Cataluña

El futuro de Cataluña

Hemos vivido tiempos muy difíciles aquí en Cataluña y escribir con sosiego no surge de la pluma cuando ésta se apasiona. Quizás pueda manar de esta pluma ya veterana alguna idea que genere concordia, o al menos, sugiera algún camino que, a largo plazo, conduzca hacia un desarrollo sereno de nuestra sociedad.

Con brevedad, señalo los grandes hitos acaecidos durante estas últimas semanas. Con la mayoría de los miembros del Govern en la cárcel y el resto en Bélgica a la espera de lo que decida su judicatura sobre la extradición solicitada por el Gobierno español, la sociedad catalana, dividida en dos mitades cada vez más radicales, se enfrenta a unas elecciones el 21 de Diciembre, que elegirán diputados, President y Govern para los próximos cuatro años.

Más de dos mil quinientas empresas, que representan casi el treinta por ciento del PIB catalán, se han marchado a otros lugares. El turismo y el comercio sufren una caída de un veinte por ciento. Disminuyen las ventas de coches y aumentan el paro.

Pero todo ello no es significativo frente a argumentos políticos y sentimentales que apoyan la independencia de Cataluña. Como consecuencia de estos hechos, el Gobierno del Estado, puede enfrentar el problema catalán de dos maneras bien diferenciadas.

La primera, intentar aproximaciones a través de partidos políticos afines y de élites empresariales, intelectuales y culturales. Convencer a los catalanes que unidos al resto de los españoles solamente tendremos ventajas.

Todo ello mediante una política de mejora de infraestructuras, descentralización de la Administración Central, creando departamentos de índole estatal en Cataluña, invirtiendo en centros de investigación y enseñando a nuestros niños y jóvenes que, en un mundo globalizado, es la persona el objeto a proteger, y la organización social viene en función del crecimiento de la persona y no es la patria o la nación, un objetivo deseable, porque no mejora la condición de las personas.

Además, promover toda iniciativa que comporte una mayor comprensión de la diversa manera de pensar de los ciudadanos y una mejora de la convivencia. Todo ello, si es posible, con la complicidad del Govern elegido.

La segunda, es la contraria. De una forma silenciosa, debilitar económicamente a Cataluña, sangrarla, fomentando la inversión empresarial en otras autonomías. Potenciar el puerto de Valencia para debilitar el de Barcelona, diseñar y construir el eje ferroviario europeo a través de Zaragoza, en dirección hacia Madrid, un ramal, y otro, hacia Valencia y el sur.

Aislar a medio plazo Barcelona, convirtiéndola en un Marsella o un Génova, ciudades importantes, pero sin poder político ni económico. Puede creer el Gobierno de España que, aun cuando persista el independentismo, Cataluña carecerá de recursos, líderes y ánimo para iniciar en el futuro nuevas acciones como la emprendidas en el presente.

Quienes se inclinan por la segunda opción, piensan que el problema catalán es irresoluble, y el único medio para combatirlo es empobrecer Cataluña y dejarla sin fuerzas, ni políticas, ni económicas, para que jamás pueda iniciar una nueva etapa reivindicativa. Con esta opción de empobrecimiento todos perderemos.

Quisiera, aunque me cuesta, creer que el nuevo gobierno de Cataluña, vista la experiencia de estos últimos meses, busque el dialogo y conocimiento mutuo y la relajación de la sociedad catalana, hoy crispada, muy crispada. También deseo que, los líderes políticos piensen más en la sociedad que lideran, que en sus ilusiones y proyectos subjetivos y mediten sobre la reacción que sus acciones y proclamas puede producir en la sociedad y tanto los catalanes, como el resto de España, nos inclinemos por la primera de las opciones mencionadas.

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