Alejandro Paez
09/12/2019, 18:02
Mon, 09 Dec 2019 18:02:26 +0100
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La salida de Evo Morales de México me supo amarga por muchas razones. La primera es que me hizo sentir mezquino. El ex Presidente –derrocado en un golpe de Estado– seguramente leyó toda esa cantidad de insultos que se profirieron en estos días, sobre todo de personajes virales que tienen odio ideológico, odio de clase y/u odio racial, como un Javier Lozano, un Vicente Fox, un Felipe Calderón o una Mariana Gómez del Campo. Muchos, incitados por el odio, lo llamaron "mantenido", "dictador", "paria", "malnacido"; incluso lo llamaron "perro". Seguramente miles de los que lanzaban ofensas no podrían ubicar Bolivia en un mapa pero sí pudieron juntar suficientes palabras para denigrarlo; posiblemente miles de los que le crearon un ambiente hostil jamás se enteraron que ese ex mandatario indígena elevó el nivel de vida de los pobres de su nación y tampoco supieron que mantuvo la economía en un crecimiento envidiable. Nada de eso vale frente a una turba. Lo dicho: la turba no es sabia: lincha, es injusta, se mueve como las jaurías de depredadores. Me sentí mezquino a causa de los otros. Terminé, resignado, aceptando que se fuera: el ambiente de este país, razoné, es de mucho odio. Adiós, Evo. Qué vergüenza el maltrato y ya ni vale la pena tratar de decirle que no todos somos como los energúmenos que lo insultaron.