
Nuestro sistema electoral se formuló con el fin de conseguir un bipartidismo casi perfecto en contraposición al sistema anterior republicano que daba lugar a casi tantos partidos como diputados. Cuando, ni el PP ni el PSOE, alcanzaban la mayoría absoluta, intentaban afianzarse con los conservadores partidos autonómicos, PNV y CiU, o bien con los comunistas reformados, si se trataba del PSOE. Estos eran partidos con pocos diputados, pero suficientes para conseguir las mayorías necesarias para gobernar.
A lo largo de todos estos años, existieron varios intentos para conseguir generar un partido de centro de ámbito estatal y eliminar la necesidad política de apoyarse en partidos de ámbito autonómico con visiones y objetivos diferentes y solamente centrados en sus respectivas autonomías.
Resultaron vanos esfuerzos y creo poder resumirlas en dos, las causas de este fracaso. La primera, la ley electoral que prima a los grandes partidos, y si no que se lo pregunten a Izquierda Unida, que con muchos votos dispersos conseguía en su momento menos diputados que CiU con menos votos.
La segunda, se debía a que este espacio político debía basarse en un liberalismo de tipo social o individual y posturas políticas pragmáticas, diferentes en cada momento y según las circunstancias. Esta ambigüedad de pensamiento y el concepto de persona que recibe derechos y obligaciones y no el grupo social, era poco comprendido por el ciudadano español que siempre ha pretendido un cierto dirigismo y protección, ya sea desde la derecha como de la izquierda.
Ahora, al parecer, el bipartidismo se ha dispersado y la izquierda y la derecha formulan diversas opciones, pero basadas todas ellas en un patrón donde el Estado impera, manda, organiza. De nuevo, la moderación, el pragmatismo, el predominio de la persona sobre la sociedad o el grupo, han regresado al olvido.
El último intento, loable, exitoso, y en un momento dado, capaz de alcanzar el gobierno, el de Ciudadanos, se ha olvidado de su ideología original y se ha decantado por abrazar una derecha moderada y moderna, pero una derecha al fin. Con ello se ha perdido de nuevo la posibilidad de generar un proyecto político de centro.
No critico a Ciudadanos porque seguramente sus técnicos y analistas habrán percibido la imposibilidad de crecer solo con la moderación y el pragmatismo, porque en España estas personas caben en un taxi, como dijo de los liberales durante la transición un maligno, pero realista político. Ciudadanos ha decidido convertirse en el ala moderada de la derecha.
Con su decisión se pierde de nuevo la posibilidad de generar entre nosotros un partido centrado en resolver problemas y alejado tanto de la derecha como de la izquierda. La consecuencia es esta realidad que hoy vivimos, el insulto, la denuncia, la acritud, la media verdad o la media mentira, que con su cansina repetición agotan al ciudadano y le alejan de la política y de los políticos.