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El colonialismo energético de Europa pone en jaque la transición verde

  • Los biocombustibles se cultivan en tierras fértiles de países subdesarrollados o en vías de desarrollo
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La Europa que aspira a alcanzar la neutralidad climática para el año 2050 está explotando las tierras fértiles de países más pobres para producir biocombustibles como una alternativa aparentemente verde a los combustibles fósiles, ignorando al mismo tiempo los impactos sociales y medioambientales en estas regiones. Para lavar nuestra conciencia, los europeos estamos sacrificando territorios con un nuevo modelo de colonialismo energético, en lugar de asumir nuestra propia transición energética, apostando por fuentes de energía que no generen emisiones de CO2 para no depender de los recursos de otras economías en desarrollo o subdesarrollo.

Diversos estudios, incluido un revelador análisis del Instituto de Investigación de Energía y Medio Ambiente (IFEU), subrayan la complejidad y los costes asociados a esta supuesta biorevolución hacia la sostenibilidad.

Bajo el ilustrativo título de Costes de oportunidad de los biocarburantes para la alimentación y el carbono en la UE de los 27 y el Reino Unido, el estudio elaborado por el instituto alemán de investigación pone cifras que certifican la dependencia de la producción de este tipo de energía.

Sus analistas cifran en 9,6 millones de hectáreas —una extensión superior al terreno que ocupa Irlanda que podrían atender necesidades alimentarias de 120 millones de personas — los cultivos destinados a la producción de biocombustibles y revelan un coste social y ambiental considerables. Según sus conclusiones, la opción de devolver estas tierras fértiles a su estado natural (rewilding) permitiría la absorción de alrededor de 65 millones de toneladas de CO2, casi el doble de los ahorros netos oficialmente informados al reemplazar biocombustibles por combustibles fósiles.

Además, los analistas explican que el mismo volumen de terreno utilizado para granjas solares sería significativamente más eficiente. Se necesitaría 40 veces más tierra para alimentar un automóvil con biocombustibles que para uno eléctrico que funcione con energía solar. Dicho de otra forma, según sus cálculos, un área equivalente al 2,5% de esta tierra para paneles solares produciría la misma cantidad de energía.

Estos datos revelan los costes no solo económicos de la decisión de la UE de fomentar la producción de biocombustibles en detrimento de otras alternativas más eficientes y sostenibles. Asociaciones internacionales independientes como Greenpeace han cuestionado la realidad verde de los biocombustibles y acusado a productores de combustibles sólidos de lavar su imagen con apuestas por productos que tras denominaciones ecológicas esconden una alta emisión de gases de efecto invernadero entre otras cuestiones.

En el análisis de la sostenibilidad de los biocombustibles, surgen desafíos cruciales. La aparente neutralidad en emisiones se ve cuestionada por la necesidad de extensas tierras de cultivo que generan emisiones hasta tres veces mayores que las de los propios combustibles fósiles. Este es el resultado de la deforestación y la pérdida de hábitats de humedales y turberas, que contienen grandes reservas de carbono.

Otras organizaciones como Environmental Justice Foundation (EJF) han advertido de la catástrofe medioambiental derivada de la producción de aceite de palma. Así, en Indonesia, uno de los refugios de vida silvestre más importantes del mundo, alrededor de 24 millones de hectáreas de selva tropical fueron arrasadas entre 1990 y 2015, un área casi del tamaño del Reino Unido.

La dependencia futura y los desafíos regulatorios también están en el centro de una reflexión que no puede obviar aspectos no solo sociales, sino también de viabilidad económica y precios.

Los resultados de las experiencias de los últimos años y el análisis honesto del coste-beneficio de las alternativas utilizadas deberían marcar unas políticas energéticas que realmente mitiguen el cambio climático y protejan la biodiversidad o elementos sociales tan básicos como la seguridad alimentaria global.

La dependencia futura de terceros países interesados en impulsar biocombustibles se vislumbra a través de la proyección de una demanda que estará liderada por economías emergentes como India, Brasil o Indonesia, que destacan por contar con amplias reservas, capacidad de producción y políticas favorables. Pero este escenario plantea desafíos para las economías desarrolladas, que pueden enfrentar dificultades regulatorias y económicas para aumentar significativamente la demanda de biocarburantes.

El riesgo de replicar patrones coloniales en la biodependencia se presenta como una advertencia importante. La necesidad de grandes extensiones de tierras para cultivos de biocombustibles puede recrear dinámicas de explotación del sur por parte del norte, estableciendo una nueva forma de colonialismo energético. Este aspecto subraya la importancia de abordar la transición energética desde una perspectiva global y equitativa.

Al igual que la energía nuclear cubrirá hasta su desmantelamiento buena parte de la energía consumida por España y libre de emisiones, mientras se desarrollan otras tecnologías renovables, parece el momento por apostar por soluciones ya maduras, que han demostrado su eficiencia y que todavía requiere inversiones en infraestructuras para su pleno desarrollo, como el coche eléctrico o la electrificación de la calefacción.

Es necesario que las empresas tengan libertad de decisión, pero ajustándonos a un marco legal europeo, que busque la diversificación de fuentes, la equidad global y la priorización de soluciones maduras para un futuro energético más resiliente justo, sí, pero también realista. Hacer dumping ecológico en terceros países es hacernos trampas al solitario.

Producido por EcoBrands