Castilla y León

Buenos y malos en la gestión autonómica

La más que previsible intervención de alguna comunidad

autónoma por su insolvencia económica acrecentará a buen seguro la ola de críticas que durante los últimos meses se ha desatado contra las autonomías. En un país en el que pasamos de cero a cien sin solución de continuidad, los detractores del modelo territorial ganarán adeptos a miles para intentar derribar lo construido hasta ahora.

No me voy a erigir ahora en defensor a ultranza del estado

autonómico porque es manifiestamente mejorable. Es más, hace unas semanas invitaba desde esta misma tribuna al presidente de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, a que liderase a las comunidades del PP para poner

un punto de racionalidad en el actual modelo.

Es cierto que el modelo tiene el pecado original de ser un simple mecanismo para contentar a los nacionalistas y de que han sido estos los que han marcado el ritmo descentralizador según su conveniencia y el interés de los

grandes partidos por conseguir su apoyo para llegar a la Moncloa.

Pero es de justicia marcar las diferencias y reconocer que la ruina en la que están inmersas muchas autonomías son responsabilidad de sus gestores, y a ellos habrá que pedirles cuentas en vez de abrir una causa general a modo de la Inquisición.

Castilla y León no ha caído, por ejemplo, en la tentación de crear una policía autonómica o una televisión pública, simples intentos de algunos presidentes regionales para convertirse en una especie de virreyes. La gestión económica en esta Comunidad, aunque aquejada de la dolencia del déficit permanente, no ha incurrido en un endeudamiento indigerible, y sus cuentas públicas

se encuentran entre las más saneadas de España. Y también la gestión de los servicios públicos -sanidad, educación o dependencia- ha sido eficaz, como demuestran los numerosos informes que avalan su calidad.

Aún así, hace falta una buena liposucción para recuperar la

forma que permita afrontar la difícil situación. El modelo, con reformas, puede servir y hay espejos en los que mirarse.

RAFAEL DANIEL

Delegado de elEconomista en Castilla y León

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