
Si todavía visitar Fuerteventura se promociona como un destino donde encontrar la soledad y donde hasta el régimen de Primo de Rivera mandó a vivir a Miguel de Unamuno, basta imaginar cómo sería en 1740, con apenas 200 personas viviendo en esa isla, hoy laboratorio turístico de España con una oferta sostenible para cuando se reabra el mercado tras la pandemia del Covid19. Los ingleses necesitaban una isla en la costa del Sáhara con la finalidad de atormentar las navegaciones de España y Portugal en África. Durante la guerra del Asiento entre 1739 y 1748 se obsesionaron con Fuerteventura. Aquellas gentes que vivían en zonas tan despobladas como Caleta de Fuste se organizaron como pudo en medio del desierto insular que era aquella tierra. Ya desde 1740 capturaron una balandra británica en Tarajalejo y Gran Tarajal.
No solamente eran ataques. Es que la presencia de navíos ingleses condenaba a Fuerteventura al hambre. Por ello, no quedaba otro remedio que hacer faenar a un barco de pesca entre Gran Canaria y Fuerteventura para alertar de la presencia de corsarios y evitar que llegasen armas a la isla. Para defender la isla apenas había dos cosas: una serie de pequeñas torres de vigilancia y una red de información colocada por la costa para acelerar la unidad de acción de las compañías de Tuineje, Tiscamanita, Agua de Bueyes, Casillas de Morales y Antigua. La diferencia de distancias en aquel desierto insular permitía cierta correspondencia con el Mando de Canarias en Las Palmas y Tenerife. Unas distancias que generaban la llegada de material de combate escaso y con retraso con autorización del comandante general de Canarias, Emparán.
El teniente coronel del Ejército de Tierra José Sánchez Umpiérrez estaba al frente de todo el dispositivo con lo que podía. Apenas contaba con munición para responder los ataques de los piratas británicos. Fue el 13 de octubre de 1740 cuando 53 ingleses desembarcaron en Gran Tarajal. Sánchez Umpiérrez ordenó esconder a mujeres y niños además de poner la isla en situación de alerta. Ordenó a todos los hombres a reaccionar al ataque con palos y piedras. No había otra cosa. Como barricada Sánchez Umpiérrez no tuvo otro remedio que usar camellos antes de entrar en el cuerpo a cuerpo con los ingleses. Ocho canarios murieron pero 33 de los 53 soldados ingleses acabaron muertos.
Eso fue en octubre porque en noviembre los ingleses volvieron al ataque en Ginijinamar y Tarajalejo bajo las órdenes del subteniente Benabar Bilb. Los 55 corsarios acabaron mal porque la población tenía armas capturadas del anterior ataque. Umpiérrez era un hombre de recursos y en unos ataques que tuvo la isla sacó de su chistera una idea algo extraña pero efectiva. Ordenó que se llenara de veneno un aljibe contra los corsarios. Y, así, en Fuerteventura hay una zona que se llama Aljibe del Veneno En El Cotillo. Los piratas de entonces además de saquear las islas venían a abastecerse y, en ese contexto, "ordenó verter veneno en el agua con la esperanza de que bebieran los corsarios". Así ocurrió, dándose muerte a todos los invasores y quedando ese nombre para el resto de la historia.
El Ayuntamiento de La Oliva ha rehabilitado ese Aljibe del Veneno y el Aljibe Redondo, y acondicionado este antiguo complejo arquitectónico como centro de interpretación dentro del proyecto turístico de la Ruta del Agua de La Oliva. A partir de aquí surge un proyecto de La Ruta del Agua, un nuevo itinerario turístico orientado a fomentar el disfrute a nivel turístico y para el conocimiento de la población local de la variedad de valores culturales que tiene La Oliva. El proyecto se enmarca en el programa europeo ECO-TUR, contando con cofinanciación de la Unión Europea a través del Fondo Europeo de Desarrollo Regional y del programa MAC 2014-2020 Interreg.