La tierra aragonesa es mucho más que un destino turístico en el mapa. Es una región que combina paisajes de altura, patrimonio monumental y un calendario festivo que revela el carácter genuino de sus pueblos. Desde los Pirineos hasta los verdes prados del Bajo Aragón, viajar por sus tres provincias es adentrarse en una tierra que sorprende, emociona y conserva intacto un sentimiento único.
Desde el norte, la provincia oscense invita al viajero a "ibonear". Pero, ¿qué significa este término tan singular? Los aragoneses hacen referencia con ello a descubrir los lagos pirenaicos de origen glaciar, envueltos entre bosques y prados. Entre los ibones más emblemáticos destacan los de Anayet, Plan, Baños o el majestuoso Acherito, cada uno con su nombre y su leyenda. En este entorno natural, también nace el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido -declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO-, que con sus cañones y cascadas le otorgan un rasgo salvaje al Pirineo.
Huesca también talla su historia en piedra. El Castillo de Loarre, levantado sobre la colina de la Hoya, es una fortaleza románica que proyecta el Aragón medieval de épocas pasadas. A su vez, en la frontera norte, la localidad de Aínsa revive cada dos años un episodio legendario con "La Morisma", una representación teatral y épica de la reconquista. La plaza porticada se convierte en un escenario improvisado y sus vecinos en actores, recordando así la historia viva de la provincia aragonesa.
Por otro lado, si lo que buscas es disfrutar del calor de sus ciudadanos, en la villa de Ansó, uno de los pueblos más bonitos de España, el último domingo de agosto se celebra un desfile memorable: el Día del Traje Ansotano. Los vecinos lucen sus trajes tradicionales llenos de bordados que narran antiguos oficios y hazañas. Un auténtico orgullo en cada costura.
La capital aragonesa equilibra la fuerza del Ebro con el peso de su historia. Es en ese equilibrio donde surge el Palacio de la Aljafería, una joya de arquitectura islámica que hoy en día no solo acoge a Las Cortes de Aragón, sino también al célebre pintor Francisco de Goya. La exposición "Goya. Del museo al palacio" lleva 62 obras del maestro aragonés a este edificio, convirtiendo cada sala en un diálogo entre arte e historia.
Al caer el sol, Zaragoza se transforma. En las noches de verano, las rutas de Fiat Lux iluminan las iglesias más emblemáticas de la ciudad. No es solo una visita guiada, sino una experiencia que convierte al silencio en el auténtico protagonista. También se pueden realizar actividades de turismo astronómico, disfrutando a simple vista de un tesoro natural como es la vía láctea, gracias a que sus cielos están libres de contaminación lumínica.
Pero, si hay un arte que esta provincia domina, es el de celebrar con elegancia. Zaragoza Florece, las Fiestas Goyescas o el Festival de la Garnacha son algunos de los festejos que los maños tienen marcado en rojo en su calendario. La ciudad milenaria palpita al ritmo de las campanas en un escenario donde la identidad se celebra con flores y encanto.
En Teruel, esa joya desconocida, todo parece parte de un cuento medieval. Las Fiestas del Ángel, o "La Vaquilla", son un ejemplo perfecto. Un estallido de alegría donde el protagonista es un pequeño toro de bronce al que se le anuda un pañuelo rojo. Entre charangas y verbenas, los "vaquilleros" toman la ciudad vestidos de blanco con una faja roja, convirtiéndola en una fiesta profundamente aragonesa. No muy lejos de allí, el Castillo de Peracense se alza como una fortaleza casi mimetizada con el entorno. Su color y su historia lo proponen como uno de los castillos más singulares de España en pleno corazón del Jiloca.
En la localidad de Aguaviva, cada 28 de agosto con motivo del Santísimo Misterio, las calles se cubren de alfombras de serrín de colores, obras que duran lo que tarda en pasar una procesión. Este gesto, heredado de un milagro del siglo XV, convierte la devoción religiosa en arte callejero: cada ciudadano aporta su color transformando las calles en increíbles galerías.
Además, en el corazón de Teruel, el legado se hace aún más profundo al visitar el Mausoleo de los Amantes, donde la trágica historia de Isabel de Segura y Diego de Marcilla late todavía con fuerza bajo la mirada de quienes creen en el amor eterno. En cada rincón del mausoleo se respira un respeto solemne por ese sentimiento que no ha caído en el olvido a pesar del paso de los siglos.
En definitiva, Aragón no necesita reinventarse. Viajar por esta tierra es recorrer castillos, montañas y pueblos que tienen voz propia, y en donde te impregnas de su historia y su cultura. Aragón, una tierra de oportunidades a la que siempre querrás volver.
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