Hemos sido testigos los últimos años del poder del pueblo al conseguir derrocar regímenes pseudo-democráticos con el empleo como arma de sus cuerpos y de su voluntad. En muchos países dominados por gobiernos autoritarios, donde imperaba el terror y el férreo control de los movimientos de las personas, el pueblo ha conseguido derrocarlos movido por el hastío, la corrupción de las elites y la pobreza de las gentes.
El último caso es Ucrania, pero se inició en Túnez, Egipto, Libia y Siria y se está fraguando en Turquía y Venezuela. Cada país mencionado posee unas características propias, pero existe un denominador común: el hartazgo de tanta injusticia y las enormes diferencias políticas y sociales entre las elites y todos los demás. Esto unido a una democracia, en el caso de que la haya, muy primaria y donde siempre surgen los mismos personajes, elección tras elección, provoca la unión de los pueblos en contra del poder establecido.
Estas revoluciones que explotan en un momento dado, aun cuando el caldo de cultivo de las mismas se cueza desde hace lustros, proporcionan a las gentes normales un cierto aire de esperanza, al pensar que contra el pueblo no se puede gobernar de un modo permanente.
También es cierto que las elites de cualquier clase jamás escarmientan en cabeza ajena y consideran que ellas son especiales y que jamás les ocurrirá lo mismo que a su vecino. Por ello siempre es necesario hacer frente a las elites, mejor mediante la ley y la justicia, pero existen países en los que la ley y la justicia se hallan integradas en las elites y es en estos lugares donde el único sistema de supervivencia y cambio es la revolución.
Como ya he dicho en alguna ocasión, la democracia nos permite por lo menos sustituir unas elites por otras cada cuatro años y, sin ser la panacea, nos evita el acudir a la revolución para sustituir a un grupo concreto de personas.
El único peligro que poseen las democracias poco rodadas o imperfectas es que las elites que se alternan en el poder, ambicionen convertirse en clase social y aunque procedan de ideologías diferentes, se pongan de acuerdo con el fin de perpetuarse en el poder. Si ello ocurriera, para estas elites la democracia sería el instrumento a utilizar para justificarse a si mismas en todo aquello que realizan y acallar a sus críticos, calificándolos de no demócratas por no respetar la reglas de juego.