Cataluña

Esto es la guerra y debemos ganar

Juan Carlos Giménez Salinas, Abogado

Quisiera analizar desde una cierta perspectiva, si es posible, lo que nos está ocurriendo tanto a España como a Europa para abrir un debate. Hace casi cinco años se abrió el actual período económico que acabó con la etapa especulativa basada en el suelo y el ladrillo y en la que participamos todos, especialmente la banca.

Desde entonces el precio del mercado inmobiliario no ha tocado fondo y comoquiera que muchas empresas, particulares y los propios bancos garantizaban sus préstamos con inmuebles que ahora no se venden o bien si se venden su precio es muy bajo, aquellos prestamos carecen de cobertura real y los prestamistas no pueden cobrar sus créditos por carecer de efectivo sus deudores.

Este es el círculo vicioso en el que nos encontramos. Por otra parte, el sector público, que basaba sus ingresos en los impuestos que generaba la actividad inmobiliaria (compraventas, licencias de obras, recalificaciones de suelo...), hoy no percibe nada por ello y precisa continuamente de efectivo para satisfacer sus obligaciones.

Hemos llegado al punto que deseaba, la banca y el Estado precisan enormes cantidades de dinero para poder sobrevivir y no pueden extraer más dinero del contribuyente en forma de impuestos porque estos han llegado al límite y pretende extraerlos cobrando los servicios que ofrece, sanidad, educación y cualquier otro. Cobrando los servicios, bajando sueldos de funcionarios y empequeñeciendo un poco el sector público tampoco tienen suficiente y es por ello que acuden a la deuda externa. España, al no generar riqueza suficiente, acumula deuda y dependencia externa. Somos deudores cada vez menos solventes, cada vez más débiles y cada vez más vulnerables.

Por otra parte somos un país del primer mundo, avanzado, con tecnología y ciudadanos formados, con industria desarrollada, buenos servicios, buenas instalaciones turísticas, sociedad culta, aburguesada y, en definitiva, civilizada. Es decir, somos apetecibles y, en este momento, somos baratos. Además nos hallamos acomplejados y nos sentimos algo culpables de lo que nos ha ocurrido. No poseemos mucha capacidad de lucha y nos hallamos a la defensiva, la peor postura ante cualquier injerencia externa. Consecuencia de todo ello, los ojos del mundo económico se hallan agazapados esperando el momento de aterrizar en nuestro país y dominarlo mediante el capital. También los ojos del mundo político, léase los estados europeos fuertes, se fija en nosotros como presa fácil para obedecer sus instrucciones y acatar las reglas de juego que nos impondrán sin necesidad de ejercer excesiva fuerza.

¿Qué podemos hacer para contrarrestar estas miradas de gula que extienden sobre nuestro país los poderes económicos y políticos? La postura timorata, la obediencia ciega, el complejo de culpabilidad y las luchas políticas internas no son los mejores remedios para luchar desde nuestras débiles fuerzas contra la avaricia exterior. Lo primero que debemos hacer es provocar la unión de los políticos más racionales y responsables que tengamos con el fin de que los apetitos externos adviertan una feroz resistencia. Lo segundo es sanear nuestras finanzas, cueste lo que cueste y caiga quien caiga, pero sanearlas nosotros sin complejos y sin miedo, porque si vienen los de fuera para decirnos lo que tenemos que hacer con nuestros bancos y nuestras autonomías lo tenemos claro. Ya sabemos que nos dirán lo que ellos deseen, no lo que nos conviene. Lo tercero, jamás plantear la salida del euro. Fuera del euro, hoy por hoy, retrocederíamos treinta años. Y cuatro, empezar a diseñas nuevos negocios, nuevas ideas y nuevos proyectos. Dejar caer lo viejo, lo cutre, lo mal administrado y obsoleto, aquello que ya no tiene salida y apoyar lo nuevo, la innovación y la juventud, aunque éste tenga ochenta años. Todo ello sin miedo ya que esto es la guerra y en la guerra no hay miramientos. De la guerra surgen nuevas etapas y proyectos que antes no se preveían y aparece un mundo nuevo y el viejo queda enterrado y solamente recordado por el nostálgico perdedor. No nos merecemos perder esta guerra y debemos, sea como sea, ganarla.

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