Por David Páez. Director de Desarrollo de Negocio de Corporación Tecnológica de Andalucía (CTA)
Los avances tecnológicos, además de generar eficiencia y riqueza, también son esenciales para encontrar soluciones a los grandes desafíos económicos, sociales y ambientales. El impacto social es una variable de la inversión en I+D+i a la que no se ha prestado suficiente atención y que, sin embargo, cobrará una creciente importancia en los próximos años, por lo que las empresas deben tenerla en cuenta en su estrategia de innovación. Los grandes flujos de inversión, tanto públicos como privados, tienden a ser más exigentes en este sentido y valoran, de forma cada vez más decisiva, el impacto social que puede generar la tecnología por la que apuestan para destinar su dinero.
Por ejemplo, la Comisión Europea exige paulatinamente mayores garantías de que el dinero público, procedente de los impuestos de todos, que se destina a proyectos de innovación no limite su impacto a la generación de tecnología o riqueza, sino que también tenga un alcance social y medioambiental. Bioeconomía circular, envejecimiento activo, igualdad de género o erradicación de la pobreza son algunas de las grandes tendencias en las que se valora que el avance tecnológico tenga un impacto positivo. Lo mismo sucede con los organismos multilaterales de financiación y también con los grandes fondos de inversión internacional: la apuesta por el desarrollo tecnológico va más allá y busca también que se garantice la evolución hacia un mundo más sostenible e integrador.
Esta tendencia concuerda con el pacto por los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la batería de 17 objetivos globales que acordaron los líderes mundiales en 2015 para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad en el marco de una nueva agenda de desarrollo sostenible mundial. Estos objetivos abarcan desde el trabajo decente y el crecimiento económico hasta ciudades y comunidades sostenibles, pasando por la acción por el clima, una producción y consumo responsables, la reducción de las desigualdades o una energía asequible y no contaminante, entre otros.
Los desarrollos tecnológicos pueden tener un uso e impacto determinado en los países desarrollados y luego generar otras ventajas y aplicaciones diferentes en aquellos en vías de desarrollo. Por ejemplo, el acceso a Internet a través de la telefonía móvil en África está permitiendo una bancarización de la economía sin precedentes gracias a que los ciudadanos tienen acceso a los servicios bancarios a través de las apps del teléfono móvil. Es fundamental tener una visión más global y a largo plazo del ciclo completo de aprovechamiento de una nueva tecnología y sus posibles impactos a nivel global.
Por todo ello, las empresas deben comenzar, si aún no lo han hecho, a tener en cuenta este componente en su estrategia de I+D+i para desarrollar también innovación socialmente responsable. No se trata de una postura altruista, sino de una apuesta que, a medio plazo, repercutirá sin duda en el crecimiento y sostenibilidad de la empresa.