Banca y finanzas

El sector nunca recuperará la rentabilidad que tenía antes de estallar la crisis

  • Los niveles de capital que exigen los reguladores y los menores márgenes lo impedirán

La banca mira el futuro con preocupación. Los análisis de los gurús vaticinan que dentro de unos años, no demasiados, pequeñas y grandes empresas tecnológicas les arrebatarán una importante parte de su negocio y de sus clientes. En ese tiempo indefinido, pero decididamente gris para las entidades, la normativa internacional, la única que regirá, obligará a tener tan altas ratios de capital que hará imposible, ni siquiera acercarse, a los niveles de rentabilidad de la primera década de este siglo.

El éxito para algunos grupos, o simplemente la supervivencia, pasa por que se empiece a poner en marcha ahora un nuevo modelo de negocio, y como todas las transformaciones, ésta se llevará una parte importante de los recursos.

El gran problema es que el sector no pasa, precisamente, por uno de sus mejores momentos, a pesar de que el país, aseguran políticos y organismos, ha iniciado otra fase del ciclo. La economía española crece a ritmos del 3,4 por ciento y en el último año el desempleo cayó en 678.000 personas. Con permiso de las inestabilidades que vienen del exterior, como Brexit, petróleo y China, y según las previsiones de los organismos internacionales, la recuperación seguirá, aunque con menor fuerza, en los próximos años.

Rentabilidad esfumada

En este contexto se podría esperar que el sector más interrelacionado y más relevante para cada economía, la banca, también estuviera dejando atrás la crisis y volviera a recuperar el fuelle de antaño. Pero no es así.

En toda Europa, las entidades financieras temen no ser capaces de recuperar una rentabilidad sostenible por el entorno de tipos negativos, a los que hay que añadir los problemas específicos de cada país. La frase que más se repite en España y fuera de ella es que se trabaja para "alcanzar una rentabilidad por encima del coste del capital". Esto quiere decir que el negocio de la banca, cada vez con menor margen, no es capaz de sacar un provecho suficiente para remunerar las aportaciones de los socios. Esto también significa que o se es capaz de cambiar la situación o nadie invertirá sus recursos en un negocio ruinoso para sus intereses.

Aquí, en España, a las antiguas cajas se les inyectaron durante la crisis algo más de 60.000 millones de euros para evitar su quiebra a los que hay que añadir las ayudas prestadas en forma de avales, el traspaso de activos tóxicos a la Sareb, y el saneamiento de balances del resto del sistema por valor de 200.000 millones de euros.

Pero todas estas tareas no han acabado de extirpar todos los males de la banca, que ahora se enfrenta, en palabras de José Ignacio Goirigolzarri, presidente de Bankia "a una travesía del desierto" que durará, como mínimo, dos o tres años.

Tipos de interés negativos

El más importante de los frenos que se ha encontrado el sector para encarar este camino es una caída de los tipos de interés histórica, por debajo de cero, que impide un aumento de los ingresos básicos. Sin ellos, la gestión se complica sobremanera. El presidente de BBVA, Francisco González, alertó hace semanas de esta problemática de una manera contundente y gráfica al asegurar que "nos están matando".

Con los tipos negativos las entidades reciben cada vez menos dinero por los créditos concedidos en el pasado y, a la vez, obtienen menos por los cupones de su cartera de deuda.

Los intereses recibidos por amabas carteras se desploma, hasta tal punto que podría darse la situación de que llegaran a cero si el euribor continúa con su lento y progresivo descenso.

La magnitud del daño en las cuentas de la banca dependerá de la profundidad en la caída del euribor. Cerró junio en -0,051 por ciento, una cifra aún insuficiente para que los clientes se coman el diferencial pactado por los créditos solicitados, pero que sigue abaratando las cuotas y con ello minando uno de las mayores fuentes clásicas de ingresos de la banca.

El problema de la demanda

Este factor podría haber sido compensado si, una vez borrados los problemas de liquidez, la demanda solvente hubiera crecido. Pero no es así. El volumen de la cartera de créditos sigue disminuyendo, ya que aún las amortizaciones son superiores al ritmo de crecimiento de los nuevos créditos.

En este contexto contar con una de las escasas armas que le proporciona los tipos ultrabajos, la drástica rebaja en la remuneración de los depósitos, ha tenido un efecto limitado. Más aún cuando queda poco terreno para seguir recortando el interés pagado.

