Casi todos eran ricos. La familia Cartier tenía una extraña habilidad para casarse con dinero, y luego aprovecharlo para crear más dinero. Si bien cuatro generaciones de hombres Cartier habían trabajado incansablemente para crear un negocio que elevara la venta de joyas del "mero comercio" a una forma de arte, sus descendientes se interesaban más por sus vacaciones de invierno en St. Moritz que en la venta de los famosos relojes Tank de la compañía. El ascenso y lo que vino después —en lugar de "caída", digamos que fue una"estabilización"— ha sido ingeniosamente documentado en un nuevo libro titulado The Cartiers (Los Cartier) de Francesca Cartier Brickell, miembro familiar de la sexta generación.