Cataluña

Opinión: Sociedad, política y escepticismo

El abogado Juan Carlos Giménez-Salinas. Foto: Luis Moreno

El 14 de febrero votaron algo más de la mitad de los catalanes que tenían derecho a voto, y su resultado no proporcionó una solución clara para resolver la inquietante incapacidad de nuestros políticos para encontrar una salida perdurable y consistente al momento en el que vivimos.

De las urnas no surgió partido alguno con la fuerza necesaria para implantar su criterio, al contrario, se generó un menudeo de partidos de difícil entendimiento.

Desde hace muchos años, demasiados, Cataluña ha tenido solamente dos ámbitos de discusión, los que desean un país independiente y los otros. En ambos sectores se amalgaman todas las ideologías, desde la extrema derecha a la extrema izquierda, unidas por un único deseo.

Ante este panorama es fácil deducir la imposibilidad de poder llegar a acuerdos entre diferentes partidos para conseguir una mayoría sólida que permita abordar los problemas que perturban nuestra sociedad y conducirla hacia un futuro avanzado.

Desde hace años la Generalitat se encuentra sin dirección, carente de un líder que marque las pautas y traduzca los deseos de los ciudadanos en políticas realistas. Dos ejemplos de ello fueron las algaradas, por decirlo suavemente, tras el encarcelamiento del rapero Pablo Hasel, ante las que partidos de orden antaño, las han defendido frente a los Mossos, hogaño.

Otro ejemplo es la protesta del empresariado catalán ante los desmanes y perjuicios que les han causado los violentos. El empresario, huérfano político, ha tomado la decisión de protagonizar su descontento porque considera que la Generalitat no le protege.

¿Responsabilidad política?

Cataluña se encuentra desorientada, sin gobierno, sin ideas y el ciudadano medita preocupado que, sin políticos responsables, no se podrá constituir un gobierno duradero por muchas elecciones que se celebren. Los políticos son quienes deben encontrar las soluciones, no pasarle el problema al ciudadano para que intente resolver por la vía electoral su incompetencia.

El ciudadano catalán ha vivido muchos años sumido en la zozobra al ignorar hacia donde le conduciría la estrategia de los políticos, pero en este momento se encuentra sumido en una cierta relajación generada por un recién llegado escepticismo.

Con excepción de algún grupo violento dirigido por alguien, hoy desconocido, la inmensa mayoría de catalanes muestra un cierto cansancio y emula al filósofo griego Irrón de Elis, fundador de la doctrina escéptica que sustentaba su vida en la eterna duda y la carencia de una verdad irrefutable. Este pensamiento provoca quietud y disuelve la discusión ya que nada parece definitivo y todo puede ser.

Han pasado muchas cosas en Cataluña estos últimos años y la pasión ha sido uno de los vehículos de nuestra sociedad, lo que unido a una imprevista y radical pandemia, nos ha conducido en estos momentos a dejar de lado la política y procurar por nosotros mismos, nuestras vidas y las de nuestras familias, así como la defensa de nuestra economía y nuestros intereses.

Se advierte cierta dicotomía entre los intereses de los políticos y los de la ciudadanía y se prevé un caminar en paralelo de nuestra sociedad frente a los objetivos de los políticos. Cataluña siempre ha sobrevivido y los malos tiempos por los que ha transcurrido su deambular, siempre ha sabido sortearlos.

Los grupos humanos poseen una enorme capacidad para sobrevivir y siempre encuentran el modo de realizarlo, innovando o bien dejando de lado ciertas aspiraciones inalcanzables en un momento dado pero posibles en un tiempo diferente.

El escepticismo es buen remedio para serenar el espíritu y dedicar la energía a desarrollar actividades que no generen tensión. Este pensamiento, presidido por la duda, permite la convivencia de criterios diversos, incluso antagónicos, ya que considera que nada es totalmente cierto y nadie posee la verdad, porque ésta no existe.

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