
La pandemia ocasionada por la covid-19 ha enfatizado la relevancia de la colaboración entre los países, al mismo tiempo que ha contribuido a descolocar prácticamente todo, propiciando que se replanteen las cadenas de valor globales ante las dificultades que ha habido para mantener las importaciones procedentes de países como China. Un contexto que abre las puertas a la colaboración entre países más próximos y a la posibilidad de impulsar la integración del Mediterráneo con un nuevo enfoque que va más allá de los meros acuerdos comerciales, que han demostrado ser útiles, pero insuficientes para el despegue económico de esta zona. Son oportunidades que se analizan con una visión renovada en el libro 'Enhancing Mediterranean Integration' escrito por la zaragozana Blanca Moreno-Dodson, directora del Centro para la Integración del Mediterráneo, oficina en Marsella del Banco Mundial, quien habla sobre esta publicación con elEconomista
El reciente aniversario de la Declaración de Barcelona ha recordado el firme acuerdo político multilateral que se selló con el fin de encaminar la región Euro-Mediterránea. ¿Por qué no se ha producido?
Es un tema de voluntad política porque se firmó la Declaración de Barcelona en el 95, pero en realidad, no se pusieron en práctica los objetivos y no se llegaron a concretar las medidas que podrían dar lugar a una total integración. Si miras desde el punto de vista de los aranceles, todavía hay muchas medidas arancelarias, de comercio, en la región entre el norte y el sur y entre el sur y el sur. Pero, además de esto, hay muchos obstáculos a nivel de logística, aduanas, transporte, leyes que están mucho más obsoletos y desactualizadas hacia el business en el sur del mediterráneo.
Aparte de que no ha habido voluntad política, faltan algunas de las medidas que, cuando se acordaron, no se concretaron cómo a nivel institucional se pondrían en práctica. Queda como una asingatura pendiente porque hay una oportunidad perdida. Todos estos temas de integración, por causa de la covid-19, los vemos de otra forma porque nos damos cuenta de que las cadenas de valor globales ya se están rompiendo, no se puede depender de importaciones de China como antes y tenemos unos mercados energéticos, laborales, de agua, recursos humanos... en esta región del Mediterráneo que no estamos sabiendo utilizar de manera optimizada y eficaz.
¿Puede esta situación generada a raíz de la covid-19 impulsar ahora esta integración?
La integración es complicada como hemos visto en el caso de la Unión Europea, que creo que es el espacio interregional más integrado del mundo. Hemos visto que no se trata solo de reducir aranceles, sino de tener políticas fiscales coordinadas, cooperar en muchos ámbitos y también de eliminar la disparidad porque, por ejemplo, en España y Portugal nos beneficiamos de fondos estructurales que ayudaron a las zonas más pobres, pero esto era un proyecto político y económico que estaba en marcha para una integración.
En el Mediterráneo se define de otra forma, pero aún así se podrían poner en marcha algunos mecanismos que facilitasen la cooperación, por ejemplo, a nivel de las empresas. Ahora mismo hay una ventana de oportunidad. Muchas empresas se están dando cuenta de que no era tan bueno depender de los productos asiáticos. Algunos países, incluso, están teniendo problemas de seguridad alimentaria, cuando son estados en los que la agricultura todavía representa un porcentaje importante del PIB. Creo que si los países saben aprovechar esta oportunidad, se eligen sectores clave como puedan ser las energías renovables por ejemplo para facilitar la recuperación de la crisis pero de manera integrada y coordinada, con un espíritu de vecindad en la región y sabiendo que las distancias son más cortas, las ventajas comparativas son enormes. Los recursos naturales y el capital humano están ahí. Esto es una asignatura pendiente. El Mediterráneo tiene que darse cuenta de que esto se puede cambiar, que estamos volviendo a ese concepto de proximidad. Hay que ver qué oportunidades ofrecen los vecinos a las empresas y qué barreras habría que eliminar para que realmente se reduzca la dependencia de otras localidades geográficas más lejanas.
¿Qué sectores serían los más beneficiados con esta integración?
Hay que reducir la dependencia de las energías fósiles que son dañinas para el medioambiente y aumentar, por ejemplo, el porcentaje que representa la electricidad dentro de las fuentes energéticas y que se produzca a partir de fuentes renovables. Por ejemplo, el hidrógeno verde tiene un gran potencial y, para esto, los mismos canales que se utilizan para el gas natural, se podrían acoplar y adaptar. Simplemente, hay que mirar la riqueza en energías renovables o eólica en el sur del Mediterráneo, incluida España, Italia o países como Túnez... Solamente si sabemos conectar Italia con Túnez o España con Marruecos para tener esta conexión energética y llegar a tener un mercado integrado, ayudaría mucho a satisfacer las demandas de los europeos, que van a seguir aumentado y que, a medida que se reducen las energías fósiles, vamos a tener mayor oferta de energías renovables.
Podría haber otras muchas colaboraciones en áreas como el sector farmacéutico o automovilístico donde realmente ya hay países emergentes en el sur que podrían convertirse en socios de los países del norte de Europa y donde las empresas podrían mirar las oportunidades del sur no para tener empresas que produzcan productos de menor calidad, si no como socios, pero tiene que haber muchos cambios, también de leyes, de apoyo a la pyme... para que estas alianzas surjan.
Otro sector, aunque es un bien público global, es la educación y la formación del capital humano. Hay un potencial enorme con el crecimiento demográfico de juventud lista para trabajar, pero no necesariamente tienen la formación que precisan las empresas. Adaptar ese capital humano y reforzarlo para responder a las necesidades de mercado de trabajo sería muy importante y se puede facilitar también de forma integrada a través de la colaboración de universidades, centros de investigación o empresas privadas, entre otras posibilidades.
