
Hace cuarenta años, el economista brasileño Edmar Bacha bautizó a su país como Belindia, combinando una Bélgica próspera y moderna con una India pobre y atrasada. Según muchos observadores, en los últimos comicios presidenciales, la India, el interior de Brasil reeligió a la presidenta Dilma Rousseff, mientras que la parte belga votó por el socialdemócrata Aécio Neves. Como la India es más grande, ganó Rousseff. Dicha tesis está en vías de convertirse en la interpretación convencional de la elección en Brasil, la más reñida y enconada de los últimos tiempos.
En el sur de Brasil, que es relativamente rico y responsable del 70% de la producción económica, Aécio triunfó con facilidad. Una división similar surge cuando se clasifica a los votantes según su grado de dependencia de transferencias públicas (alto en el noreste) o sus años de escolaridad (elevados en el sur). Sin embargo, de esta elección se desprende más de lo que sugiere el amplio panorama anterior.
En 1974, cuando Bacha acuñó su término, resultaba obvio que el Brasil moderno y próspero era sólo una pequeña franja del total. Pero en 2014, Neves, el candidato del Brasil belga, obtuvo más del 48% de los votos. Esto revela lo mucho que ha cambiado el país en los últimos cuarenta años, y lo numerosa e influyente que ha pasado a ser su clase media. Fue precisamente esta clase media, harta de las acusaciones de corrupción y del estancamiento de la economía, la que se rebeló en contra del oficialista Partido de los Trabajadores (PT) y votó por el cambio.
Pero no por esto deja de sorprender que pese a la desaceleración económica Dilma y el PT hayan logrado retener el apoyo de muchos millones de votantes pobres y excluidos. Esto se debe, en parte, a que como la recesión no ha golpeado mayormente al empleo, muchos hogares todavía no sienten sus consecuencias.
Dilma también se vio favorecida por el súperciclo de las materias primas, que llenó las arcas del fisco brasileño y le permitió implementar ambiciosos programas de transferencias monetarias con los que muchas familias salieron de la pobreza. De hecho, estas políticas fueron iniciadas por el expresidente Fernando Henrique Cardoso, del mismo partido que Neves, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). Pero la imaginación pública las asocia con Luiz Inácio Lula da Silva, el mentor y predecesor de Dilma, también perteneciente al PT.
La estrategia de usar ingresos devengados de las materias primas para obtener apoyo político, no es exclusividad de Brasil. En Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela los populistas han intentado recurrir al mismo truco. También lo han hecho en Chile gobiernos tan dispares como el de Sebastián Piñera (conservador) y el de Michelle Bachelet (socialista). Y las semejanzas no terminan ahí. Ahora que el auge de las materias primas está llegando a su fin, todos estos gobiernos enfrentan el desafío de construir un nuevo motor para la economía que sea capaz de sostener el crecimiento y crear empleo.
Rousseff no tiene tiempo que perder
Esto dista de ser fácil, especialmente para Brasil. Aunque hace tiempo que las deficiencias de su economía están claras, se ha hecho poco para corregirlas. Por el lado micro, la escasa inversión pública significa una infraestructura deficiente y altos costos de exportación. En Brasil no existe la alta tributación con que se han gravado las exportaciones en Argentina, su país vecino, pero sus elevados costos de transporte producen el mismo efecto. En educación tampoco hay suficiente financiación pública.
Por el lado macro, la escasez de ahorro fiscal implica una insuficiencia de ahorro a nivel nacional. Cuando hay fondos internacionales disponibles, esto produce booms de corto plazo y altos déficit de cuenta corriente, que se financian mediante un cuantioso endeudamiento externo.Con respecto a política industrial, la intuición del PT es acertada, pero no así sus herramientas. Asociarse con sectores productivos líderes para promover la innovación es una cosa, pero hacerlo a través del control de precios, de subsidios indiscriminados y de proteccionismo, es otra. Ésta es la vía por la que ha optado Brasil en los últimos años.
Rousseff no tiene tiempo que perder. Va a presidir un país con una fuerte deuda pública, una moneda volátil y una inflación más bien alta. Los nerviosos mercados financieros internacionales mantendrán su gobierno a raya. Neves y su PSDB salen muy fortalecidos de esta elección, pero también enfrentan grandes desafíos en los próximos años. Los socialdemócratas ocuparán un mayor número de escaños en el congreso (incluido Neves como senador) y gobernarán algunos de los estados más grandes de Brasil, entre ellos São Paulo, con 43 millones de habitantes y un tercio del PIB de la nación. Pero para llegar al palacio presidencial de Planalto tras los comicios de 2018, el PSDB tendrá que convencer a los brasileños pobres -los que viven en la India de Bacha- que trabaja a su favor y aboga por políticas que los benefician a ellos más que a todos. Entonces y sólo entonces comenzarán a desaparecer las históricas divisiones que ha sufrido hasta ahora Brasil. Cuando esto suceda, el país tendrá el moderno y efectivo gobierno social-demócrata que merece.
Andrés Velasco, exministro de Hacienda de Chile, profesor en la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales de Columbia University, Estados Unidos.
© Project Syndicate, 2014