Encarrilada la grave pandemia sufrida, es momento de reflexión ante los nuevos hábitos de nuestras gentes en todos los órdenes de sus vidas: el laboral, el familiar, el mercantil, el cultural, el docente y el turístico, sobre todo aquello que debe representar una importante ciudad como Barcelona.
Pero antes de mirar al futuro, repasemos de dónde venimos. Barcelona, desde el siglo XIX hasta hoy, ha sufrido tres grandes cambios urbanísticos que la han modificado en su totalidad, y todos estos cambios han sido debidos a presiones demográficas, sanitarias o industriales no previstas ni anticipadas por las clases dirigentes, excepto la última transformación, que fue debida a la celebración de los Juegos Olímpicos de 1992.
La primera gran transformación tuvo lugar en 1854 con el derribo de las murallas. Antes de aquella fecha en Barcelona vivían más de 180.000 personas de todas las clases sociales y era una ciudad industrial. La mayoría de la gente habitaba en ratoneras de apenas veinte metros cuadrados, sin agua corriente, tracción animal en las calles y sin cloacas. Consecuencia de ello, cada pocos años llegaba la peste, el cólera u otra epidemia mortal, y eran pocos los hospitales por carecer de espacio.
Cinco años más tarde, en 1860, se aprueba el Plan Cerdá, en su día muy polémico, que culminó su proyección hacia los años sesenta del siglo pasado conformando el Eixample. Su desarrollo fue fácil ya que por razones militares estaba prohibida la construcción de edificios en todos los terrenos adyacentes a Barcelona con el fin de facilitar su defensa en caso de asedio.
Abiertas las murallas se inició lentamente el proceso de edificación del Plan Cerdá, iniciando su desarrollo a partir de la Plaza de Cataluña hacia el norte a través del Paseo de Gracia y calles adyacentes a su derecha e izquierda. Coincidió este desarrollo urbano con la llegada de capitales procedentes de Latinoamérica, principalmente de Cuba, que en parte se invirtieron en edificios de viviendas del ensanche.
Era habitual que el propietario de todo el inmueble habitara el piso principal construyendo una escalera para acceder al mismo y el resto de las plantas se alquilaran con el fin de obtener réditos al capital invertido. En sus comienzos, las familias más adineradas construyeron sus palacetes, sobre todo, a lo largo del Paseo de Gracia, edificios suntuarios que permanecieron pocos años debido al incremento de los precios. Los herederos del primer propietario vendían la gran vivienda para edificar en su lugar un inmueble de múltiples viviendas que arrendaban.
Los municipios cercanos fueron absorbidos por Barcelona: Gracia, Sarriá, Sant Gervasi, Les Corts, Sant Martí de Provençals y de este modo se amplió su espacio. Esta absorción fue posible debido a la gran diferencia de poder político y económico de Barcelona con respecto a los municipios colindantes.
Barcelona, programada por el Plan Cerdá, fue creciendo de un modo ordenado muy lentamente. Quizás la única reforma realmente importante llevada a cabo durante este largo período fue la apertura de la Via Layetana, que abrió la nueva Barcelona del Ensanche al mar. Las obras se iniciaron en 1908 y atravesó la Barcelona antigua eliminando 80 callejuelas insalubres. En su día fue pensada para ubicar el sector empresarial y financiero.
Desde aquellas fechas hasta la llegada masiva de inmigrantes a mediados de los años cincuenta no hubo ningún proyecto que modificara Barcelona de un modo sustancial. En aquellos años cercanos a los sesenta del siglo pasado, años de hambruna en las zonas rurales y de intenso desarrollo desordenado en las grandes ciudades, se crearon enormes centros barraquiles carentes de todo tipo de servicios, habitados por las personas hambrientas de las zonas paupérrimas de España.
Había trabajo pero ninguna infraestructura para ubicar a esta masa de gente que de improviso se acercó a las grandes ciudades como Madrid, Barcelona y Bilbao. La necesidad urgente de proporcionar vivienda digna y alejar epidemias y desórdenes propició la generación de un sinnúmero de edificios construidos, unos por los Institutos municipales de estas ciudades que los arrendaban a precios políticos. Otros por las cajas de ahorro a quienes el Estado les concedía beneficios fiscales si edificaban viviendas y las arrendaban a precios tasados, y otros construidos por capital privado que procedió a su venta a precios asequibles.
Debido a este incremento desordenado de la población, Barcelona generó nuevos barrios de viviendas populares alejados del Plan Cerdá, que se encontraba desbordado. Estos barrios durante muchos años carecieron de los servicios necesarios, sus calles sin asfaltar, sus zonas verdes barrizales en épocas de lluvia y generadoras de polvo las épocas secas. Fueron los sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado. Barcelona creció con desmesura y, con el desarrollismo, el vehículo particular se convirtió en el rey. Se ocupó la práctica totalidad del término municipal ya que en aquellas épocas Pueblo Nuevo estaba ocupado por industrias y almacenes.
A principios de los ochenta Barcelona se encontraba colapsada, las únicas vías para atravesarla eran la calle Aragón, la avenida Diagonal y la Gran Via. Por ellas transitaba el turismo internacional hacia el resto de España y todos los camiones que se dirigían a cualquier destino peninsular.
A principios de los ochenta, siendo Maragall alcalde, se inicia un sueño, las Olimpiadas, y con él una nueva visión de Barcelona en la que el arquitecto Oriol Bohigas tuvo mucho que ver. Cinturones de Ronda, apertura de Poble Nou al mar y traslado de las industrias a otros lugares. Nuevo puerto deportivo, Villa Olímpica, limpieza de fachadas y descubrimiento de la arquitectura de la ciudad, aireación de los barrios antiguos y nuevas zonas verdes en todos los barrios.
Fue el gran cambio de Barcelona a la modernidad y habitabilidad. Como resumen de esta primera parte podríamos decir que la Barcelona moderna tuvo dos etapas que modificaron totalmente su aspecto y habitabilidad: el Plan Cerdá y la reforma olímpica. La primera en 1860 y la segunda en 1990.