¿Cuáles serían las reformas a acometer para favorecer esta integración?
Hay diferentes dimensiones de la integración, que puede tener lugar a través de estos sectores que he mencionado. El comercio, por ejemplo, no se refiere solo al intercambio de bienes, sino también de servicios. Si nos centramos en ese pilar de la integración que puede constituir el comercio internacional, lo que habría que hacer, además de reducir aranceles, es poder coordinar la eliminación de otros costos como podrían ser, por ejemplo, las reglas de origen, que no se aplican a ciertos sectores de manera simplificada, sino que realmente complican las exportaciones.
Al mismo tiempo, hay otro fenómeno paralelo que menciono en el libro que consiste en eliminar las disparidades que hay entre los modelos de vida de la sociedad porque, si seguimos teniendo mucha diferencia entre los estándares sociales entre el norte y el sur, lo que ocurre es que hay mucha más tensión social y se produce ese sentimiento de no estar integrado, migración forzada y mucha más tensión y crisis. Al mismo tiempo que se liberaliza el comercio, creo que hay que ver cuáles son los grupos vulnerables -la región tiene muchos-, a los que hay que ayudar como juventud, mujeres, refugiados... Es una parte de la sociedad que puede contribuir al crecimiento económico, pero que se le está marginalizando por una razón u otra. Eliminar esa disparidad social tan enorme que prevalece en el sur del Mediterráneo es esencial para que podamos hablar de integración y de convergencia.
¿Es difícil encontrar el punto de equilibrio entre las reformas internas que habría que hacer y todas las que van dirigidas a facilitar ese flujo comercial e integración?
Sí lo es. Es una buena pregunta porque, precisamente, lo que digo en el libro es que la integración regional puede servir como un factor que acelere las reformas nacionales que a veces son difíciles. Si un país quiere llevar estas reformas solo, de manera aislada, sin mirar a los vecinos, tal vez le va a resultar más difícil aprobarlo en el parlamento. Sin embargo, si varios países coordinan reformas similares hacia los mismos objetivos, puede que este mismo objetivo de integración les ayude a avanzar. Y, por supuesto hace falta, además de voluntad política y reformas económicas, también instituciones que puedan llevar a cabo este proceso de integración. En el caso de la Unión Europea, había un acuerdo institucional de base. En el caso del Mediterráneo no existe. Por ejemplo, la política de vecindad del Mediterráneo que acaba de renovar la Unión Europea y publicar recientemente sería una buena base y está centrada en todos los sectores clave. Es un momento para que se ponga en marcha y que los países se puedan apoyar los unos a los otros a la hora de abrir sus fronteras y llevar a cabo reformas que puedan ser complementarias y paralelas.
¿Cuáles son las principales reticencias o barreras que dificultan la integración en el Mediterráneo?
Cada país es un caso diferente, según su ubicación geográfica, sectores... No diría que hay una parte o una orilla del Mediterráneo donde haya más reticencia que en la otra sino que, por ejemplo, vemos en el sur muchas barreras al diálogo entre ellos. Sin embargo, en Europa, tenemos instrumentos de diálogo entre los países de la Unión Europea. Sería una cuestión de seguir facilitando esos acuerdos de diálogo que ya existen entre el norte y el sur. Por ejemplo, volver a revisar todos los acuerdos de asociación que existen, que no son muchos, y los que existen son bastante parciales porque no incluyen sectores como la agricultura o los servicios, que son fundamentales en la integración. Se centraron sobre todo en la industria en aquella época.
Ninguno de estos temas los puede resolver un país solo. Por ejemplo, el otro tema claramente que exige diálogo entre el norte y el sur es la emigración. Por mucho que un país trate de controlar o de tener una política migratoria, si no hay un diálogo con los vecinos -lo hemos visto con la pesca y los seguimos viendo a otros niveles-, y que concretice una reciprocidad y concrete una serie de medidas de apoyo mutuo en ese diálogo migratorio, vamos a seguir viendo migración forzada e irregular, que además ha aumentado muchísimo a causa de la covid-19. El diálogo es esencial para resolver estos temas. La migración laboral es buena, la migración obligada e irregular es horrible. La migración y la movilidad laboral regularizada ha sido una característica del progreso y desarrollo en todos los países, en Europa, Estados Unidos.... No se trata de frenar la movilidad, se trata de hacerla regularizada y conveniente tanto para el país emisor como para el receptor.
¿Qué papel está jugando el Centro para la Integración del Mediterráneo?
Tenemos un papel bastante activo por varias razones. Una es que ahora estamos afiliados al Banco Mundial y su objetivo en el sur del Mediterráneo es promover obviamente el desarrollo, reducir la pobreza...Nuestro trabajo está unido y complementa los préstamos que da el Banco Mundial y las operaciones que se manejan de apoyo incluso a la vacunación covid-19 y de apoyo a las infraestructuras de agua y carreteras.
Es complementario. Lo que hacemos es apoyar desde el punto de vista técnico el desarrollo de estos países y, además, servimos de incubación de proyectos en el contexto de diálogos que mantenemos norte-sur, comunidades de práctica, redes técnicas de temas como la energía o educación... Muchas veces se han fraguado proyectos de inversión que pueden ayudar a estos países. Tenemos un diálogo permanente con la Unión Europea y tenemos los representantes de los países del Sur.
La razón por la que se creó este centro fue porque se dieron cuenta de que las operaciones y préstamos no eran suficientes y que el diálogo y la colaboración, que traspasa las fronteras y no se limita a las internas, eran necesarias porque los retos son comunes como, por ejemplo, los asociados a la escasez de agua, paro, jóvenes... Es más eficaz y productivo trabajar a nivel regional que cada país individualmente. Ese era el objetivo y seguimos trabajando.