Alejandro Páez Varela
Vacaciones. Lo consultamos entre nosotros y sonaba a una buena idea. Lo comentamos con nuestros amigos y sonaba a una buena idea. Luego empezamos a sumar precauciones:
Vacaciones. Lo consultamos entre nosotros y sonaba a una buena idea. Lo comentamos con nuestros amigos y sonaba a una buena idea. Luego empezamos a sumar precauciones:
Conozco la historia de varios empresarios que estaban convencidos de las posibilidades de la 4T, aunque tenían ciertas dudas razonables de Andrés Manuel López Obrador. Digo "razonables" porque, como millones, fueron puestos en alerta por la campaña engañosa del "es un peligro para México". En algún momento de 2017 y a principios de 2018 dieron el brinco. Había un hartazgo bárbaro de lo que habían significado los gobiernos de Enrique Peña Nieto y de Felipe Calderón. El primero, el de la corrupción con todas sus letras; el segundo, el de la corrupción y la guerra. Los alentó la esperanza de que el combate a la corrupción, color dominante en el ramillete de las promesas de la campaña del izquierdista, llevara a varios a prisión; también estaban echados para adelante en la idea de experimentar otra cosa fuera de la estrategia de guerra, fallida y costosa, de doce años. Me consta que a varios les fue difícil defender su posición cuando en su círculo estaban los opositores más rabiosos. "Había que defender a AMLO, pero los contrarios eran muchos; y a veces era mejor darles la vuelta para no discutir", me dijo uno.
¿Primero los pobres? ¿Lo entienden los empresarios?, se le insiste a Arturo Herrera Gutiérrez (Actopan, Hidalgo, 1967), Secretario de Hacienda. No se lo piensa mucho. De hecho, la suelta de inmediato: "Yo creo que sí [...]. En algunos de los liderazgos del sector empresarial son clarísimos [estos temas]. En Antonio del Valle, en Carlos Salazar. Son claramente empresarios que tienen una preocupación de lo que le está pasando al prójimo, y además convencidos de que, incluso para el desarrollo de la inversión privada, se necesita una sociedad estable. Pero no nada más por eso: yo creo que hay una preocupación legítima de lo que le está pasando al otro".
Regreso al súper por tercera vez. Las dos primeras me asustó la presencia de tantos repartidores de Cornershop, la empresa de entregas a domicilio. Son los más temerarios compradores que conozco. Ven la tienda como Secretario de Estado en tiempos de Enrique Peña Nieto: van en contrasentido, estiran el brazo sobre tus hombros y se llevan todo lo que esté a su alcance. Pero ellos tienen prisa porque se la juegan por un porcentaje (bueno, los otros también). Están expuestos al coronavirus como nadie y quizás por eso se vuelven temerarios. Su seguridad está vulnerada, creo; la de los otros pasa a segundo plano. Los entiendo pero no los justifico. En fin: regreso al súper por tercera vez en la semana porque hay menos gente. Evito a toda costa las frutas y verduras porque es allí donde se amontonan más. Alguien debería enseñarles nuevos modales de COVID-19 antes de que sea COVID-21. Hacen falta ideas simples, como establecer rutas seguras de circulación para clientes y dar un trato especial, seguro y por separado a los repartidores a domicilio. Se va a terminar la pandemia (la próxima semana, dice López-Gatell; es decir, algún día) y quizás ajusten sus protocolos.
La calle ha retomado el barullo. Los vendedores de frutas y verduras anuncian desde sus trocas ofertas en bolsas de 20, 30, 50 pesos. Los músicos callejeros se paran frente a los edificios y suena el silbato del camotero. Madres y padres con sus hijos chiquitos van de la mano rumbo al parque como su hubiera parque, porque no hay. Afuera del súper está la familia completa: los chiquillos venden chicles, los mayores piden una ayuda. Los últimos informes dicen que se han despintado algunos estados del rojo que marca la emergencia por un anaranjado que dice que seguimos en emergencia. Las cifras dicen que el pico de contagios en México no ha cedido y que la ansiada semana-en-la-que-venceremos-la-curva se aleja como en una pesadilla donde estiras la mano para alcanzar la soga y el abismo se hace más profundo, y la soga se aleja.
