga, recibió la irrisoria cifra de 1.350 euros por la victoria. La Copa, directamente, no tiene un premio económico.
La problemática recorre todos los estamentos y no entiende de países. La lista Forbes es tan solo una señal más: el deporte mundial muestra menos atención, dignidad y cuidados a su vertiente femenina. Y, por supuesto, le paga infinitamente menos.