El BCE, al que señalan como culpable de esta situación por el efecto que tiene sobre los tipos las medidas extraordinarias implantadas, se muestra en desacuerdo con el sector. Sin negar la presión sobre la rentabilidad de las entidades, señala que los tipos negativos también contribuyen al sostenimiento de su negocio, ya que facilitan la devolución del crédito a empresas y familias, contribuyendo con ello a la disminución de la morosidad.

Activos tóxicos

La mora, en retroceso, aún está lejos de los niveles precrisis. En las tripas de los balances de las entidades españolas el peso del ladrillo y de los créditos impagados es otra de las rémoras que lastra la rentabilidad. Estos activos no contribuyen al resultado pero, sin embargo, tienen gastos asociados, lo que consume buena parte del esfuerzo por ganar velocidad en los ingresos.

Este es un problema desigual entre las entidades españolas, ya que las rescatadas traspasaron la mayor parte de estos activos a la Sareb, que le proporcionó varias ventajas. Además de la limpieza de balance se procuraron unos ingresos periódicos por los bonos recibidos a cambio, que alimentan su margen de intereses. Otros, aceleraron la venta de estos activos y elevaron provisiones, a costa de los beneficios, mientras un tercer grupo intentó resistir esperando una recuperación más rápida del inmobiliario y con esta apuesta castigó aún más su rentabilidad.

Para calibrar la importancia de los activos improductivos, ocho años después del estallido de la crisis, basta saber que su volumen supera los 200.000 millones, cerca del 10 por ciento de los totales.

Otro obstáculo para enterrar de forma definitiva la crisis son las cuestiones judiciales, que han irrumpido con fuerza en el sector. A parte de los litigios limitados a una entidad, como puede ser la colocación en bolsa de Bankia, la anulación de las cláusulas suelo ha obligado al sector, con las excepciones de Bankinter y Santander, a hacer provisiones extra y a recalcular los ingresos futuros por hipotecas.

Mientras todos estos ingredientes se agitan en las entrañas de los bancos, los supervisores no cesan de apretar las tuercas con el capital. El miedo la repetición de una crisis como la vivida, con quiebras millonarios y salvamentos de bancos en medio planeta, ha llevado a las autoridades a exigir cada vez más y más niveles de solvencia, aún a costa de arrebatar buena parte de la capacidad para financiar a la economía.

El resultado es que casi no hay precedentes en cuanto al nivel de capital que atesoran ahora las entidades, si bien tampoco las hay de un periodo tan extendido con la cartera crediticia menguando.

Las fusiones, más tarde

Con una previsión de que los tipos de interés no empiecen a repuntar hasta dentro de dos o tres años, ni siquiera las fusiones se consideran ahora una solución. Una unión de entidades, con las capitalizaciones hundidas, la baja rentabilidad de los grupos, haría que el coste de la operación fuera muy superior los retornos que generaría. Por ello, y a pesar de las recomendaciones del Banco de España, una consolidación adicional en el sistema tendrá que esperar a tiempos mejores.

Pero lo que no puede esperar es a generar beneficios recurrentes. Por ello, las entidades se afanan en asegurarse ingresos que no dependan de los tipos de interés. Las comisiones por servicios y productos de valor añadido son reivindicadas por el sector, cuestionando la etapa anterior de la gratuidad.

Los negocios de seguros, y otros negocios que no estén directamente relacionados con los tipos se han convertido en una prioridad. Y los depósitos, sin interés apenas para el cliente y el banco, son sustituidos por fondos de inversión, que soportan mayores comisiones.

Las entidades empiezan a medir su fortaleza por la capacidad de desligarse del precio oficial del dinero. Así, Caixabank asegura en sus últimas presentaciones que sólo el 48 por ciento de sus resultados proceden del negocio bancario, mientras el Santander destaca que sólo en el 25 por ciento de los mercado donde está presente los tipos de interés están ultrabajos.

Los resultados no recurrentes están cerca del agotamiento, por lo que poco pueden aportar en el futuro. Las entidades ya han vendido buena parte de sus filiales no core y los resultados por operaciones financieras (ROF), que sostuvieron el resultado bruto en 2013 y 2014, también están penalizados por el efecto de los tipos de interés en la deuda. Además, las entidades quieren seguir con el ahorro de costes. Buena parte de ellas ya ha anunciado que realizará este año fuertes ajustes adicionales tanto de red como de plantilla. La excusa es la aceleración de la transformación digital, que les exigirá más inversiones en tecnología pero una red menor a medida que avance su implantación.

La eficiencia de la plantilla, un objetivo para no aprovechar todo el potencial del personal, lleva a otros modelos de oficina, donde el asesoramiento y el autoservicio prima en la nueva concepción. Eso lleva a necesitar cada vez menos empleados y a una menor atención presencial.

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