No hay redacción en México que no esté sometida a la tormenta perfecta. Son vientos que no vienen de un solo frente. Uno de los obvios es la crisis que sacude al mundo; la economía se ha hundido a niveles no vistos en un siglo a causa del coronavirus; los empleos se están destruyendo a velocidades inauditas y las empresas caen en cascada al abismo. Otro frente es doméstico: el recorte aplicado por el Gobierno de la 4T a la publicidad oficial ha convulsionado casi todos las estructuras empresariales que dependían de recursos públicos, salvo el puñado que la administración de Andrés Manuel López Obrador ha decidido sostener por criterios desconcertantes. Y un tercero es la crisis de credibilidad provocada por los años de sometimiento de muchos medios.
Felipe Calderón ha tomado vuelo en fechas recientes. Llama mentiroso al Presidente, lo "corrige", intenta desmentirlo desde su única plataforma: Twitter. Tiene nuevo libro (para el que –por ciento– se plagió el nombre del escrito por Hillary Clinton: ella lo llamó Difíciles decisiones; él, Decisiones difíciles). Intenta verse como un estadista; pone puntos sobre las íes y busca congregar voces que lo hagan fuerte.
Qué difícil para el Presidente. El principal noticiero de Televisión Azteca es conducido por su amigo. La misma televisora es propiedad de su amigo. Hugo López-Gatell es un comunicador más efectivo que ambos (Javier Alatorre y Ricardo Salinas Pliego) y apenas le cuesta al pueblo de México un salario, unas cámaras y Youtube (que es gratis). Qué dilema. Los otros están llamando a la población a boicotear a las autoridades federales en medio de una emergencia nacional. Merecerían quitarles la concesión. Merecerían al menos cerrarles las llaves de los contratos públicos y de los millones de publicidad oficial. Merecería que el multimillonario que tiene a medio México agarrado de los destos con abonos chiquitos fuera obligado a pagar sus impuestos. Merecería exhibirlos públicamente; darles unas bofetadas como las que se le aplican a otros medios más chicos y menos poderosos que no son amigos y que, es más, en los hechos son Enemigos Públicos Número Uno del Estado mexicano. Merecería quitarle a Salinas Pliego las ganancias por repartir dinero de los programas sociales. Qué difícil para el Presidente.
Asumámoslo: en estos momentos usted y yo podríamos estar sentados, abrazados, pasando junto a, caminando al lado de, comiendo o desayunando con alguien que tiene coronavirus. Es tan simple como esto: la incubación dura dos o tres semanas, de acuerdo con lo que sabemos. Entonces, de aquí a que se detecta, una persona contaminada puede estar esparciendo el bicho por todos lados y sin control. Por eso es que las autoridades de salud de todos lados quieren que usted sepa que está rodeado de posibilidades y una de esas es que se infecte. Puede hacer muchas cosas, claro. Pero hay posibilidades de infectarse. No caiga en pánico. No corra a Costco como esos señores y señoras ridículos que vimos en un video (ridículos y absurdos) comprando kilos de gel y kilómetros de toallitas, empujándose (y son ridículas, absurdas y egoístas) porque lo que querían era despojar a todos los demás, deliberadamente. Así que no corra. Para cuando se dé cuenta ya habrá pocas por hacer: sólo esperar y sanarse; esperar y no ser uno de los pocos (porque son pocos) que se mueren porque, simplemente, están en los grupos de riesgo.
Hay muchas cosas de Andrés Manuel López Obrador que no me gustan. Más incluso de las que quisiera. Y escribo cotidianamente de eso; me expreso en los espacios que tengo: esta columna que firmo, el programa de radio/tele/Youtube en el que exhibo mi nombre y muestro mi rostro. Claro que de inmediato me saltan los fans a la yugular; me consideran injusto; algunas veces trato de explicarme y otras simplemente me doy por vencido. Y como fanáticos hay en todos lados, a veces me topo con los peores: los que usan mi crítica para hacerme “su aliado”. Y no soy aliado de unos o de otros. No me interesa verme mezclado con los rabiosos en general, y mucho menos con los otros: los que tienen una agenda claramente política y por eso ven todo mal y declaran la derrota de la izquierda usando como referencia una crítica. No soy aliado de gente que tuvo su oportunidad y dejó un cochinero, por ejemplo; gente que heredó un país en el abismo y quiere recuperar lo que perdió en 2018. No puedo ser aliado de quienes han participado en la demolición de México, así de simple. De hecho, justo de esos soy enemigo.